8 Guardias desconocidos

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Capítulo 8: Guardias desconocidos

David perdió de vista a Wendelina detrás de los muros de la cárcel, al tiempo en que su mente se llenaba de inseguridades. Una vez que él y el hombre corpulento estuvieron seguros de que ella estaba dentro y que había engañado con éxito a los guardias de la entrada; se dirigieron hacia el ala norte del muro de piedra, en el extremo opuesto de la entrada, bordeando toda la prisión al amparo de la oscuridad de la noche.

—Vamos, por ahora nos esconderemos en estos matorrales —le ordenó el hombre corpulento a David.

Él obedeció y ambos se agacharon entre altos pastizales y arbustos que no habían sido desmalezados en largo tiempo. Además de la infranqueable pared del complejo, David no pudo divisar nada desde su escondite. Era como si la construcción marcase la división de los límites del pueblo.

—¿Ves esa rejilla de hierro? Ahí es por donde entraremos —mostró el hombre corpulento señalando una pequeña abertura circular bloqueada con dos enormes rejas a modo de portón, cerradas por una cadena atada a presión que se mantenía en su lugar gracias a un grueso candado.

David observó la entrada de las alcantarillas y luego prestó atención al enorme tamaño de los muros, a la cantidad de garitas que se divisaban aún en la oscuridad, y a lo intimidante que resultaba el tamaño total del edificio y empezó a sentirse intranquilo.

—¿Qué pasa si ella se pierde allí dentro? —preguntó él temiendo un poco a la respuesta.

—Recemos para que eso no pase —contestó seco el hombre, con la vista clavada en la abertura de las alcantarillas—. Además le di instrucciones muy específicas, espero que las siga.

David estaba inmóvil y absorto, con la mirada expectante fijada en el lugar donde debían encontrarse con Wendelina, deseando que apareciera en cualquier momento. Pero la muchacha no aparecía y los minutos se iban perdiendo al igual que la paciencia de David. Él trataba de no pensar, pero las ideas desagradables comenzaron a nublar su mente a tal punto que comenzó a sentir mareos. El aire le parecía demasiado espeso para respirar y su corazón cada vez le golpeaba con mayor violencia.

Con el correr del tiempo la luna se fue desplazando en el cielo, los minutos le dieron paso a las horas, pero aún no habían rastros de Wendelina.

"Tal vez le haya pasado algo", pensaba, imaginando a la muchacha luchando contra soldados para sobrevivir. "Quizás la tienen ahora en una celda como a su madre", se lamentaba mientras luchaba para quitarse de la cabeza una imagen mental de ella sufriendo.

David temblaba y estaba casi al borde de las lágrimas. "Debí haberme ofrecido yo para entrar", se culpaba, "No era necesario que sea una mujer, pude haber sido yo ¿Por qué me acobardé?", se martirizaba para sus adentros.

David cerró los ojos y los elevó al cielo en señal de súplica, cerró sus puños y respiró a grandes bocanadas tratando de tranquilizarse. Sentía rabia, sentía remordimientos, sentía...

—Allí está, ¡Andando! —Ordenó el hombre tomándolo del brazo e interrumpiendo violentamente sus pensamientos.

Wendelina había aparecido vestida con un uniforme de overol jardinero color caqui, y comenzó a probar una por una las llaves que tenía dentro de un gran manojo para abrir el candado. David poco a poco fue recuperando el aliento y la respiración normal.

Una vez abierto el candado y zafada la cadena, el hombre corpulento abrió el pesado portón. Entraron y David caminó directamente hacia Wendelina sin decir una sola palabra y abrazó fuertemente a la joven dejándola perpleja.

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