34 Hombro a hombro

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Capítulo 34: Hombro a hombro


David siguió a Rodo y sus dos compañeros, Simón y Ricky, al punto donde se estaban reuniendo todas las tropas en el campamento. Sin conocer el lugar correcto en el que debía pararse, se formó junto a ellos copiando su comportamiento.

Rodo observó a David y se percató de que estaba visiblemente desorientado.

—Ubícate a mi lado, David —susurró Rodo para no llamar la atención, señalándole el lugar con su dedo índice.

El muchacho obedeció y se integró a la formación, que se estaba armando frente a la tienda que funcionaba de cuartel general, al lado del hombre corpulento.

De la enorme carpa emergió el magistrado Malthus escoltado por el comandante Laurence, la maestra Sophía y unos pocos oficiales más. Todos llevaban las mismas vestimentas de color azul, típicas de la guardia del magistrado en la villa administrativa.

Malthus se paró frente a todos los habitantes del campamento, pasando revista de sus hombres con la mirada.

—¡Soldados, habitantes de Piedras altas, amigos míos! ¡Atención! —exclamó el magistrado para que todos lo oyeran.

Todos las personas formadas se pusieron firmes al mismo tiempo al oír la órden de Malthus. David, que no conocía el protocolo, imitó los movimientos de los demás haciéndolos tarde.

—Estamos por adentrarnos en una lucha por la justicia de nuestro reino —informó Malthus—. En unos momentos, los líderes de sus batallones se unirán a ustedes y marcharemos hacia la fortaleza esmeralda. Allí, debería esperarnos una batalla. Estamos preparados, somos superiores y no me cabe duda de que el resultado no será otro que una victoria. Aún así, los exhorto a cumplir todas las órdenes de sus líderes. ¡¿Quedó claro?!

—¡Sí, magistrado! —dijeron todos al unísono.

—Sí, magistrado —dijo David, tarde y avergonzado, en voz baja.

—¡Rompan filas! —ordenó Malthus y los oficiales que lo escoltaban pasaron al frente para reunir a los hombres que tenían que liderar.

—Batallón cuatro, los del pueblo de Piedras altas, ¡conmigo! —ordenó la maestra de armas Sophía.

—Ya la escucharon, muchachos, ¡vamos! —dirigió Rodo a Simón, Ricky y varios de los que lo rodeaban.

Luego, el hombre corpulento le hizo una reverencia a David y se alejó de él para unirse a sus compañeros junto a Sophía.

La mujer de figura alargada llamó con la mano a David.

—David, ven. Tú también formarás parte de este grupo.

Rodo frunció el ceño ante la convocatoria del muchacho, se acercó a Sophía y le cruzó una mirada de pocos amigos.

—Él no puede venir. Es solo un jovencito —alertó el hombre corpulento.

—Alguien tiene que cuidarte la espalda —respondió Sophía sarcásticamente, con una sonrisa malévola dibujada en el rostro.

—No bromeo. Yo más que nadie sé de lo que ese pequeño es capaz, pero aún así no tiene edad para marchar a una batalla.

—No. No sabes de lo que es capaz. Lo he estado entrenando. Puedo asegurarte que está listo. Y como la decisión depende de mí... No voy a permitir que nadie me contradiga.

Rodo meneó la cabeza y apartó la vista, ofuscado por la situación. Quería responderle, pero sabía que era inútil resistirse a una órden directa de su oficial superior.

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