Epílogo - Nunca más.

17 8 0
                                    


Años más tarde.


Eliot.

Me encuentro de pié junto al sacerdote, inclinándome de adelante hacia atrás por la impaciencia, y aflojando el nudo de mi corbata a cada nada por la asfixia que me causan los nervios.

Todos los invitados han llegado. Pipper me sonríe desde la primera banca, leo el "Ya casi viene" que pronuncian sus labios. Bea, a su lado, no ha dejado de sacarme fotos para burlarse de mi cara de miedo en algún futuro no muy lejano.

La melodía de las nupcias me desenfoca un momento, enviándome a una órbita que no soy capaz de reconocer. Sin embargo, salgo del trance al ver a Sahara aproximarse junto a Sofía, ambas dejando pétalos de rosas blancas a su paso.

Y luego la veo a ella.

Mia se camina hacia mí con un expectacular vestido blanco que contrasta perfectamente con el cobrizo de su cabello. Sus ojos no se despegan en ningún momento de mí, y mentiría si dijera que no correspondo a su mirada. Aunque hayan más de treinta personas presentes, es como si a nuestro alrededor no existiera nada más, como si ninguna otra persona fuese fundamental para nuestra vida juntos, salvo nuestros hijos.

Mi padre me la entrega y mis dedos temblorosos se entrelazan con los suyos. Me pierdo en las ventanas de su alma y suspiro con el mayor alivio al reflejarme en sus orbes.

No hay nadie más para mí, ni nadie más para ella, sólo nosotros. Y cuánta dicha.

—Queridos hermanos, nos encontramos reunidos la mañana de hoy para unir a estas dos almas en sagrado matrimonio...

Ni siquiera presto atención a las palabras del sacerdote, únicamente consigo concentrarme en la mujer que tengo enfrente, ni siquiera puedo pensar con exactitud lo feliz que me hace saber que ese será el último rostro que veré antes de dormir, y el primero en darme los buenos días al levantarme.

Ay, Dios. Ni siquiera nos hemos colocado los anillos y ya la imagino con un par de arrugas, viendo los años pasar a mi lado, contando a nuestros nietos historias donde ambos seremos los protagonistas.

Si antes me equivoqué, hoy puedo estar seguro de que pude reparar todos mis errores. Lo sé, porque mientras la miro, no puedo compararla con nadie más.

Nunca más volverá a ser la sustituta de un fantasma, ahora sólo puedo pronunciar su nombre «Mia» sin titubear y sin desear pronunciar otro en su lugar.

Ahora ese cabello naranja no se asemeja a ningún otro.

Me desconecto del mundo un segundo al recordar lo tonto que fui al lastimarla en el pasado, al haber sido el causante de que de esos ojos tan preciosos brotaran lágrimas como la sangre de un corazón roto.

Veo que los labios de Mia se mueven, es eso lo que me obliga a aterrizar de nuevo. Al escuchar su dulce voz, descifro que acaba de pronunciar sus votos matrimoniales, su sonrisa radiante me hace saber que es mi turno.

Carraspeo mi garganta con disimulo y aprieto con cuidado sus dedos antes de suspirar y alzar la voz para recitar mis votos, para gritarle al mundo que al fin soy completamente feliz, para recordarme que no se trata de una simple ilusión, sino de la buena y hermosa realidad que me obsequió el destino al arrepentirme de haber sido un imbécil.

—Mia, el que me hayas permitido el regreso a tu corazón fue como un barco rescatista para mi náufraga esperanza, un atisbo de luz en mi tortuosa penumbra. Te amo, y justo ahora estoy completamente convencido de que ese sentimiento recíproco jamás cambiará.

»Si bien no supiste ser Julieta en el pasado, en medio de mi declive emocional por tu lejanía, yo me di cuenta de que realmente yo nunca quise ser Romeo, sólo estaba aferrado a una irreal y enfermiza fantasía que me ataba a los deseos de perpetuar un amor imposible. Descubrí que no quiero ser el personaje viviente de una obra antes escrita que está destinado a un final infelíz por lo que relatan sus páginas. Quiero ser el protagonista de tu vida, que tú seas la numen de mi arte y que ambos escribamos el resto de las páginas que cuentan nuestro amor, juntos.

Tras relamer mis labios, ella corresponde a mi sonrisa y dice:

—Ambos nos equivocamos. Yo tan segura de que podría derrotar a tus demonios internos con una simple muestra de amor bondadoso, y tú tan convencido de que aceptaría arrastrarme a su oscuridad.

Luego de morder mi labio inferior, digo:

—Ambos aprendimos. Me di cuenta de que debía vencerlos voluntariamente, pues ellos habitaban ahí porque yo los dejé entrar. No merecías envolverte en esa penumbra, así que deseché todo lo malo hasta que de mí quedó únicamente brillo y ganas sinceras de continuar. Todo por ti, para ti.

Sus ojos se cristalizan, puedo notar cómo lucha internamente para no dejar caer las lágrimas.

—Si alguien se opone a esta unión, que hable ahora o caye para siempre —dice el Sacerdote.

Por instinto y ganas de recordar memorias agridulces que en realidad ya no tienen importancia, Mia y yo volvemos la mirada hacia Pipper, quien esboza una sonrisa divertida y niega lentamente con la cabeza.

Hacia nosotros camina el pequeño Elías de cuatro años con un pequeño cojín donde reposan los anillos de plata, Vincent a su lado.

—Eliot Marín, ¿Aceptas a Mia Susej Suarez como tu legítima esposa para amarla, cuidarla y respetarla, hasta que la muerte los separe?

«Ni la muerte podría separarnos, haría hasta lo imposible para encontrarla incluso en el más allá»

—Sí, acepto —contesto, colocando deslizando el anillo por su delicado dedo anular.

—Mia, ¿Aceptas a Eliot Marín como tu legítimo esposo para amarlo, cuidarlo y respetarlo, hasta que la muerte los separe?

—Sí, acepto —mis dedos palidecen mientras mi ahora esposa me coloca el anillo, incluso creo contener la respiración durante un instante.

—Puede besar a la novia.

La melodía de una guitarra comienza a sonar de fondo, es entonces cuando me inclino levemente hacia adelante y acuno el rostro de mi esposa entre mis manos para besarla. Sus labios con sabor a «Amor eterno» me corresponden, pidiéndome disculpas porque Ella no supo ser Julieta.

Con nuestras respiraciones bailando entre nuestras colúmelas, los latidos de mi acelerado corazón le contestan: No te preocupes, Él nunca quiso ser Romeo.


Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora