Capítulo 13: Es mío
David, Wendelina y David estaban acorralados por los dos forajidos. El más corpulento bloqueaba el paso de Wendelina y Malthus con una lanza más larga que el hombre que la portaba; el otro, con una figura estilizada pero desgarbada, blandía la espada que había dejado David descuidada en el árbol, cerrando la trampa.
Los tres, desarmados y sin escapatoria, levantaron las manos en señal de rendición.
—Oigan, no tenemos mucho dinero, pero podemos resolver esto —mencionó Malthus dando un paso hacia adelante—. Si quieren...
—¡Silencio! —ordenó el corpulento hombre de la lanza, amenazándolo con su arma.
Malthus volvió rápidamente sobre sus pasos, levantó las manos lo más alto que pudo y bajó la cabeza en señal de sumisión.
El forajido delgado comenzó a revisar las alforjas del grupo; con David muy cerca de él, mirando impotente la manera en la que desarmaba y desordenaba su contenido en búsqueda de objetos de valor.
—¿Qué es esto? —gruñó molesto el ladrón al ver los objetos que encontraba—. Frascos, frascos y más frascos.
—Fíjate si hay algo de valor dentro de esos frascos —pidió el otro.
—Hay florcitas y pasto —contestó frustrado.
—No seas tonto ¡Sigue buscando! —le ordenó el ladrón corpulento.
—Papeles, libros, más frascos. No hay nada aquí —dijo el otro, tirando los morrales con ira.
—Eso no es aceptable —dijo el ladrón de la lanza de manera calmada, volteándose para ver nuevamente a Wendelina y a Malthus—. Quiero que me entreguen todo lo que lleven consigo de valor. Vacíen sus bolsillos.
Los tres obedecieron, pero lo único que los ladrones consiguieron fue la vieja daga de Wendelina y el resto de las monedas de la venta de trufas. A David se le hizo un nudo en la garganta al ver a la muchacha entregar sus objetos, la ira le nublaba la visión y aceleraba su respiración. Deseaba más que nada tener su espada y utilizar los movimientos que le había enseñado la muchacha contra esos hombres.
—¿Esto es todo? Es una miseria —acusó en tono calmado pero con rastros de ira el ladrón de la lanza.
—No obtendrás más que eso, así que aléjate —le sugirió David desafiante por la impotencia que sentía.
—No, no me voy a ir, niño. Por esta miseria no me voy a arriesgar a dejar testigos que puedan incriminarme —respondió, lanzando una molesta risita malévola.
—Oigan, no nos hagan nada —imploró Malthus visiblemente asustado.
—Creo haberte ordenado que te calles —le respondió el ladrón de la lanza.
Tengo una propuesta —ofreció Malthus—. Si me llevan hasta la villa administrativa les pagaré, ellos me acompañan por dinero también —agregó en relación a David y Wendelina.
—¿Acompañarte a un sitio lleno de soldados? ¿Me crees un tonto?.
—No, lo juro, es de verdad, les daré todo el dinero que quieran. Pero por favor, no me hagan nada a mí.
—A ninguno de los tres —corrigió David.
El ladrón corpulento de la lanza se acercó a Malthus y se puso a su altura para cruzar miradas.
—Tu propuesta ha sido rechazada. Y quiero que sepas que me ofende que me tomes por un tonto —le susurró con la cara casi pegada a la suya.
Malthus estaba tan abatido que cayó de rodillas al suelo. David ya no podía aguantar la desazón que sentía, tenía los dientes apretados y sus ojos destilaban odio hacia los dos forajidos.
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Aprendiz de valiente
AdventureDavid es un simple aldeano que es llamado a las armas para proteger a su comunidad en un conflicto por el que perderá su hogar y secuestrarán a su hermano. Iniciará un viaje para ir a rescatarlo develando a su paso todo lo que está ocurriendo en el...