7 El plan

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Capítulo 7: El plan

David despertó a la madrugada sin saber si era de noche o de día. La oscuridad total de la taberna con las ventanas cerradas y tapadas y la falta de cualquier contacto con la luz exterior le hizo perder la noción del tiempo.

Estaba cansado, pero no tanto como para seguir durmiendo, no sólo por la dureza del suelo en el que Wendelina había armado su lecho horas atrás, sino por la preocupación que le empezaban a generar las palabras de la muchacha. Él era libre de arriesgar su propia vida, pero la vida de alguien más... eso era otra cosa, no se sentía cómodo.

Hurgó en su conciencia y buscó un motivo para aceptar la decisión de ella.

Conforme pasaban los minutos unos pocos destellos de claridad se colaban de entre los pequeños huecos y aberturas de la construcción, él día se abría camino.

David despertó a Wendelina que estaba acostada a un metro y medio de su lado en otro lecho.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella desperezándose—. Aún está oscuro, es de noche.

—No hay luz, Wendelina, pero está por amanecer. Debo ir a la plaza a ver a ese hombre corpulento ¿Recuerdas? —le recordó David acercándose a ella para susurrarle despacio al oído.

Wendelina permaneció inmóvil durante un instante, luego se sobresaltó y, en menos de un segundo, estuvo de pie y totalmente despabilada.

—Voy a prepararme —anunció ella de golpe, tomando su peluca rubia que había dejado acomodada prolijamente en el suelo—. Parece que hay algo de luz, vamos a retrasarnos ¡Apresúrate! —le ordenó a David mientras escondía nuevamente su verde cabellera bajo la melena dorada.

David inspeccionó su pobre equipamiento: su armadura ligera, su espada; enorme y pesada para una persona de 14 años, y sus simples botas y ropajes. No tenía nada más.

—Yo ya estoy listo —dijo él sin preámbulos, poniéndose de pie y envainando su arma.

Wendelina terminó de prepararse, guardó todo y se dispuso a salir por la puerta principal. David la frenó interponiéndose con el brazo.

—¿Estás segura de esto? Será peligroso —le preguntó por última vez.

—¿Tú estás seguro de aceptar todas las consecuencias de tus acciones? —replicó ella sin perder de vista su mirada.

David no contestó, en cambio, le abrió personalmente la puerta para que lo acompañe a ir al encuentro con el hombre corpulento.

Siguieron apresuradamente la avenida central en dirección a la plaza principal. Divisaron al hombre justo al lado del monolito que les había señalado la noche anterior, este a su vez, los seguía discretamente con la mirada.

—Wendelina y el noble caballero —saludó el hombre con los brazos cruzados y en tono burlón—. Pensé que se habían acobardado, hubiera sido lógico.

—Aquí estamos, así que ¿cómo vamos a sacar a mi hermano de esa cárcel? —preguntó David sin rodeos.

—A tu hermano y a mi amigo, querrás decir, los vamos a sacar usando un plan que diseñé —replicó el hombre corpulento.

—Muy bien, sigamos tu plan entonces, no perdamos tiempo. ¿Dónde está la prisión en la que lo tienen? —exigió saber ansioso e intrépido David.

El hombre señaló con el dedo hacia el norte en señal de respuesta.

—¿De cuál de todos esos edificios hablas? —preguntó nuevamente.

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