Capítulo XXV: Trap

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Capítulo XXV

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Capítulo XXV

El viaje en auto entre Nueva York y Washington es de casi cuatro horas. En avión, es de una hora y diez minutos. El grupo de rebeldes, liderado por Tony, tardó ochenta y seis horas en arribar a la ciudad. La única manera "segura" de acercarse lo más posible antes de que los sorprendieran era a pie, moviéndose en grupos pequeños y aprovechando las líneas subterráneas de metro y desagüe. Aún así, durante un largo tramo del camino, debieron abandonar la seguridad del subterráneo y caminar a través de bosques interminables, y frondosos, cruzar helados y torrentosos ríos, subir montañas y pendientes, cargando el material, las armas, municiones, pertrechos e implemento sanitario: eran una verdadera caravana. Una parte importante de su grupo eran personas mayores que habían decidido que pelear era mejor que esperar la muerte en un túnel, así como muchachitos de no más de dieciséis años... y pese a ello, intentaban no detenerse más de lo necesario.

Tony los veía cansados, sucios, hambrientos, picados de insectos y más de uno magullado. Pero, aún así, avanzaban y avanzaban, arrastrando un pie tras otro hasta que caían rendidos cuando daban el alto. Aquella era casi una marcha fúnebre: todo el mundo sabía lo que le esperaba al final del camino y aún así, avanzaban y avanzaban, sin importar los peligros del camino. Cada paso era uno que los acercaba más a la tumba. Cuando finalmente arribaron a las afueras de Washington, Tony, Rhodes, Clint, Wanda y Bucky se pusieron al frente de sus escuadrones. Pepper se mantendría en la retaguardia, preparando un puesto de avanzada donde podrían atender a los heridos y organizar la retirada de ser necesario. María, Visión y Peter eran los únicos que se habían quedado atrás para coordinar la evacuación de los refugiados en caso de ser necesario. Ellos eran los encargados de protegerlos en ausencia de los demás.

Tony, nervioso, se acercó a su esposa y posó sus manos sobre sus hombros, deseando poder sentir la calidez de su cuerpo una vez más, pero los trajes se lo impedían.

─ Quiero que tengas cuidado, ¿me oíste? Pase lo que pase, oigas lo que oigas o veas lo que veas, no vayas detrás de mí. Te quiero aquí, poniendo a nuestra gente a salvo en caso de que... en caso de que las cosas no salgan bien─ Pepper posó su mirada acuosa en él y se forzó a poner una sonrisa en su rostro.

─ Ya no eres mi jefe, Tony. No puedes darme órdenes─ le dijo, con un nudo en la garganta.

─ No, pero, soy tu esposo. Y quiero que mi mujer esté a salvo, pase lo que pase─ la rubia asintió y acercó su rostro al del castaño, perdiéndose en el que quizás, sería el último beso que compartirían.

─ Te amo─ dijo ella al separarse y el castaño sonrió, presuntuoso.

─ Lo sé─ respondió alejándose unos metros antes de voltearse hacia la mujer y dedicarle una última sonrisa─ También yo, Pep.

Los escuadrones rebeldes aprovecharon la oscuridad de la noche para entrar a las alcantarillas de la ciudad. Wanda frunció la nariz en cuanto sus botas pisaron el agua sucia. El hedor era espantoso y la humedad los envolvía como una manta, sin dejarlos ni siquiera respirar con normalidad. Los cinco grupos avanzaron juntos por un buen trecho, siguiendo las especificaciones que Tadashi mostraba en las pantallas que llevaban en sus muñecas. La inteligencia artificial escaneaba la zona, mostrándoles las posibles trampas y manteniendo una luz encendida siempre hacia las salidas. La principal preocupación de Tony y su equipo era la seguridad de su gente: si todo aquello se complicaba demasiado o quedaban sin salida, todos tenían la orden de huir y ponerse a salvo, sin importar nada.

Así, avanzaron y avanzaron por un buen trecho, hasta que los túneles se dividieron. Era el momento de que cada quien tomara su camino. Rhodey y Tony compartieron un último apretón de manos, diciéndose sin palabras lo mucho que se querían y lo agradecidos que estaban el uno del otro. Clint abrazó a Wanda y palmeó la espalda de Tony antes de colgarse el arco en el hombro y avanzar hacia el oeste, siguiendo sus órdenes. La chica cruzó una mirada con el sargento y él cogió su mano, llevándosela a los labios. Dejó un beso especialmente suave en su dedo anular, mirándola con una promesa plasmada en los ojos. Era una pregunta silenciosa a la que ella asintió de inmediato. Sin mediar palabra, se separaron, reticentes y cada uno tomó su lugar, dirigiéndose hacia el norte y el noroeste, como estaba acordado.

Las tropas avanzaron en silencio. Tony, luego de tomar el rumbo sur, guio a sus hombres hasta una ventila. Allí, una chica rubia y de facciones dulces, le acercó la caja metálica que llevaba escondida en su mochila. El ingeniero le agradeció con una sonrisa y la abrió ante la mirada atenta de sus compañeros. De la caja salieron una docena de pequeños robots con forma de arañas, ciempiés y cucarachas. No era una imagen agradable de ver, pero, eran los animales que solían verse rodeando las alcantarillas, por lo que habían supuesto que llamarían menos la atención. Contrario a su costumbre, Tony las había hecho pintar en colores oscuros, discretos. Los robots subieron por las paredes húmedas y sucias y salieron a través de la ventila a la calle.

Cada uno de ellos llevaba una pequeña cámara que transmitía directamente a los brazaletes de los líderes de escuadrón. Las calles estaban extrañamente vacías. No se veía un alma en las aceras y ningún auto surcaba las amplias avenidas de la capital. Era como si toda la gente se hubiese esfumado de pronto, como si fuera un pueblo fantasma. 

Nos esperan─ la voz de Barnes llenó los oídos de Tony y el ingeniero no pudo más que darle la razón.

─ Avancen con cuidado y no hagan ninguna tontería─ advirtió Stark y los demás asintieron a través de los comunicadores.

Claro que los esperaban. Rogers no iba a quedarse tranquilo aguardando a que lo atacaran, no iba a quedarse sin hacer nada. El hombre era un impresionante estratega militar y encima, el maldito disfrutaba jugando con ellos. Era un sádico, ya lo había probado con creces. A Rogers le gustaba el drama, llamar la atención, demostrar que era mejor: el mejor de los mejores. Sus pequeños robots espías siguieron avanzando por las calles vacías, reafirmando la siniestra teoría de Barnes: los esperaban. La tensión se palpaba en el ambiente, el silencio era aterrador. Detrás de él, los hombres de su escuadrón avanzaban lento pero seguro, con las armas en alto y el miedo escapando por cada poro, tanto que era casi una cosa tangible. Tony estaba seguro de que si alargaba la mano, podría tocarlo, como si de una mortaja se tratara.

Los rebeldes siguieron avanzando sin problemas y Tony se sentía cada vez más preocupado. ¿Dónde estaban los hombres de Rogers? ¿Dónde estaba su defensa? De pronto, alguien apareció en la línea de visión de uno de los robots. Stark se tenso de inmediato al notar de quien se trataba. Steve se inclinó y cogió a la pequeña araña, acercándola a su rostro. La observó cuidadosamente por unos segundos y luego esbozó una amplia sonrisa, enviando un escalofrío por la espalda del castaño.

Buenos días, Tony. Maravilloso día para arreglar nuestros asuntos, ¿no es así? Espero que hayas dejado todo resuelto, querido amigo. Hoy es el día en el que mueres... ─ le dijo a la cámara justo un segundo antes de destruir al robot entre sus dedos, dejando caer los restos al suelo, como si se tratara de migajas.

En ese minuto, un estruendo espantoso hizo temblar las paredes de la alcantarilla y todos debieron sostenerse para no caer. Confundidos y adustados, todos comenzaron a llamar a los demás a través de los comunicadores.

¡Tony! Tony, fue Clint... La explosión fue en el oeste─ gritó Rhodes en el comunicador.

Su escuadrón era el más cercano a la zona del desastre y ellos se habían salvado apenas por un pelo. El hombre estaba cubierto de polvo y escombros, tosiendo convulsamente mientras reunía a los hombres y mujeres de su pelotón, confiando en que no faltara nadie. Stark, Barnes y Wanda hicieron un silencio pesado, cargado de dolor, rabia e impotencia.

─ Sigan avanzando... No vayan a apartar la mente del plan─ pidió el ingeniero, pero Wanda ya no escuchaba nada.

Steve regresó al puesto de control que habían puesto en la avenida Washington y se sentó frente a las pantallas que mostraban las cámaras de tráfico de toda la ciudad. Frente a él, una escena dantesca se desarrollaba: sus hombres habían hecho estallar el túnel oeste, derrumbando edificios y viviendas en un radio de cinco cuadras a la redonda. De todos modos, ese barrio nunca le había gustado. La polvareda cubrió las cámaras y más de una mostró estática, ya que habían sido destruidas en medio de las explosiones. No sabía con exactitud a quién habrían asesinado, pero, no le importaba demasiado. La idea era enfurecerlos, hacerlos salir y estaba seguro de que lo lograría. Cuando vio el resplandor rojizo de los poderes de Wanda en el área norte de la ciudad, supo que lo había conseguido.

Habían caído en la trampa.


Long live the kingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora