36 Cabizbajo

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Capítulo 36: Cabizbajo

Luego de la batalla, los soldados que habían combatido en el ejército de Malthus organizaron, con una velocidad asombrosa, una fiesta para celebrar lo que ellos consideraban una victoria. Los hombres brindaban con bebidas que sacaban de unos barriles que el magistrado les había reservado para la ocasión, mientras bailaban y reían alrededor de los enormes fogones que habían emplazado en su nuevo campamento alrededor del fuerte.

David estaba sentado en un tronco, alejado del ruido y de los demás. Tenía la mirada clavada en el suelo y sostenía su cabeza con las manos.

Simón y Ricky se acercaron junto a él para hacerle compañía y se pararon delante suyo

—Aquí estás —dijo Simón, el alto y rubio, esbozando una amplia sonrisa.

David levantó la vista para reconocer quién le estaba hablando y, al ver que eran ellos, les dedicó una ligera sonrisa que rápidamente borró de su rostro.

—¿Por qué no nos haces compañía en la fiesta? —insistió Simón, ofreciendo su mano como invitación.

—No tengo ganas de festejar —declinó David, negando con la cabeza.

Ricky dio un paso al frente y se acercó al joven para extenderle su cantimplora.

—Toma, bebe —ofreció Ricky, el hombre de baja estatura y hombros anchos.

David lo rechazó con un movimiento de su mano.

Simón y Ricky se sentaron uno a cada lado de David. El rubio y alto pasó el brazo por su espalda y le puso una mano en el hombro al joven.

—Sé lo que piensas, David. Y créeme, nosotros también vamos a extrañar a Rodo —dijo Simón.

—No es eso. Es que... —Un nudo se le formó en la garganta al joven que no le permitió seguir hablando. Una solitaria lágrima comenzó a rodar por sus mejillas.

—Lo sé —aseguró Simón.

—No lo fue —añadió Ricky.

—¿Cómo dices? —preguntó David con los ojos vidriosos.

—No fue tu culpa —completó Ricky.

David aflojó un poco su cuerpo. Las palabras del hombre parecían haber dado en el blanco.

—Rodo siempre fue un hombre de acción —reconoció Simón—. No se me ocurre un mejor final para él que en batalla, rodeado de sus compañeros y amigos.

David sonrió sinceramente por primera vez desde que había terminado el ataque a la fortaleza esmeralda.

—Toma un trago —ofreció Ricky nuevamente, al ver a David con ánimos renovados.

El joven volvió a hacer un gesto para negarse.

—En mi aldea había alcohol, lo hacían fermentando los granos que cosechábamos. Pero en verdad nunca tomé.

—Es agua —corrigió Ricky.

—Nosotros tampoco estamos alegres. No tenemos ganas de participar de la fiesta —le confesó Simón a David al oído—. Después de todo... él también era nuestro mejor amigo.

David asintió, extendió su brazo, tomó la cantimplora de las manos de Ricky y olió su contenido antes de darle un trago.

—Gracias —dijo el joven devolviendo la bebida a su dueño.

Ricky le dio dos palmadas en la espalda.

—¡Ánimo! ¿Estás mejor? —le preguntó Ricky.

—Estoy bien, solo... —David volvió a bajar su vista y resopló—. Quiero estar un momento a solas.

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