Capítulo 23: Evidencias.

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Un año y cuarenta y dos días después.


Eliot se había tomado el año sabático que tenía pensado, tener doce meses libres le permitió pasar mucho más tiempo junto a su novia, y a la vez convencerla de estudiar en el mismo instituto universitario. Los adentros de la pelirroja seguían batallando entre el querer y el deber, ella sólo era el títere que su corazón y mente manejaban a su antojo.

Eliot sopló las diecinueve velas que adornaban superficialmente el pastel de su cumpleaños, acarició el pelaje de su hijo Vincent y se alejó de la mesa para sentarse en el sofá junto a sus chicas.

La tarde transcurría de manera lenta, pero muy agradable. Los pocos presentes hablaban de temas al azar y compartían anécdotas de cumpleaños pasados mientras abrían los regalos. Eliot se sentía más feliz que nunca, su felicidad había llegado a un límite que jamás se había imaginado, tenía a sus padres, a su mejor amiga... Y a la viva imágen de la sombra de Vianka. Ahora lo único que podía pedirle a la vida, era que todo se mantuviera intacto, habría congelado el tiempo su hubiese sido posible.

Pero ninguna persona puede tener una felicidad tan completa, y mucho menos un adolescente egoísta.

Horas después, cuando Mia estaba por levantarse para regresar a casa junto a su abuela y su hijo felino; un grito femenino proveniente de la cocina alarmó a todos. Al llegar al sitio, todos comenzaron a cuestionarle a la madre de Eliot qué había pasado, pues se sostenía la muñeca derecha con temor. La mujer estaba cocinando, y una chispa de aceite caliente le afectó la zona al punto de un ardor, Eliot y su padrastro acudieron de inmediato. Bea y Mia subieron rápidamente a la habitación del castaño cuándo la pelirroja recordó que una vez había busto una caja de zapatos que Eliot hacía pasar por un botiquín de primeros auxilios.

Las chicas comenzaron a revisar cada estante de la habitación, al parecer la caja había sido movida de donde Mia la había visto la última vez. En medio de una torpe búsqueda en unos cajones, un cuaderno desgastado de tapa blanda llamó la atención de la pecosa, tenía titulado en letras cursivas y perfectas el nombre Vianka pero, pese a haber leído el nombre de la difunta, y a saber el significado de su recuerdo en la vida de su novio, eso no fue lo que sembró un enigma más en la cabeza de Mia; más abajo del nombre femenino de tres sílabas, estaba escrito el nombre de la pelirroja con bordado líquido de color azul, y a ambos nombres los dividía una ligera línea inclinada, trazada a pulso con un bolígrafo azul. El mundo de la chica se dispersó en cuestión de instante, fuese cual fuese el contenido del libro, confirmaría todas las sospechas de que la pobre adolescente de dieciocho años, la que estaba liada con un chico que se negaba a aceptar que tenía un grave problems psicológico, la misma chica que llevaba casi dos años viviendo voluntariamente con dos personalidades; no era más que una sustituta para el chico al que innegablemente amaba.

La pecosa no perdería la oportunidad de poseer aquella posible respuesta a todas las dudas que le quedaban, así tuviese más que claro que, al leer las páginas de aquel presunto diario comparativo; moriría todo atisbo de la esperanza que le quedaba de que el chico la amara por sus raíces, y no por la hermosura de sus flores.

—¿La encontraste? —la voz de Bea la sacó de la última visión de sus fantasias amorosas, aquellas que sólo eran perfectas si se trataba de engaños.

—N-no —contestó Mia con algo de sorpresa, ocultó el cuaderno su abdomen, y metió el borde de su camisa dentro de su pantalón para que no se notara.

—Aquí está —anunció Bea, sacando la caja del closet—. Vamos.

Las dos se apresuraron a bajar las escaleras. Mia ni siquiera pudo esperar ni un minuto más, avisó a su nana que saldría un momento, y desapareció por la puerta principal. Corría hacia un punto inexacto, lo único que quería era correr hasta estar a una distancia considerable de la casa de su novio; sintió por un pequeño momento que su corazón había dejado de latir, un escalofrío estremecía sus brazo, el viento gélido del otoño golpeaba su rostro, haciendo que algunas hebras de cabello se le pegaran a la cara.

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora