Capítulo 14: Mi primer beso.

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El castaño y la pelirroja se quitaron los cascos y le dejaron la bicicleta a uno de los guardias encargados del lugar

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El castaño y la pelirroja se quitaron los cascos y le dejaron la bicicleta a uno de los guardias encargados del lugar.

—Espérame aquí —le dijo Eliot a la chica cuando vio una bodega cerca—, no tardo nada.

Ella sólo asintió y se sentó al borde de una ámplia fuente que adornaba la entrada del sitio. Un letrero yacía colgado en el rocoso muro metamórfico, el letrero tenía especie de la silueta de un arco sobre las letras perfectamente hechas con molde y de color negro "El Eden" era lo que se leía, a su lado; una gran carrueta de madera barnizada con piedras medianas y metamórficas al igual que el muro. El suelo estaba adornado con granitos y pequeñas piedras igneas con minerales variados entre éstas.

Mia desconocía completamente aquel sitio, pues no sabía que era un lugar turístico. Observaba las afueras del lugar, eran un montón de rocas sedimentarias y emormes apiladas, aparentemente sin un órden específico, era como que si las habían puesto ahí y ya. Lo que protagonizaba su éxtasis visual, era los distintos tipos de rocas adornando de manera ornamentada en la entrada de aquella mina de la que aún desconocía su interior, pero que se anticipaba a la idea de que iba a encantarle.

Eliot apareció a los pocos minutos como lo había asegurado, le dio a Mia una bolsa de papas risadas y cerró su morral donde había guardado otras chucherías. Una guía de turistas los recibió con una sonrisa ladina y les entregó unos folletos de bienvenida.

La mujer renchoncha de cabello corto y rubio, y de uniforme azúl, comenzó a guiar a los jóvenes visitantes a las profundidades de lo que algún día fue la más importante si de extraer oro y plata se tratase, por los siglos XVI y XVII para decirlo con exactitud.

Caminaban por una cueva de altas y anchas paredes areniscas, siendo iluminados por la luz anaranjada e intermitente de las antorchas ubicadas a los costados del suelo, en ese momento notaron que no había falta ir a Disney para sombrarse con los interiores de alguna famosa atracción, pues la cueva que recorrían esa tarde, había deleitado su visión.

Sus bocas se abrieron al salir de la cueva de las antorchas para entrar a un sitio el doble de increible, el espacio parecía un universo. Habían bombillos led ocultos entre las enormes rocas puntiagudas y con estrías, haciendo que la iluminación fuese una especie de azul marino, fusionado con verde, pupura y acromáticos tonos amatista. Al mirar al asomarse por una baranda de concreto, vieron que a diez metros bajo sus piés, se encontraba una laguna con hojas y orquídeas flotando en el agua que tenía un color sobrenatural gracias a la luz de los bombillos. Picos, palas, martilos y linternas frontales estaban colocadas bajo los grandes paredones como adornos, y haciendo referencia de lo que fue aquella portentosa atracción.

—La Mina El Edén les ofrece un espectáculo que no olvidarán el resto de sus vidas —comenzó a contar la guía de turistas—, se transportarán en medio de la atmósfera mágica de luz, sonidos y sensaciones, al pasado minero que forjó golpe a golpe el destino de un pueblo.

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora