Capítulo IV: God is a woman

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Capítulo IV

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Capítulo IV

A Euphemia Zola le gustaba la música clásica. Creció rodeada de ella, con Schubert y Strauss sonando en los gramófonos de su casa. La música le hablaba de un pasado glorioso, de dorado en todos lados, de telas sutiles, de perfumes delicados, de grandes bailes, de deslizarse suave y grácilmente en los brazos de un hombre al ritmo del vals. Un pasado que ella no vivió y una escena que jamás se presentaría. Bajita y con una displasia de cadera que la dejó rengueando desde sus primeros pasos, era muy poco probable que alguien se fijara en ella para invitarla a la pista. Tenía el rostro pálido y redondo, con grandes ojos claros y labios finos. Su cabello de un rubio cenizo y opaco, siempre pegado al cráneo por el rodete que lo sujetaba con firmeza en su nuca.

No era la mujer que se espera ver en un salón de baile, enfundada en telas de ensueño, dejándose llevar por el caballero de sus sueños. Por eso, decidió dejar de lado las fantasías infantiles y centrarse en el don con el que había nacido: su mente. Euphemia era brillante, más que eso. Su mente era afilada como un bisturí, rápida, calculadora, certera. Siempre supo que no podría brillar en el mundo en el que se desenvolvía y que, si quería relucir, si quería extender sus alas, tendría que crear un nuevo mundo. Su padre había sido un hombre brillante, sí, pero carecía de la ambición necesaria para gobernar el mundo. A él le gustaba trabajar en las sombras, dejar que otros dieran un paso adelante. Ella quería estar al frente y al centro. Y se aseguraría de ello.

Cuando Steve entró a su laboratorio, se encontró con Wiener Blut sonando a todo volumen en el enorme gramófono que había conseguido para ella. Euphemia se merecía todo lo que quisiera y más. Ella lo había hecho quién era, le había mostrado su propósito en la vida y por eso él le estaría eternamente agradecido. Se acercó a ella y carraspeó para llamar su atención. La mujer se giró y le sonrió, mostrando sus dientes pequeños, su sonrisa de niña.

Herr Rogers. Siempre es un placer verlo⸺ saludó, sonriente, invitándolo a tomar asiento en el sillón de procedimientos.

⸺ Lo mismo digo, doctora Zola⸺ respondió el hombre, haciendo lo que le pedían.

Steve se quitó la camisa y se acomodó en el sillón, dejando que ella le atara las correas a sus brazos y piernas y le acomodara la maquinaria sobre la cabeza y el mordedor en la boca. Aquella parte de su tratamiento no era muy agradable, pero era necesario. Si quería ser más fuerte, si quería ser el más fuerte de todos, tenía que soportar lo que eso significaba. Euphemia cojeó hacia el panel de control y bajó la palanca sin contemplaciones, observando con parsimonia como el hombre se tensaba de golpe en el sillón y apretaba la mandíbula de tal modo que, si no tuviera aquella pieza de goma en su boca, habría hecho polvo sus dientes. La piel bronceada se cubrió de sudor, las manos apretadas en firmes puños, las venas marcadas en su cuello. Todo él gritaba dolor y a ella no podía importarle menos.

Los brazos de la máquina bajaron lentamente y docenas de agujas se clavaron en su piel, inyectándole el suero mejorado que ella había logrado sintetizar. Nadie como Euphemia Zola para diseccionar y mejorar la fórmula del doctor Erskine. Allí donde Schmidt y su padre fallaron, ella triunfó. Cuando su descubrimiento estuvo listo, Pierce consideró que era el momento de poner en acción el plan que ella se había encargado de deslizar subrepticiamente en la mente de su líder para que pensara que era su idea. Si, claro. Como si un hombre tan corto de miras pudiera idear algo tan grandioso como lo que ella pensaba hacer. No, nadie más que ella podría haber diseñado y ejecutado un plan de tales magnitudes con éxito.

Conseguir a un buen tirador no fue difícil. Sharon Carter resultó ser la candidata ideal, ya que formaba parte importante del grupo de rebeldes que dirigía el Capitán América. Nadie desconfiaría de ella y podría acercarse todo lo necesario sin despertar sospechas. El día que Steve Rogers decidió enfrentar a rostro descubierto a su enemigo y se precipitó a la pelea, fue el día en que ella supo que por fin habían triunfado. El tiro había entrado limpiamente a través de su corteza frontal, dejando el resto del cerebro intacto. A partir de ahí, todo había sido relativamente sencillo.

Euphemia actuó con rapidez. El tiempo era vital en estos casos, debía trabajar antes de que el tejido muriera y ella no pudiera hacer nada. Retiró el tejido dañado y lo reemplazó por el sustituto artificial que había estado elaborando con rapidez. Luego de que Steve recuperó sus constantes vitales, todo se precipitó como en una bola de nieve que desciende por la montaña, haciéndose cada vez más grande. El suero que él ya portaba, sumado al de su invención, le permitieron vivir y mejoraron lo que ya había sido mejorado. Steve representaba el pináculo de la perfección humana. Tenía la máxima agilidad, fuerza e inteligencia que un humano común podía poseer.

Con el suero de Zola, sus capacidades se quintuplicaron. Ahora era más que un ser humano. Euphemia estaba decidida a transformarlo en un dios. Había crecido obsesionada con la idea de ese hombre tan idealista, tan entregado a su deber que se enfrentó a la más gloriosa organización del mundo y que triunfó. El rencor con el que su padre hablaba de él no era más que un aliciente para sus fantasías infantiles. Cuando lo vio reaparecer del olvido y convertirse una vez en un símbolo de la nación, se dijo a sí misma que no perdería la oportunidad que la vida le estaba ofreciendo. Por eso, cuando Pierce le ofreció al Soldado del Invierno para que desarrollara sus experimentos, ella se negó.

Ella no quería al peón. Ella quería al rey.

Si alguien era merecedor del poder que ella estaba dispuesta a ofrecer, ése era él. Ella transformaría sus ideales en los suyos y lo moldearía a su voluntad. No fue fácil el proceso. Steve había retrocedido, se había convertido en un niño. Su cerebro se había reseteado y todas sus funciones habían vuelto a cero, pero, cuando vio sus ojos escarlatas abrirse nuevamente a la vida, se dijo que no se dejaría amedrentar por las adversidades. Pasaron meses antes de que se vieran resultados reales. Pero, ella nunca se dio por vencida. Lo alimentó con su propia mano, lo ayudó a dar sus primeros pasos, lo lavó y limpió, veló sus sueños con la devoción de una madre. Y cuando lo vio romper el cuello de uno de los hombres que habían enviado para entrenarlo con un solo movimiento de su mano, sonrió, feliz. Lo había conseguido.

Su momento llegó cuando Pierce le pidió liberarlo, mostrarlo al mundo. Entonces, decidió poner en marcha la segunda parte de su plan. A su orden, Steve fue a enfrentarse a él, y, para su sorpresa, no sólo volvió con la cabeza de Pierce dentro de una bolsa, sino que también con una mujer. Una mujer preciosa, a la que anunció como su futura reina. Euphemia no dijo nada, por supuesto que no. Steve Rogers era ahora el Emperador del mundo conocido y ella no era estúpida: jamás se interpondría en su camino, pero, la sacaría del suyo de un modo u otro. Era muy lista, después de todo. Luego de consultar su reloj de pulsera, levantó la palanca y las máquinas lentamente se alejaron de su cuerpo, mostrando a un Steve agotado, con la piel cubierta de sudor y el cabello cayéndole salvajemente sobre el rostro.

Su pecho subía y bajaba a impulsos de su aliento agitado y sus ojos estaban de un color casi negro. A medida que se fue calmando, se fueron volviendo más claros, hasta que retomaron el rojo que siempre lucían. Euphemia esperó con calma. Cuando lo vio más tranquilo, se acercó a él y revisó sus constantes vitales, entregándole a la vez una toalla para que se limpiara el rostro.

⸺ ¿Cómo se siente, herr Rogers? ⸺ preguntó con voz profesional, apoyando el estetoscopio en su pecho desnudo.

⸺ Mucho mejor, Euphemia⸺ él le sonrió con suavidad y le dedicó una suave caricia en la mejilla⸺ ¿Cuándo probaremos el nuevo suero? ⸺ preguntó, apartándose de ella para acomodarse la ropa.

⸺ Cuando usted desee, por supuesto⸺ respondió la mujer, impasible. Rellenó una planilla con los datos que acababa de obtener y lo miró bajo sus gruesas gafas, como estudiándolo⸺ ¿Desea que sea esta misma tarde?

Él asintió.

⸺ Que los hombres se preparen. Los veré en una hora⸺ respondió, saliendo del laboratorio. Euphemia sonrió, al quedar sola. Le encantaban las pruebas de sus experimentos.

Steve se dirigió a la sala de vigilancia, donde lo recibieron con grandes aspavientos. Sabía que estaban interrogando a Natasha en ese momento, y él quería verlo de primera mano. Sharon se estaba tomando en serio su trabajo. Sabía que lo hacía por venganza, no por diligencia, pero la brutalidad de esa mujer servía a sus propósitos, por lo que la dejaría, al menos por un par de días más. Contempló a través de la pantalla los golpes que le propinaban a la pelirroja y sintió la rabia acumulándose en su sistema como un veneno. Apretó los puños y la mandíbula hasta que no pudo más y salió del cuarto, a pasos rápidos, dispuesto a ir a la sala de pruebas.

Matar a alguien siempre lo calmaba. 

Long live the kingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora