Extra.

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Meses después.

Mia se encontraba leyendo uno de esos libros de donde nunca podría sacar la naríz, amaba deborarlos cada vez que la oportunidad se presentaba.

—¿Otra vez Axael? —inquirió Eliot de brazos cruzados, recostado contra la encímera.

—Sip —fue lo que contestó ella, pasando de página.

—¿Cómo puedes leer lo mismo una y otra vez sin estar hastiada de ello? —el castaño rodó los ojos.

—Es Motivo para matar, no lo entenderías —suspiró—. Jamás volveré a ver Alicia en el país de las maravillas de la misma manera. Además, ¿por qué me lo regalaste si después te ibas a andar quejando?

Eliot gruñó con diversión, comprendiéndola totalmente. Las pecas, su cabello cobrizo y sus labios, eran como las páginas de su historia predilecta, las cuales releería incluso más allá de su fin.

—Primor, se te quema el arróz —musitó ella, agrandando las fosas nazales.

El castaño se apresuró a apagar la estufa. Frunció el ceño cuando el sonido del timbre resonó entre las paredes del departamento. Al asomar la vista por el ojo mágico de la puerta, sonrió antes de abrir.

—Hola, pequeña.

—¿Está mi madrina? Le traje galletitas —inquirió Sah, entrando a la sala.

Había pasado tan solo una semana desde que Eliot y Mia decidieron mudarse al mismo edificio donde recidían Cyia y Arantza junto a su niña. La infante casi se desmayó de la alegría apenas supo que ambos se acababan de instalar en la planta baja. Esa vez, ni su síndrome pudo evitar que demostrara su felicidad.

—¿Qué pasó, mi amor? —inquirió la pelirroja, dejando su ejemplar de Érase una vez un crímen sobre el sofá.

—Les traje galletas a ti y al bebé —explicó Sah, pegando la oreja sobre el vientre abultado de su madrina—. ¡Ah! ¿Y eso qué fue?

Mia emitió una pequeña risa, mordiendo una de las galletas que habían sido preparadas con la receta de su nana que ya descansaba en paz.

—Sofía te dio una patada, cariño.

—¿Me odia? —inquirió Sahara, con un tono desanimado.

—Le traes golosinas casi todos los días y a veces hasta te quedas a dormir para cuidarla en la noche. ¿De verdad crees que podría odiarte? —contestó Eliot desde la cocina—. La consientes más que nosotros.

—Así es —secundó la pelirroja—. No podría odiarte ni aunque quisiera. Si te pateó, fue porque se asustó. Es que estaba dormidita.

—Ya quiero verlaaaa —resopló Sah, sentándose junto a su madrina.

—Falta menos de dos meses —aseguró el castaño, ahora caminando hacia ella y robando una de las galletas—. Pronto la vas a ver.

—¿Cuál será su segundo nombre? —inquirió la pequeña, ojeando el libro que había estado leyendo Mia antes de su llegada, el cual fue arrebatado de sus manos porque la trama aún no era apropiada para una infante de siete años.

—No se ha decidido aún —contestó la pelirroja, poniendo una mueca porque al bebé se estaba moviendo mucho, también emocionada por escuchar la voz de su prima.

—¿Qué queda bien con Sofía? —cuestionó Sah, pensativa—. ¡Nashira!

—¡No! —exclamó Eliot, quien adoptó una expresión de horror al ver la sonrisa de la mujer embarazara.

—¡Nashira es perfecto! —se inclinó para besar la mejilla de su ahijada.

—¡Ni siquiera me dejaron opinar! —se quejó el castaño, alejándose de ellas para volver a la cocina, donde ahora lo que casi se quemaba era el pollo.

—¡Tú escogiste el primer nombre, no seas odioso! —farfulló Sah, acariciando el vientre de la pelirroja—. ¡De paso tendrá tu apellido!

—Sofía Nashira Marín Suarez —Mia suspiró, dejando a un lado el plato de galletas vacío—. Fantástico.

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora