4 El volcán

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Capítulo 4 : El volcán

Aún no habían vestigios de la luz del sol cuando Wendelina despertó a David a la madrugada y le ordenó prepararse para afrontar el viaje hacia el volcán Uruk. El guisado de aves silvestres e ingredientes que él desconocía y que le había preparado la joven esa noche lo dejaron pesado y soñoliento, además de contraer un pequeño dolor abdominal. Aún así se motivó para desperezarse y aprontarse.

—Desde aquí será un largo camino a pie, mejor prepararse ahora y partir con el alba para llegar antes del anochecer —indicó Wendelina.

—Puedo ver el pico del volcán —reconoció David—. ¿Cuál sería el mejor camino? Ni siquiera sé dónde estamos —reconoció.

—Sí lo sabes —Le recordó Wendelina—. Estás en el bosque de Wendelina y desde aquí el mejor camino está marcado por un sendero, hay un arroyo que debemos cruzar, pero conozco el lugar más fácil para hacerlo. Tú sígueme.

—El bosque de Wendelina —repitió David en voz alta a quien el nombre le parecía divertido.

—Así es —confirmó tajante Wendelina.

—O sea que ¿Es tu bosque? —consultó David incrédulo.

—Wendelina se llamaba mi abuela —le informó la joven—. Yo sólo tengo su mismo nombre.

—¿Dónde está ella? —intrigó David.

—Ya no está. Estaba anciana, salió y nunca regresó. Hice un pequeño altar para ella a la orilla de un arroyo. Pasaremos por allí antes de llegar al volcán —contó Wendelina.

—Lo siento mucho —se lamentó David.

—Está bien. ¿Sabes? Ella fue la que me enseñó todo sobre curandería. Me crió y aprendí muchas cosas con ella.

—Parece haber sido una gran persona —dijo David de manera sentida.

—Así es noble caballero, y mi madre fue aún más sorprendente, mi abuela me contaba que fue la persona más inteligente y sabia que haya existido —exclamó Wendelina con orgullo.

—¿Y dónde está tu madre? —preguntó David.

—Murió en la cárcel de Piedras altas —respondió Wendelina.

—De verdad, lo siento —se lamentó nuevamente David que se culpaba por seguir haciendo preguntas indiscretas—. Si te hace sentir mejor mi madre tampoco vive, murió cuando yo nací.

—De ninguna manera eso me haría sentir mejor —reconoció Wendelina.

El amanecer de a poco comenzó a abrirse camino y ámbos apuraron el paso para terminar los preparativos de la excursión. 

—Comida, agua, todo esto lo llevarás tú David —le informó Wendelina cargando en su espalda varios morrales para el camino.

—¿Qué es esto que llevas aquí? —preguntó David al encontrar un morral particularmente pesado.

—Son un par de libros sobre hierbas y plantas y unos pocos frascos —le explicó la joven.

—¿Y consideras prudente llevarlos con el peso que traen? —cuestionó David sin entender para qué serían necesarios para la tarea.

—Del mismo modo que no dejarías tu espada yo no dejaría esos tomos. El conocimiento es la mejor arma que conozco, noble caballero —respondió ella con serenidad—. Pero tienes razón, no tienes que llevarlos por mí. Dámelos —le pidió.

Ya había claridad cuando estuvieron listos y partieron hacia el volcán, Wendelina iba al frente siguiendo un sendero claramente marcado por el que no había vegetación que dificultara seriamente el camino. El peso de sus pertenencias apaciguaba los pasos de ambos, pero éstos eran seguros y David estaba cómodo, sentía además un fuerte alivio por estar en viaje para encontrar a Nathael; pensaba en él manteniéndose demasiado en silencio hasta que Wendelina se lo hizo notar.

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