21 El cuadro

39 15 14
                                    

Capítulo 21: El cuadro

La reunión terminó muy tarde a la madrugada. Todos se encontraban demasiado cansados, pero David, Wendelina y Malthus estaban reconfortados porque por primera vez en mucho tiempo iban a poder volver a dormir cómodamente en una cama.

—Descansemos hoy lo mejor que podamos, mañana tenemos mucho que hacer —dijo Laurence dando por terminada la reunión—. Lando, lleva a la rubia y al chico a una habitación para soldados —pidió al guardia alto.

Lando obedeció y empezó a guíar a los jóvenes.

—Espera, Lando. David ¿Puedes quedarte un momento? —pidió Malthus.

David tenía mucho sueño, pero aceptó la petición del magistrado; se apartó de Wendelina, que salió del despacho siguiendo a Lando, y se quedó solo en la habitación junto a Malthus.

Malthus esperó hasta que todos se fueron y caminó en dirección a uno de los cuadros que adornaban las paredes.

—David, ven, ayúdame a quitar este retrato.

David miró la pintura que Malthus quería sacar de la pared: Un hombre jóven, con el pelo blanco que le caía sobre los hombros, estaba sentado sobre una silla con la mirada penetrante y una expresión severa en el rostro.

—¿Quién es? —preguntó David al verla de cerca.

—El magistrado que tomó mi lugar cuando me detuvieron —respondió Malthus—. Anda, vamos a descolgarla.

Bajaron el cuadro de su lugar y lo colocaron a un lado de la habitación, lo mismo hicieron con un par más.

—Ahora ayúdame a correr este estante —pidió Malthus poniéndose al lado de uno de los enormes muebles llenos de libros que estaban detrás de su escritorio.

Ambos corrieron con dificultad la enorme estructura de madera, sin quitarle nada de encima antes, y descubrieron una puerta de hierro grande cerrada con un candado. Malthus tomó una llave escondida entre las encuadernaciones, abrió la caja fuerte y accedió a un enorme espacio tras la pared lleno de papeles, pergaminos y más libros.

—Excelente, parece que no descubrieron mi escondite. Todas mis cosas siguen aquí —dijo Malthus suspirando de alivio.

Malthus sacó de la caja escondida un retrato de tamaño mediano con la ayuda de David.

—Vamos a poner este cuadro en el lugar del grande aquél que sacamos —pidió Malthus.

David ayudó al hombre en su tarea y ambos levantaron la pieza para llevarla hasta su posición en la pared del despacho, una vez asegurada, los dos posaron sus ojos en ella.

La pintura mostraba a un hombre adulto de pelo corto, canoso y con la mirada triste; vestido con unas hermosas prendas sueltas de color rojo y dorado, sentado en un enorme sillón y con una corona dorada que se posaba delicadamente sobre su cabeza. A su lado, un muchacho, que no parecía tener mucha más edad que David, estaba parado a su derecha con una enorme sonrisa en el rostro y una mano sobre el hombro del viejo.

David contempló la pintura por un momento, prestando atención al joven que aparecía en ella, de alguna manera sentía que lo había visto antes.

—¿Quiénes son? —preguntó a Malthus al no poder adivinar quienes eran los que estaban en el cuadro.

—Ese es el viejo rey Antoine, gobernó el reino de Piedras altas antes que Seky y Yarelis —explicó Malthus señalando al hombre que llevaba la corona—. Y ese es su asistente, tan joven, tan lleno de sueños —dijo señalando al muchacho y apreciando el retrato con una mirada melancólica.

Aprendiz de valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora