Capítulo 22: Magia.

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Ambos caminaban por el borde de la ascera como dos niños acostumbrados a añadir diversión a todas sus travesías. Eran adolescentes despreocupados que iban por la vida actuando como infantes, pero amando como veteranos.

El sol iluminaba la tarde, pero no de forma exagerada. Cálida. Los pajaros cantaban su sonata de despedida para zarpar hacia una dirección donde no les diera tanto frío. Las hojas empezaban a teñirse poco a poco de un color ocre que pasaría a ser cobrizo en unas semanas.

—Entonces, ¿Irás a la universidad? Este cuatrimestre te gradúas —dijo Mia, con sus brazos extendidos a los lados para mantener el equilibrio.

—¿Debería ir? Pensaba en buscar un trabajo y ya —respondió Eliot, copiando su acción—. La universidad ocupa mucho tiempo, y yo quiero estar contigo siempre.

Ella soltó una breve risa y mordió el interior de su mejilla como era de costumbre ante esos comentarios constantes.

—Tienes que pensar en un después, si quieres tener una estabilidad, no es necesario buscar una carrera, pero el conocimiento nos da poder. Por eso el estudio es primordial.

Eliot se adelantó y se detuvo frente a ella. Le dio un pequeño beso en la mejilla y continuó en su juego infantil.

—También puedo ser el chico que toca la guitarra en la plaza por unas monedas —comentó.

—No me desagrada la idea —rió la chica.

—Viviríamos debajo de un puente con nuestros mellizos y Vincent —siguió Eliot, tomando la mano de su novia para caminar entre la gente.

—¿Mellizos? —inquirió la pelirroja, alzando la comisura de sus labios.

—Sí —confirmó él—. Elías y Sofía —la miró—, ¿Acaso no te agrada la idea? —ella asintió, divertida —Claro que ellos serían los primeros, luego vendrían los otros cinco.

—¿Cinco? —Mia puso una mueca de espanto.

—Siete, Mia —corrigió el castaño—. No pongas esa cara, adoptaremos a los últimos dos, hay que darle oportunidad a los huérfanos.

—Sí, bienestar familiar aceptaría las condiciones de nuestra vivienda para confiarnos a dos de sus niños. Claro —burló.

—Bea podría prestarnos su casa, así pensarán que vivimos ahí. La haremos pasar por nuestra criada —dijo, como si fuese algo totalmente casual.

—Eliot, eso es fraude —ella intentó soltar su mano para recriminarlo, pero él la apretó para que no lo hiciera.

—Llámalo como quieras —dijo, entretenido por toda la historia que había creado—, para mí sigue siendo caridad.

—No romantices —la pecosa lo fulminó con la mirada.

—Se llama magia.

—¿Qué cosa?

—Esto —se señaló, después a ella y luego otra vez a sí mismo—. Tú me haces desear todo eso. Eres mágica.

Ella entreabrió su boca para decir algo, pero él le tocó la punta de la naríz, pronunciando un "Puk" empezó a correr.

—¡Sígueme! —exclamó, viendo a su objetivo más cerca conforme avanzaba.

—¿Por qué no trajimos la bicicleta? —ella reiteró la pregunta que había hecho al salir de casa.

—Por esto —dijo él como respuesta, señalando un local al otro lado de la calle.

Ella se detuvo junto a él.

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora