Capítulo 16: El color equivocado.

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Abuela y nieta bebían tazas humeantes de café tranquilamente mientras esperaban que los tintes hicieran efecto en sus cabellos. Mia pensó que sería buena idea compartir alguna similitud con su nana, también estaría genial un pequeño cambio de imágen.

—¿Ya pensaste en qué regalo le darás a Eliot, mija? —preguntó la mujer mayor, agarrando una galleta de canela junto a su café.

Mia asintió.

—Compré para hacer un pequeño picknick, le diré para ir a la azotea de su edificio a comer y pasar el resto de la tarde —alzó la comisura de sus labios—. Pensaba en ir al cine, pero a él le gustan las cosas simples, lo extravagante no llama su atención.

—Ay, Mia Susej —la señora negó con la cabeza—. Se parecen tanto a los amoríos de mis tiempos —bebió un sorbo de su café—. Tu abuelo y yo viajábamos en carrosas, caminar juntos de la mano era lo más atrevido que podía hacerse en público —sus ojos arrugaditos de achinaron más de lo común—. Bailábamos con la música de la rocola en una cafetería que ya ni existe, él con su traje de suspensores color ocre y yo con mi vestido floreado, sandalias bajas y bandana en el pelo —sonrió, nostalgica—. No había un viernes por la tarde que no me llevara flores —seguía vociferando sus recuerdos, con una de sus manos en la pierna de su nieta—, salíamos después de almorzar y siempre llegabamos a las seis, ni un minuto más, ni un minuto menos. La época antigua era la mejor.

»Cartas en vez de correos electrónicos, carrozas en vez de carros lujosos, jazz, teatro, besos en la mejilla. Muchas veces lo antiguo suele ser incluso más bonito que lo moderno. Veré si ya el cabello se me pintó.

Dejó la taza en la mesa en lo que Mia se dedicaba a engullir otras galletas, esperando un poco más para lavarse el cabello. Ese día cumplía un mes de relación con Eliot, y ese mismo día era el concurso de arte.

Las vacaciones habían entrado junto al verano, pero cada año la secundaria hacía concursos de arte y literatura para que los estudiantes pasaran el rato, y la participación les aseguraba puntos extras para algunas materias el año próximo.

—Mírala pues —la pecosa silvó hacia su nana cuando le vio el cabello tinturado de castaño.

—Ay, chica —hizo una delgada línea con sus labios, estaba acostumbrada a que su nieta le lanzara piropos a cada rato—. ¿A qué hora es que tienes que estar allá? Ve a lavarte el cabello, que quiero ver cómo te quedó.

Mia mordió una última galleta y se adentró al baño, abrió el grifo y se aseó todo el cuerpo en un cuarto de hora. Salió con una toalla envolviendo su cuerpo y otra su cabello con un nuevo color.

Se colocó unos jeans holgados con bordados de rosas en los bolsillos de atrás, una camisa blanca con rayas negras y sus vans. Cepilló su cabello corto y se lo recogió en un moño pequeño con una diadema de flores blancas.

Se colgó su mochila amarilla en el hombro, la cual contenía pan, mermelada, chocolates, papas fritas y frutas para pasar el rato.

—Nana, voy a la casa de Eliot a dejar la mochila con su mamá y luego me voy derechito al colegio —avisó, cerrando la puerta de su habitación. Se agachó para acariciar el pelaje de Vincent y siguió a la sala.

—¡Bien bello que te quedó ese color! —exclamó Gertrudys, pasando los dedos cuidadosamente por el cabello de la chica para no despeinarla —¿Es... Borgoña?

—Sí —Mia relamió sus labios—, ¿Crees que a Eliot le guste?

—Claro que sí, mija —la abrazó—. Llévale unas galletas de canela, en estos días me dijo que le gustan bastante.

—Sí, aquí tengo en la mochila.

La nana la acompañó a la salida y Vincent maulló cuando vio a su mamá irse, él quería acompañarla porque sabía que iba a ver a Eliot. Que gato más inteligente.

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora