No hay respuesta más abrumadora e inequívoca que un espeso silencio. Es como recibir frases sin sentido, líneas vacías y palabras sin alma, muchos componentes de una respuesta reducidos a nada.Apenas Mia logró calmarse sobre el tapete de la sala, comprendió cuánto dolía recibir silencio, que el mismo quemaba más que cualquier palabra cargada de rencor.
—¿Qué? —fue lo que inquirió Éber en un hilo de voz, agachado junto a ella, tras varios minutos que a ambos se le antojaron perpetuos. Al vislumbrar que Mia parecía carecer de la intención de emitir algo más que no fueran suspiros apesadumbrados, añadió —Cariño...
—No —ella lo interrumpió, más cortante que hojilla nueva—. Cariño no. Solo haces que me sienta más culpable.
—Mia...
Pero ella se negaba rotundamente a oír sus palabras.
—Ya no quiero que me quieras, que me ames. Me quema saber que me quieres y que te quiero, pero no te amo —soltó en un pequeño vómito verbal con sentido—. Un fragmento de mi alma te pertenece por todos los años que hemos estado juntos, pero mi corazón pertenece a él. Y aunque todos estos días he naufragado en un mar de pensamientos contradictorios, yo... —exhaló—. Sé que no es justo para ti, Éber. Pero tampoco sería justo para mí casarme con un hombre solo por compromiso cuando tengo la oportunidad de estar con la persona a la que realmente amo.
Aunque los efectos de las pastillas estaban comenzando a hacer efecto en ella, y su voz se tornaba cada vez más vago, Éber percibio la seriedad en aquellas palabras que le arrancaban lágrimas como precio al ser pronunciadas.
Éber no era un hombre egoísta, así que no discutiría los sentimientos de su prometida. La amaba con todo su ser porque estaba enamorado de ella, sí, pero prefería vivir con el corazón roto, a permanecer a su lado mientras ella pensaba en otro.
Quería que, al acariciarla, Mia se sintiera feliz al saber que él era el responsable de esa sensación divina sobre su piel, como la primera vez... Pero desafortunadamente ya no era así, y ambos sabían a la perfección que no lo sería más.
—Éber, perdoname, no quiero continuar con mi vida sabiendo que posiblemente me odies, lo cual sería demasiado lógico.
El susodicho intentó con todas sus fuerzas esbozar una sonrisa ladeada, pero una pequeña mueca de tristeza que lo único que consiguió surcar sus labios.
—Supongo que uno no manda en el corazón, ¿no? —pronunció, con los ojos cristalizados y la mueca siendo estremecida por un puchero ineludible—. Solo quiero saber una cosa... —suspiró, rindiéndose al caer acostado junto a ella, pero manteniendo una distancia prudente, como si ahora la cercanía fuese prohibida—. ¿Me amaste alguna vez? Solo dime que no me he enamorado en vano, o que solo quisiste olvidarlo conmigo.
Sin embargo, Mia rompió la distancia y ubicó la cabeza sobre el brazo extendido de él, pasando un brazo también por su anatomía.
—Siempre he sido sincera contigo —le contestó, sin lugar a dudas—. Si te amé, pero el regreso de Eliot me ha despertado las mariposas que se habían convertido en polillas, y están aleteando con un regocijo incesante, como la primera vez.
»Te quiero, Éber. Te quiero porque tú protagonizas una parte importante de mi historia, eres una página que definitivamente no tengo ganas de arrancar, mucho menos de evitarla cuando vuelva a releer el libro de mis travesías y vivencias.
Sin decir algo más, los dos se quedaron mirando hacia el techo, cada uno sumido en sus propios pensamientos que, de alguna manera, chocaban entre sí.
—¿Crees que puedas perdonarme? —inquirió ella al fallecimiento de seis minutos y medio.
—Intento ser fuerte —confesó— y no demostrarte cuánto me duele. Te amo, Mia, pero no me perteneces. Te perdonaré solo si me aseguras que serás feliz a su lado hasta el último de tus días, solo así sabré que valió la pena el no haber luchado porque te quedaras conmigo.
De inmediato, Mia recordó todas las aventuras que tuvo en la adolescencia con su chico de cabello castaño. Suspiró al recordar cuando la persiguió hasta el panteón con la excusa de que quería asegurarse de que estuviese a salvo, sonrió al acordarse también de aquella vez que viajaron en bicicleta hacia un prado y él la plasmó junto a su gato en una maravillosa pintura de óleo sobre lienzo, misma pintura que se llevó el segundo lugar en un concurso académico de arte.
—Sí —el monosílabo bastó para que Éber pudiera sentirse en paz—. Puedes estar tranquilo al saber también que no podré olvidarte, y que tampoco intentaré hacerlo. Es más, quisiera que seamos amigos y que...
—No —esta vez fue él quien la interrumpió, aunque con un tono menos cruel—. No se puede ser amigo de quien se está enamorado, eso significaría caer más bien en un interminable abismo de masoquismo y falta de amor propio. Es mejor que cada quien tome rumbos distintos. Me iré de la ciudad en año nuevo.
—Respeto tu decisión, pero no es necesario —dijo ella, levantándose un poco para apoyarse sobre su codo y mirarlo a los ojos—. Toda tu vida está aquí, no puedes irte solo por esto, yo podría regresar a México.
—En realidad, eres tú quien tiene todo aquí —contradijo Éber—. Tu hermana, tu cuñada, tu ahijada, ellas son tu pequeña familia. También están tu trabajo y la universidad. Yo no tengo familia, no hay nada que me ate a quedarme aquí.
—Pero...
—Déjame ir, no seas caprichosa —dijo él, burlista—. Yo tampoco me olvidaré de ti —extendió la mano y acarició su mejilla—. Esas pecas, esos labios, esos ojos cafés y todas las veces que me sonreíste cuando llegaba del trabajo con un ramo de rosas para ti; son cosas que no olvidaría ni aunque intentara resetear mi memoria.
—No quiero romper tu corazón, no quiero que en un futuro puedas cambiar de opinión y me conviertas en la villana de tu historia.
—Sería una historia donde el protagonista se enamora de la mala, porque sinceramente no consigo verte como una bruja.
Ambos emitieron una pequeña risa.
—Es en serio —dijo ella.
—Ya —contestó él—. Quiero que termines de cumplir todas tus metas personales, y que cumplas tus deseos junto a él —dirigió la mirada hacia su vientre de manera significativa—, todos y cada uno, especialmente los que el destino no quiso que cumplieras conmigo.
Éber se levantó, trazó el camino hasta la habitación que ambos compartían y lanzó una maleta abierta sobre el colchón, comenzando a meter las prendas de ropa y otras pertenencias que guardaba en esa casa. Cuando Mia se quedó de pie en el marco de la puerta, él evitó mirarla directamente, pero lo hizo por el rabillo del ojo.
—No lo hagas, es tuyo —dijo.
Mia, en un suspiro, regresó el anillo a su dedo anular.
Apenas la maleta estuvo lista, Éber salió de la casa y la subió a los asientos traseros. Ambos se abrazaron con fuerza, transmitiendo lo mucho que iban a extrañarse de manera recíproca. Al separarse, hicieron contacto visual por última vez, Éber pidiéndole una última cosa a través de sus ojos, y Mia cediéndole un último permiso al no apartar la vista.
Ambos juntaron sus pestañas y se acercaron lentamente una vez más, sus labios se acariciaron entre sí, sus respiraciones pesadas fusionándose en un adiós eterno. Si bien el beso no fue profundo, el significado sí que lo fue.
—No me recuerdes mucho.
Éber le dio la espalda para rodear el auto.
—Estaré haciendo el vano intento.
—Te quiero —dijo ella, al verlo abrochar su cinturón.
—Te... —amo—. Yo también te quiero —contestó él, encendiendo el motor.
Apenas el auto logró hacerse pequeño por la carretera hasta desaparecer para siempre de su vista e historia, Mia se adentró de nuevo a la casa con una inefable sensación de libertad condicional arropando cada milímetro de su ser.
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Ambos nos equivocamos
Teen FictionNo existe nada más doloroso que perder al amor de tu vida sin haber tenido la oportunidad de decirle adiós, y no hay nada más egoísta e insano que estar con una persona porque te recuerda a otra que amaste con cada partícula de tu corazón, con cada...