Capítulo XVIII: Bad Romance

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Capítulo XVIII

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Capítulo XVIII

Natasha abrió los ojos pesadamente, aún con los resabios del sueño en su mente. Tenía la desagradable impresión de que olvidaba algo, que había soñado con algo importante y no lograba recordarlo por más que lo intentara. Era un sentimiento extraño, que le había dejado la boca amarga y una ligera angustia cosquilleando en la boca de su estómago. Con esa sensación revolviendo sus entrañas, se giró lentamente en la cama para no despertar al hombre que dormía a su lado y contempló la tenue y perezosa luz esparcirse poco a poco por el amplio espacio del cuarto. Despacio, muy cuidadosamente, dejó la tibieza de las mantas y dirigió sus pasos hacia el ventanal del cuarto que poco a poco había comenzado a considerar como suyo. Su alma se sentía más libre y liviana desde que había aceptado sus sentimientos; aceptarlo era desprenderse de las culpas y de las cadenas, aceptar su nueva realidad y abrazar ese amor que no había podido hacerse realidad en otra realidad.

El frío de la madrugada erizó su piel desnuda mientras observaba el amanecer por entre las cortinas. Oh, esa realidad... Parecía ahora el resabio de un sueño, como algo que nunca existió. Su realidad era esta. La única que quería ver. Un par de brazos fuertes le rodearon la cintura y sintió la tibieza de un cuerpo duro como el acero apegándose a su espalda.

— ¿Está todo bien?— preguntó Steve con voz adormilada junto a su oído.

— Sí, todo está bien. Creo que tuve un mal sueño... — respondió en voz baja, como si hablar más alto fuera a romper la tranquilidad, a deshacer el hechizo. Él no respondió de inmediato, pero, afianzó el agarre en su cintura y la apegó más contra él, dejando ligeros besos en su cuello y su hombro antes de hundir el rostro entre sus cabellos y arrastrarla de regreso a la cama.

— Ven, querida. Olvidemos los malos sueños.

A medida que el tiempo pasaba, Natasha se hallaba más y más a gusto en aquella casa. La sensación de que era una prisionera se desvanecía cada día un poco más y, por momentos, olvidaba hasta como había llegado ahí en primer lugar. Un recóndito lugar de su mente le decía que aquello no era normal, que algo andaba mal con ella, pero, solía echarlo aparte de inmediato. No quería sentir que estar ahí era incorrecto... ¿cómo algo que se sentía tan bien podía estar mal? ¿por qué? ¿por qué debía sentirse mal? Steve era un sueño con ella, siempre a su sombra, demostrándole de una y mil maneras que realmente la amaba y que había esperado tanto por ella como ella lo había esperado a él. Se sentía a veces como una niña tonta. Se recordaba a sí misma diciendo que el amor era un juego de niños... Pero, algo había cambiado.

A veces era como si dos mujeres vivieran dentro de su mente, la una empujando a la otra, haciendola desaparecer en el fondo de su conciencia. Cada vez más profundo... Y así, poco a poco, había dejado de ser ella para pasar a ser una criatura que giraba alrededor del hombre que había destruido el mundo que conocía, como una polilla encandilada por la luz de una lámpara. Steve estaba extasiado. El tratamiento estaba dando resultados, por lo visto. Natasha era cada vez más dependiente de él, más incondicional. Sabía que sus juegos habían dado resultado... había tomado tiempo, pero, al fin Natasha había caído perdidamente enamorada de su captor. El síndrome de Estocolmo tomaba un poco de tiempo en desarrollarse, pero, si se era constante, y se contaba con la ayuda de las drogas disfrazadas de "células madre" que Euphemia le inyectaba a diario, todo era posible. Incluso enamorar y esclavizar mentalmente a la mejor espía del mundo.

Al fin todo salía como él quería. Pero, a esas alturas ya debería haber aprendido que nada bueno dura para siempre.

Natasha solía pasear a diario por el jardín de rosas. Era su lugar preferido y, tras ver su interés, Steve se había encargado de mantenerlo bien cuidado para ella. Eran esa clase de detalles, que contrastaban brutalmente con el modo en el que trataba al resto del mundo, los que la tenían completamente perdida. Era como si hubiera dos Steve. Uno era el que la acariciaba hasta el cansancio por las noches, el que dejaba flores en su mesilla de noche, el que pedía su opinión con voz amable, el que le contaba sus sueños, sus planes, sus deseos. Con ella era atento y educado; seductor, encantador... Con su personal, por otro lado, era un tirano que gobernaba con mano de hierro y  que no perdonaba ningún error, por pequeño que fuera. Su gente lo temía y lo idolatraba a partes iguales. Él mantenía la correa tensa, mantenía el control a punta de brutalidad, pero, a la vez, los trataba como niños, como un padre estricto pero justo. El pueblo, por otra parte, lo veía como a un dios, como al nuevo Mesías; el hombre que les había devuelto la paz, que había eliminado las fronteras y que había convertido al mundo en una utopía.

Perdida en el aroma de las flores, la pelirroja no se percató de lo que pasaba a su alrededor hasta que fue demasiado tarde. Una explosión en el ala este de la Casa Blanca la sorprendió. Los gritos, las órdenes y las carreras no se hicieron esperar. El corazón le dio un vuelco al pensar que Steve estaba en peligro. Intentó correr hacia el foco de la explosión, pero, entonces, un hombre ataviado en una desgastada armadura de metal aterrizó frente a ella, bloqueando la salida. Natasha lo miró contrariada y Tony alzó la máscara del traje, mirándola con una sonrisa emocionada.

— Nat... Pensamos que te habíamos perdido— murmuró el castaño, mirándola con los ojos cargados de emoción. Natasha, por otra parte, lo miró confundida. Por un momento, ni siquiera lo reconoció. Al ver su expresión de desconcierto, Tony titubeó: ¿qué le pasaba a Natasha? ¿es que acaso no estaba feliz de verlo?

La llegada de Wanda lo sacó de su línea de pensamiento.

— ¡Tenemos que irnos!— exclamó entre dientes antes de acercarse a la espía de dos zancadas y abrazarla con fuerza por un segundo— Estoy tan feliz de verte viva... — le dijo, apartándose sin percatarse de que Natasha no le había devuelto el gesto.

— Vámonos... — murmuró Tony, quien si notó la apatía de la pelirroja. Se acercó a ella y le rodeó la cintura, preparándose para alzar el vuelo.

Y entonces Natasha reaccionó.

— ¿Qué crees que haces?— espetó, empujándolo y retrocediendo un par de pasos— Yo no quiero irme con ustedes. Mi lugar está aquí...

Wanda y Tony la miraron sin dar crédito a lo que oían. A lo lejos, se escuchaba el eco de los disparos y Wanda pensó en lo que arriesgaron al llegar así a buscarla. Para crear una distracción, Rhodes, Bucky y Visión habían guiado a sus hombres a atacar directamente la entrada de la Casa Blanca. Ella había sentido la presencia de Natasha en ese lado de la mansión y así habían decidido la dirección del ataque. Afuera, en la calle, la gente moría y peleaba por ella. Solo por recuperarla... Y Natasha... Natasha los miraba como si fueran ellos el enemigo. Temiendo lo peor, indagó en su mente y lo que encontró no le gustó nada.

— Ella no cooperará— le dijo a Tony, adelantándose un paso. Alzó la mano derecha y un haz de luz rojiza dio directo en el rostro de su antigua amiga antes de que la pelirroja pudiera siquiera pensar en lo que estaba pasando.

La mujer cayó inconsciente en el césped y Tony se apresuró a levantarla en brazos. Wanda accionó su intercomunicador, sintiendo el alma pesada.

— Bucky, la tenemos. Ordena la retirada— pidió y se acercó a Tony, observando a la mujer dormida en sus brazos— Tenemos que ir a casa. Quizás aún pueda hacer algo por ella...

— ¿Qué fue lo que le hicieron?— preguntó un segundo antes de que un disparo se alojara en el hombro de Wanda. La chica dejó escapar un gemido de dolor y ambos se voltearon a ver a su atacante.

Steve los miraba fríamente, aún con el arma en alto. Tony tembló. Él aún no lo había visto en persona y tenerlo ahí, frente a él, como si nunca lo hubiesen sepultado le provocó un estremecimiento.

— Suéltenla. La próxima vez no fallaré— ordenó sin más y los ojos de Wanda se tornaron del mismo rojo que los del hombre.

— Vete a la mierda— le dijo, empujándolo hacia atrás con su poder.

El hombre voló un par de metros y fue a estrellarse contra una pared con un ruido sordo. Aquello fue suficiente para sacar a Tony de su trance. Antes de que Steve se levantara para seguirlos, alzó el vuelo, seguido de Wanda. El ex capitán se puso de pie de un salto y los siguió, disparando en un vano intento de detenerlos. Fue en vano. Ambos se alejaban rápidamente, llevándose a la pieza clave de su plan.

Con un grito de rabia se dejó caer de rodillas, jurándose que la recuperaría costara lo que costara.

Long live the kingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora