38 Órdenes

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Capítulo 38: Órdenes

Malthus se acercó a la enorme mesa ovalada, extendió un mapa sobre ella y les pidió a los demás que se ubiquen alrededor para explicar su plan. Todos los que estaban en la carpa se pusieron junto a la tabla. Cuando Malthus sintió que tenía la atención de todo el grupo, comenzó a hablar.

—En la batalla que tuvimos a las puertas de la muralla de la fortaleza Esmeralda logramos una victoria en el campo, pero ellos lograron retirarse tras sus muros —explicó el magistrado.

—O sea que el magistrado usurpador... —dedujo Sebastián.

—Así es. Eleazar se esconde tras las piedras —interrumpió Laurence.

Sebastián inspeccionó minuciosamente los mapas extendidos sobre la mesa, señalando con el dedo a medida que lo repasaba, y murmuraba para sus adentros.

—Mmmm... —El oficial rubio y fornido se llevó la mano a la barbilla y, luego de un momento, levantó la mirada—. Asedio.

—Ya está en marcha —corroboró Sophía.

—Nuestros cinco batallones están ubicados alrededor de la fortaleza Esmeralda —informó el magistrado Malthus—. Las órdenes son simples: nadie entra ni nadie sale de allí.

Se hizo un pequeño silencio, Sebastián continuaba concentrado en el pergamino sobre la mesa que representaba el territorio en el que estaban.

—Podrían contraatacar desde el norte. El rey Yarelis tiene refuerzos, y ustedes ya leyeron lo que dijo el líder Santino, su órden Esmeralda podría tratar de romper el asedio —observó el oficial rubio y fornido.

Sophía emitió una risita socarrona.

—Yarelis debe estar escondiéndose más que su magistrado Eleazar —respondió la maestra de armas.

—Aún así, tenemos vigías —explicó Laurence, manteniendo la sobriedad—, ningún ejército lo suficientemente grande va a acercarse a nosotros sin que lo veamos.

Malthus reafirmó las palabras del comandante de la villa administrativa con un ligero cabeceo de aprobación. Sebastián continuó pensativo por un momento más.

—Parece que tienes todo controlado —aceptó el alto y fornido al no encontrar más reparos—. Entonces a esperar que el fuerte se rinda para poder tomarlo.

Malthus asintió con la cabeza y miró a los ojos a todos los que estaban dentro de la tienda.

—Muy bien, ¿alguna pregunta? —pidió el magistrado al grupo.

David fue el único que levantó la mano. Malthus hizo un ademán y le cedió la palabra al joven.

—¿Cuánto tiempo debemos esperar antes de que se rindan en el fuerte?

Sophía entendió la verdadera preocupación detrás de la pregunta de David y le puso una mano en el hombro.

—Te prometo que vamos a tratar de hacer que te reencuentres con él lo antes posible, David —aseguró la maestra de armas.

El joven asintió con la cabeza y bajó la mirada. Wendelina se acercó a él y acarició su espalda para mostrarle apoyo.

—Yo también te doy mi palabra, David —aseguró Malthus.

Sebastián carraspeó la garganta para atraer la atención y todos los presentes volvieron a concentrarse en los papeles sobre la mesa.

—Entonces, ¿cuáles son mis órdenes? —preguntó el rubio y fornido.

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