Capítulo XXII: Feeling good

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Capítulo XXII

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Capítulo XXII

Natasha caminó hacia la ventana de su cuarto y observó las rosas floreciendo abundantemente en el jardín. Steve había hecho sembrar otras especies y colores y así, el área bajo su ventana se había convertido en un sitio lleno de colores y de un aroma embriagante. Estaba en casa. Estaba con él. Y aún así, se sentía vacía. Sintió sus pasos sobre la alfombra, al tiempo que el murmullo de la tela cayendo al suelo llenaba sus oídos. Las manos grandes y cálidas del hombre le rodearon la cintura y sintió la firmeza de su cuerpo apegándose al suyo. En ese momento, envuelta en su aroma y su calor, la imagen de Erwin Smith moribundo sobre aquella precaria camilla desapareció y se escondió en un perdido rincón de su mente.

Los labios del hombre rozaron la delicada piel de su cuello y dejaron un beso tras su oreja, mientras que la apegaba más a él. La mujer se giró entre sus brazos y se colgó de su cuello, buscándole la boca en un beso largo y profundo que la hizo olvidar hasta su nombre. Las manos ansiosas de él se enredaron en su ropa y la rompieron sin mucha ceremonia, arrojando los trozos de tela al piso. La pelirroja dio un salto y se colgó de sus caderas, sintiéndolo crecer contra su centro. Los besos se hicieron más ansiosos, las caricias más atrevidas y pronto estaban ambos sobre la cama, devorándose el alma a mordidas. La separación había sido breve, pero, en el tiempo que llevaban compartiendo, Natasha se había dado cuenta de que tenerlo cerca le era tan necesario como respirar.

Sabía que aquello no estaba bien, que no era sano. Sabía que ella no era así, que jamás había sentido aquella necesidad quemante, agobiante de estar con él, de verlo, de pasar sus manos por su piel, de sentir su calor, de compartir su aire. Y, aun así, no podía evitarlo. Peor aún, no quería evitarlo. Había pasado tantos años sola, aislada de sus propios sentimientos, encerrada en sí misma, rodeada de muros de desconfianza y temor, que ahora que habían caído sus defensas, el amor la había arrollado como una ola, envolviéndola, sumergiéndola y arrebatándole casi por completo su capacidad de raciocinio. La mujer se arqueó en la cama, aferrándose a los barrotes de la cabecera, mientras su cuerpo se sacudía violentamente al ritmo de aquellas embestidas brutales que había aprendido a amar y por las que parecía vivir en esos momentos.

El incendio de su pasión se apagó lentamente y él cayó en sus brazos, escondiendo el rostro entre sus senos llenos y firmes. Sus respiraciones se calmaron poco a poco, mientras el sudor se secaba sobre su piel. No hacía frío y el frescor del atardecer se sentía bien en sus cuerpos afiebrados. Steve la acarició despacio, sin moverse de su posición, ni salir de su cuerpo. Le acunó la cintura con las manos y subió poco a poco hacia arriba, acariciando sus senos antes de acodarse, mirándola con una media sonrisa antes de apartarle un mechón húmedo de la frente.

─ Por un momento temí que te hubieran hecho daño...─ murmuró y la mujer negó con un gesto, alargando una mano para acariciar su mejilla bien afeitada, notando la ligera aspereza de su incipiente barba.

Long live the kingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora