Capítulo XVII: Nowhere to hide

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Capítulo XVII

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Capítulo XVII

Natasha echó la cabeza hacia atrás y se arqueó en la cama, cerrando los ojos despacio mientras apretaba las sábanas de seda entre sus dedos. La sensación cálida y húmeda de la lengua de Steve entre sus piernas la hizo abrir la boca en un suspiro involuntario que se mezcló con un gemido mal contenido. El placer le ondeó por la espalda, erizando los vellos de su piel. Él sabía lo que hacía y, demonios, se sentía tan bien tenerlo así, al fin. Podía sentir su lengua arrastrando todo lo que ella le ofrecía, su aliento acariciándola, sus manos sosteniendo sus caderas con fuerza, manteniéndola anclada a la cama, a su alcance; completamente a su merced. La verdad era que nunca se hubiese imaginado que estaría en una situación como esa, mucho menos después de lo que había pasado. Aquellas fantasías oscuras y secretas que su mente caprichosa había fabricado alguna vez se habían perdido en su memoria tras su terrible descubrimiento y más luego de la muerte de sus amigos.

Sin embargo, ahora que todo había quedado claro, que había dejado de resistirse, aquellas fantasías habían regresado con la fuerza de una ola y la habían hecho entregarse sin restricciones. Lejos habían quedado las dudas y los resquemores, lejos la culpa y el peso de su consciencia. En ese momento, no era más Natasha Romanoff, la vengadora. Sólo era Natasha, la mujer, entregada completamente al placer que ese hombre (que la sostenía con tanta fuerza que seguro le dejaría marcas en la piel) le estaba brindando. Steve apartó sus manos de las caderas suaves y ascendió por su abdomen hacia su pecho, acunando aquellos promontorios que tanto había deseado. Aún se le hacía difícil creer que estaban en esa posición, que tenía a Natasha para él, que finalmente había caído. Pero, ahí estaba, ondulando bajo él, gimiendo para su deleite, llamándolo, besándolo, devorándolo y acogiéndolo dentro de sí.

Mientras se introducía en ella lentamente, disfrutando de cada centímetro de su conquista, no podía dejar de congratularse a sí mismo. La tercera parte de su plan estaba en marcha. Euphemia había hecho su trabajo, ahora era su turno cumplir con su parte y, por todo lo que era sagrado, se aseguraría de cumplir. Un imperio que duraría mil años, que pondría a su sangre en la cima del mundo era lo que le esperaba. Natasha se abrazó a él y sintió sus dientes marcando su piel, reclamándolo. Que lo mordiera todo lo que quisiera, que lo marcara como deseara. Él era suyo y ella era de él. Su única concesión. De todo lo que dejó atrás, ella era lo único que no había podido olvidar, que no había podido superar. Lo que sentía por ella era más que amor. Era algo que estaba por encima de aquel sentimiento tan manoseado, era algo absoluto, total, avasallante. Estar así, moviéndose dentro de su cuerpo, besado por ella, marcado por ella, arañado por ella, era la culminación de un deseo que llevaba hirviendo dentro de él tanto tiempo que ya ni recordaba el momento en el que había surgido.

— Más...— jadeó ella en su oído y él sonrió. Sí, más. Todo lo que quisiera, todo lo que fuera necesario.

Cargó su peso en un brazo y se sostuvo sobre ella, embistiendo con más fuerza. Aquello era la gloria, maldita sea, y no estaba dispuesto a dejarla ir tan pronto. Posando su mano sobre su cadera izquierda, la guio, acomodándola de espaldas a él. Su piel marcada de cicatrices apareció frente a él y un ramalazo de culpa lo sacudió brevemente antes de que volviera a introducirse en su cuerpo. Había sido Sharon la que había causado aquellas marcas, la que había contaminado su piel antes impoluta. Y Sharon la había lastimado por su culpa: nunca debió subestimar el odio que aquella mujer podía llegar a sentir. Sin embargo, lo había hecho y ahí estaban las evidencias. En su espalda, en su rostro, en todo su cuerpo. Decidido a compensarla, a borrar aquellas cicatrices a fuerza de amor, se inclinó sobre ella y las cubrió de besos, disminuyendo su ritmo para alargar más aquel momento. Sus manos le acunaron los senos y los masajearon mientras que sus labios se paseaban por la piel de su espalda y sus hombros.

Natasha dejó caer el torso sobre las sábanas y suspiró, disfrutando de aquel nuevo ritmo que él había impuesto a su danza, sintiendo como el orgasmo se construía de a poco, lentamente bajo sus caricias. Aquello se sentía tan bien, tan correcto... sabía que estaba mal, que no debía, que él, en teoría, era su enemigo. Pero, no podía importarle menos. No cuando él le besó la nuca, susurrándole cuanto había soñado con tenerla así, cuanto tiempo había esperado por ella. ¿Qué conseguía con seguirse negando a sí misma la realidad? ¿Cuánto había llorado por aquella culpa que no la llevó a ninguna parte? La voz de su consciencia se ahogaba y ella no tenía ninguna intención de ir en su rescate. Que la maldijera el mundo, si así lo deseaba, pero, ella amaba a ese hombre y no lo dejaría ir. No de nuevo. De pronto, la reaparición de Steve le pareció algo casi milagroso. Ella lo había perdido y, por azares del destino, lo recuperó. Sin quererlo, sin buscarlo, sin que siquiera pareciera el mismo hombre...y aún así, ahí estaba, llevándola al borde de la locura.

En ese momento, comprendió de los grises de los que él había hablado antes. Steve era su enemigo y, a la vez, era el hombre al que amaba. Seguía teniendo las manos manchadas de la sangre de inocentes, de sus amigos, de su familia, pero, también era todo lo que ella había deseado. Se supone que debía odiarlo y, sin embargo, ahí estaba, derritiéndose por sus caricias, hechizada por su manera de besarla, perdida en su cuerpo, en su modo de tocarla. Sus brazos le rodearon la cintura y la alzaron, dejándola casi sentada sobre sus talones mientras comenzaba a moverse con más fuerza dentro de ella. Debido a la posición en la que se encontraban, las penetraciones eran más cortas, pero también más profundas y bastaron sólo unos momentos más para que ella se dejara ir. El gemido casi agónico que salió de su garganta la sorprendió incluso a ella misma. Hacía tanto tiempo que no se sentía de ese modo, que un orgasmo no la dejaba al borde de la inconsciencia que casi había olvidado como se sentía.

Su mente se convirtió en un lugar en blanco, suave y feliz, donde sólo existía ella y el hombre que jadeaba contra su oído. Por unos momentos que parecieron eternos, el mundo dejó de existir y ella pudo acurrucarse en los brazos de Steve, soñando que todo estaba bien. Tenía la piel cubierta de sudor y algo húmedo le escurría por entre las piernas, pero, no importaba. No en ese momento, no cuando el latido de su corazón la arrullaba. El cansancio la arrastró despacio, lentamente y ella se dejó llevar dócilmente por el sueño, acunada por el calor y el aroma del pecho del ex capitán. Steve estaba extrañamente despierto. La observó dormir por un largo rato, estudiándola, bebiéndosela con la mirada. Las cosas de ahora en adelante serían diferentes y él debería mover sus piezas para asegurarse que todo siguiera su curso.

Nada podía interponerse en sus planes. Si tan sólo una de las variantes cambiaba, si algo se salía de su curso, todo se iría al carajo. De pronto se sintió muy vulnerable. Estaba expuesto, como un nervio en carne viva, dependiendo de otros para que su plan diera resultados. Por una vez no tenía el control y aquello era atemorizante. Dependía de la doctora Zola para llevar a cabo su deseo, dependía de que sus hombres cumplieran con su misión, dependía de que los rebeldes no hicieran aún un movimiento, dependía de que Natasha quisiera permanecer a su lado, dependía de que ella se olvidara del pasado, que no descubriera su farsa, que dejara todo atrás... por él. Al verla dormir con tanta paz a su lado se dijo que todo saldría bien. Ella permanecería a su lado. Ya se encargaría él de que así fuera. Cerró los ojos y se dejó llevar por la modorra, consciente de que ya no tenía donde esconderse. Había caído en el juego, ese que él había estado esperando jugar: se había enamorado y ya no había vuelta atrás. 

Long live the kingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora