Capítulo 8: Trozos de pastel y recuerdos en voz alta.

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Dos semanas después.

Las hermanas estaban sumamente concentradas en la decoración del pastel de su abuela. Cyia untaba merengue a los lados y Mia colocaba flores comestibles de color lila en el centro del pastel.

Ambas estaban absortas en la felicidad de vivir ese día junto a su abuela, ochenta años de pura salud y vida. Su única figura materna desde cierto tiempo, quien calmaba sus fiebres con trapos mojados sobre sus frentes, quien eliminaba sus gripes con guarapos de malojillo, toronjil y gotitas de limón. Quien celebró sus graduaciones del colegio y estuvo con ellas en la primera comunión y la confirmación, esperanzadas de que la viejita no masticara todavía el agua para cuando una de ellas se casara. Esa mujer de manos mágicas que preparaba una comida tan deliciosa que no te importaba ser descortez al chuparte los dedos, la que perdió a su único hijo y se mantuvo fuerte para sus niñas.

Mujer ejemplar, mujer maravillosa.

—Te faltó merengue —comentó la menor, rompiendo el agradable silencio.

—¿Adónde?

—Aquí —se embarró los dedos de la mezcla blanca y los pasó por la mejilla de su hermana, conteniendo una risa.

—Corre —advirtió Cyia, agarrando un puñado de azúcar pulverizada.

—¡Ay! —la pelirroja comenzó a correr con las manos en su cabeza, temiendo de que el cabello se le llenara de azúcar.

Rápidamente se adentró a su habitación y le pasó seguro a la puerta en lo que soltaba tremenda carcajada.

—¡Mia, abre la puerta! ¡Tramposa!

La mayor siguió soltando órdenes rídiculas que su hermana no logró escuchar por estar sumida en la risa, intentó recuperar la calma al sentir que sus ojos comenzaban a lagrimear y su barriga a arder, su pecho subió y bajó con aceleración mientras soltaba risa más leve en medio de cortos suspiros.

La última vez que rió tanto fue hacía dos días que coincidió en la salida con Bea y Eliot y ambos estaban discutiendo por cosas absurdas, no llegó al punto de llorar por la risa, pero sí se divirtió. Ah, Eliot, ambos no mencionaron más nada del accidente de esos días, pero Mia como que últimamente lo pensaba mucho, pensó que fue porque eran amigos y se veían casi siempre, ¿No? Ahuevo que sí.

La chica salió unos minutos después de que su hermana mayor dejara de insistir, obviamente atenta, no fuera a pensar que la mayor había decidido hacer una tregua y en realidad era que estaba esperando a la revancha.

Cuando terminó de caminar el otro pasillo, se encontró fue Eliot echando tequeños en unos platos con papel absorbente.

—Hola —emitió él.

Mia lo saludó agitando la mano y se dirigió a la cocina, donde su hermana se encontraba haciendo rosetas de maíz en una caldera.

—¿Paz?

—Mientras tanto —respondió la mayor, haciendo una bomba de chicle.

Por lo menos la chica ya sabía que debía estar alerta, que a su hermana se le podía meter el loco de repente.

—Ven a ver esto —la voz del castaño irrumpió en la cocina, hablandole a Mia.

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora