37 Reencuentros

25 10 14
                                    


Capítulo 37: Reencuentros

David y Wendelina se abrazaron el uno al otro. El joven cerró sus brazos alrededor de la muchacha con toda las fuerzas que tenía. No sentía que tuviera nada para decirle en ese momento, solamente deseaba no tener que soltarla.

Junto a Wendelina había llegado el grupo que lideraba Sebastián, el joven oficial que había desertado de la villa administrativa para esconderse en una isla. Sophía levantó una mano para llamarle la atención y Sebastián avanzó hacia ella, con todo el grupo siguiéndolo, pasando al lado de David y Wendelina a quienes ignoró para no interrumpir su reencuentro.

—¡Ya llegamos! —anunció Sebastián cuando estuvo lo suficientemente cerca de la maestra de armas.

—Me alegra verte. Es bueno saber que no te acobardaste —lanzó Sophía con una sonrisa burlona dibujada en el rostro.

Sebastián abrió sus brazos para ofrecerle un abrazo a la maestra de armas y su cuerpo fornido pareció inmenso.

Sophía aceptó y apretó su figura alargada contra la enorme mole del oficial rubio y fornido.

—¿Nos hemos perdido de algo? —preguntó Sebastián cuando Sophía lo soltó.

—Te perdiste la batalla —contestó Sophía con aires de superioridad.

—Ya habrán otras —contestó la mujer arquera que estaba junto a Sebastián.

Sophía le hizo una ligera reverencia.

—Jessica —la saludó de manera solemne.

—Sophía —correspondió la arquera.

Se hizo un breve silencio incómodo. Sebastián miró a ambas mujeres y se apuró a cortar el ambiente tenso del momento.

—Quiero ver ahora mismo a Malthus. ¿Puedes guiarme, Sophía? —preguntó el oficial Sebastián.

—Por supuesto. Acompáñame —accedió la mujer de pelo castaño y figura alargada, luego se volteó a hablarle a sus alumnos—. ¡Enseguida vuelvo, ustedes sigan practicando! —ordenó.

Sophía comenzó a caminar hacia la carpa de los líderes del campamento con Sebastián siguiéndola de cerca.

—Vamos, niña —ordenó el hombre fornido a Wendelina cuando pasó nuevamente cerca de ella.

La muchacha se soltó de David y asintió con la cabeza.

—Sí, voy contigo —dijo Wendelina y luego se dirigió a David —ven, noble caballero.

Los cuatro entraron juntos a la tienda más grande del campamento que funcionaba como cuartel principal. La enorme lona blanca que la armaba se abría como una cortina para dar lugar a un ambiente con un espacio bastante amplio. En el medio del lugar había una mesa ovalada, junto a sus respectivas sillas, lo suficientemente grande como para que entren todos los oficiales del campamento. A los costados habían varios ficheros apilados unos sobre otros y por todos lados había desparramados planos, mapas, cartas y pergaminos.

Malthus, Laurence y Lando voltearon al unísono cuando Sophía entró a la carpa escoltada por Sebastián.

—No lo puedo creer, creo que estoy viendo a un fantasma —dijo Sebastián, señalando a Malthus con el dedo.

A Malthus le brillaron los ojos al reconocerlo y todo el rostro se le iluminó.

—Creéme que hubo días en los que me sentía uno —replicó Malthus, abriendo los brazos para recibirlo.

Aprendiz de valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora