El cuerpo de Mia se sentía pesado, tanto que la sensación de tedio la abrumaba hasta más no poder. Se sentía incómoda, odiaba que su piel estuviera reacia a las caricias de su prometido, odió que ya no le transmitieran calor ni serenidad, más bien las encontraba insípida.
La culpabilidad la carcomía hasta la médula, porque un par de noches antes había estrechado la mano de Eliot y sintió que levitaba en una nube de paz y armonía.
Su alma lloró en silencio mientras intentaba corresponder el amor que le daba Éber, el hombre al que debía amar. Todo habría sido muchísimo más sencillo si el huracán de cabello castaño no hubiese regresado a desordenar su vida, lo peor era que Mia deseaba que ese desastre fuese quien la besaba en ese momento.
El nombre de Eliot hizo eco en sus recuerdos, ecos que se escuchaban cada vez más fuerte, tanto sintió miedo de gritarlo mientras que otro hombre le hacía el amor.
—Te amo —pronunció Éber, besándole el cuello, mientras sus suaves manos recorrían la espalda desnuda de Mia.
El mundo de ella ensordecido, sólo podía oír la voz que recopilaban sus recuerdos. Sabía que era incorrecto lo que estaba deseando, imaginando, pero es que ella no quería sentirse más culpable de lo que ya era... Así que, jurando que se llevaría ese secreto a la tumba, se dejó caer en la fantasía de que era Eliot quien se movía despacio sobre ella, robándole gemidos suaves y causándole éxtasis a toda su piel, a toda su alma.
***
Estaba presa en el insomnio, su mente divagaba entre una encrucijada de pensamientos sin sentidos.
Se quitó de encima el brazo de su prometido y se deslizó lentamente hasta quedar fuera de la cama. Cubrió su delgado cuerpo con una fina sábana blanca y se dejó caer sobre el sillón que se situaba a un lado de la ventana de la habitación. Observó con melancolía la noche bañada de estrellas, eso la hizo buscar inconscientemente una pequeña caja de madera que había escondido durante varios años debajo de su cama.
Le sacudió la densa capa de polvo y dejó la tapa sobre su regazo. Desdobló la pequeña hoja de papel que estaba buscando y delineó cada letra con su mirada, a pesar de que ya conocía perfectamente lo que tenía escrito.
"Quisiera darte todas
las estrellas, pero tú
ya brillas más que ellas"La acercó a su rostro, aspirando un su aroma ficticio. Tuvo toda la intención se regresarla a su caja, y mandarla al olvido, donde había estado durante todo ese tiempo. Pero no fue capaz, ¡joder! ¡no pudo! Sacó un anillo de plástico azúl, su alma se transportó a aquella mina donde él se lo había regalado con la propuesta de ser su novia, el mismo día que había dado su inocente primer beso.
Entonces, corrió la primera lágrima.
Un leve temblor llegó sin invitación a sus manos, obligándola a regresar torpemente las cosas a su caja. Su naríz se colapsó al instante, entonces tuvo que caminar hacia el baño mientras respiraba por la boca. Sacó del tanque del excusado el frasco anaranjado de escondía con insistencia y se llevó una cápsula blanca a la boca, luego abrió el grifo y se llenó la mano con agua para beberla.
Se miró en el espejo, se dio asco. Su propia cara le repugnó después de ver a un lado de su reflejo al hombre que dormía plácidamente en su cama.
—Inmoral —se dijo a sí misma.
Había odiado a Eliot por buscar a alguien más en ella, la primera vez; pero se permitió imaginar que él le hacía el amor bajo las caricias de otro hombre. Cada día deseaba con más ganas hablar con el protagonista de su pasado, con cada una de sus acciones dejaba de juzgarlo por los daños causados.
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Ambos nos equivocamos
Teen FictionNo existe nada más doloroso que perder al amor de tu vida sin haber tenido la oportunidad de decirle adiós, y no hay nada más egoísta e insano que estar con una persona porque te recuerda a otra que amaste con cada partícula de tu corazón, con cada...