—Voy en camino, amor —avisó Éber al otro lado de la línea, quien tenía el celular en manos libres mientras conducía—. Haré una parada en el supermercado, llegaré a más tardar dentro de veinte minutos.
—Okey, te esperaré —Mia relamió sus labios con algo de nerviosismo antes de colgar la llamada, luego soltó una bocanada de aire de la que no se había percatado de que estaba conteniendo.
Alisando la falda de su vestido —más por costumbre que por arrugas—, se levantó del sofá para dirigirse a la cocina a aniquilar el chillido de la tetera que expulsaba humo de lado a lado, avisando así, que su té de tomillo estaba listo.
Al servirse una taza y echarle dos cucharadas de edulcorante, caminó rápidamente hasta el baño. Miró su reflejo en el espejo y sintió lástima por las medias lunas violáceas que se posaban bajo sus ojos, contrastando horriblemente con su pálida piel y haciendo resaltar las pecas desperdigadas por el puente de su naríz; abrió el grifo y recogió un pequeño charco de agua entre sus manos, acto seguido, se lavó la cara para espabilar y escapar del extraño letargo que cargaba encima y la tetía bastante atontada. Tras cerrar la llave y secar su rostro con toallas desechables, abrió una pequeña gaveta y extrajo a su fiel amigo "El frasco naranja", sacó dos de las pastillas blancas, más no fue capaz de consumirlas porque el sonido del timbre interrumpió su acción ipso facto.
Rascando su cabeza y colocando torpemente el frasco abierto sobre el tanque del hinodoro, dio sancadas dibutativas hacia la entrada de la casa, alizando la falta de su vestido por la maña que había adquirido desde que se lo colocó.
Al detenerse frente a la puerta, justo antes de extender su mano para girar el pomo y abrirla, exhaló a profundidad y mordió el interior de su mejilla. La verdad era que estaba muy temerosa de la decisión que estaba a punto de tomar, pero era en ese momento o nunca.
La cosa es que preparó unas deliciosas galletas de canela —receta de su abuelita que la ciudaba desde el cielo— junto a un batido de moras frescas para acompañar y contrastar el amargo sabor de la noticia que estaba por darle a su prometido. Se había dado una larga ducha, incluso se había colocado uno de sus vestidos predilectos para la ocasión, el asunto era bastante importante, pues, ese día cerraría un ciclo y volvería a abrir otro para permitirse ser completamente feliz junto al hombre que nunca pudo olvidar, por más que logró superarlo, las memorias jamás se esfumaron de sus mejores recuerdos vividos.
De repente, le estaban sudando las manos sin explicación alguna. El sonido del timbre llegando nuevamente a sus oídos fue lo que logró sacarla de la hipnosis.
«Dijo veinte minutos, ¿acaso ha decidido llegar directamente aquí?» pensó la pelirroja mientras posaba sus dedos sobre las llaves y giraba lentamente —y a propósito— la cerradura.
Pero no se trataba de Éber, fue en ese momento cuando se preguntó: ¿Por qué el destino evita tanto que se lo diga de una jodida vez? En su lugar, una voz femenina exclamó su nombre con emoción, una sombra del pasado se abalanzó sobre ella para apretujarla su cuerpo.
Mia correspondió al abrazo, anonadada, y dando a Eliot una sonrisa ladeada, a quien veía por encima del hombro de la mujer que la abrazaba y le murmuraba sobre lo mucho que la había extrañado.
—Llegaste más rápido de lo que pensé —admitió la pecosa, ensanchando su sonrisa—. Me da mucho gusto volver a verte, Bea.
Luego, saludó a Eliot con un beso en la mejilla y los invitó a terminar de pasar a la sala de estar y, acto seguido, tomar asiento.
—¿Me prestas tu baño? —inquirió Eliot al cabo de pocos minutos.
—Segunda puerta a la derecha —señaló un pasillo corto, el castaño caminó hacia el sitio mencionado.
ESTÁS LEYENDO
Ambos nos equivocamos
Fiksi RemajaNo existe nada más doloroso que perder al amor de tu vida sin haber tenido la oportunidad de decirle adiós, y no hay nada más egoísta e insano que estar con una persona porque te recuerda a otra que amaste con cada partícula de tu corazón, con cada...