11 Bosque negro

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Capítulo 11: Bosque negro

La noche transcurrió con Wendelina muy inquieta, tratando de organizar todo antes de comenzar el viaje: Dio instrucciones a Jazmín de seguir cuidando y atendiendo la taberna en ausencia de Greta, llenó un par de sacos con granos y provisiones para el camino, al tiempo que dejaba en la caja la mitad de las monedas que le había dado la tabernera por sus trufas a modo de pago, ante la mirada incrédula de Malthus y, por último; armó todas sus alforjas para llevar sus pertenencias.

—Parece demasiado equipaje —opinó Malthus admirando la cantidad de cosas que iba guardando la muchacha—. ¿Cómo piensas llevar todo eso?

Wendelina lo ignoró, luego levantó dos de los morrales y sin mediar palabra le colocó a Malthus uno en cada hombro.

—Oh, ya veo ¿Necesita que le lleve algo más, su alteza? —rezongó Malthus visiblemente molesto.

—Ya veremos —contestó cortante Wendelina sin siquiera mirarlo.

Finalmente, David y Wendelina se deshicieron de los disfraces que usaron en la prisión y volvieron a su armadura ligera y a su ropa prolijamente remendada, respectivamente.

David dio un último vistazo al establecimiento, el lugar estaba tranquilo aunque un poco desordenado.

—¿Crees que Jazmín estará bien? —le preguntó él a Wendelina tomando la alforja con libros que le entregaba la muchacha.

—No creo que ella corra peligro, pero no puedo decir lo mismo de Greta. Hay que encontrarla —subrayó la muchacha.

—Y a mi hermano —agregó David con voz segura.

Wendelina se acercó a él y le apoyó una mano en el hombro y lo miró a los ojos.

—Lo encontraremos, confía —le dijo con voz firme.

—Lo sé.

Hubo un silencio en el que ambos se mantuvieron callados y quietos a pocos centímetros uno del otro, que fue interrumpido por la voz de Malthus.

—¿Estamos todos listos? —preguntó él.

Wendelina rompió el contacto visual con David y le sacó la mano del hombro, para luego voltearse y dirigirse a Malthus.

—Creo que ya estamos preparados ¿Noble caballero?.

—Sí, yo también —confirmó David prestando atención al equipamiento.

—Excelente —se alegró Malthus—, entonces solo me queda asearme y afeitarme y podremos partir.

—No hay tiempo para eso, lo lamento —espetó Wendelina abriendo la puerta principal para revisar el exterior de la edificación.

—No puedo salir así, tengo un aspecto fatal. Por favor —suplicó Malthus dirigiendo su pedido a David.

—Lo siento, de verdad, pero ella tiene razón —se disculpó David señalándole la salida para que la cruzara—. Amanecerá pronto y para entonces debemos estar fuera del pueblo.

Malthus obedeció mascullando quejidos. Tenía las piernas libres para caminar con libertad, pero estaba encadenado de la cintura para arriba y llevaba bastante peso sobre los hombros. Salió primero, con Wendelina detrás vigilándolo y David cerrando la marcha.

La noche estaba más oscura que de costumbre, las nubes tapaban la luz que irradiaba la luna y casi no se veían estrellas en el cielo. Las calles del pueblo estaban desiertas y había muy pocas antorchas que iluminaran el camino.

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