42 La investigación

11 7 1
                                    

Capítulo 42: La investigación


Al levantarse del suelo, David sintió que le corría una energía por todo el cuerpo. Se paró junto a Wendelina y le ofreció su mano para ayudarla a ponerse de pie.

La muchacha terminó de acomodar todos los papeles que había desplegado en el suelo y, con ayuda de David, se despegó de la hierba; luego miró una vez más el mapa y señaló con el índice un lugar en el horizonte.

—Los sectores uno, dos y tres del campamento están en esa dirección —informó ella.

—Lo sé. El oficial Lando cubre el flanco —recordó David, dando los primeros pasos en la dirección señalada.

El sol estaba en su punto más alto y ambos jóvenes aún no habían comido. David sacó su cantimplora, la destapó y le dió un sorbo; luego, se la ofreció a Wendelina

—No, gracias —declinó la joven, haciendo un gesto cortés con la mano.

—¿Segura?, hace mucho calor —insistió David.

—Eso es porque todavía estamos en verano, noble caballero —explicó Wendelina.

—¿Verano? —preguntó David, ladeando la cabeza.

—Sí, tú sabes, la estación más calurosa de todas.

—Oh... Hablas de la estación seca, sí.

Wendelina soltó una ligera risita.

—Así es —confirmó la muchacha—. Es el momento del año donde hay menos agua.

A David y Wendelina les tomó un buen tiempo llegar desde la tienda de Malthus, que se encontraba más cerca del flanco opuesto al que se estaban dirigiendo, hasta la zona en la que estaba apostado el batallón de soldados que comandaba el oficial Lando. Cuando arribaron al lugar, encontraron un panorama desolador. David se cruzó con muchos árboles a la orilla de un claro en los que se apiñaban varios hombres apoyados, visiblemente mareados y confundidos.

Los pocos soldados que parecían encontrarse en buenas condiciones eran solo un puñado que iban y venían de un lado a otro, atendiendo a los que estaban descompuestos.

Wendelina detuvo su caminar de golpe en el medio del claro, entrecerró sus ojos e inspeccionó todo lo que la rodeaba.

—Malthus no exageraba —mencionó, y se llevó una mano hacia la boca para tapársela.

Los ánimos que a David se le habían renovado hacía unos minutos atrás abandonaron nuevamente su cuerpo. El joven suspiró y volvió a tomar agua para tratar de bajar su ansiedad.

Era una crisis en toda regla. David lo entendió: esos soldados no podrían mantener el asedio si ni siquiera podían sostenerse a ellos mismos.

—Esto es serio —susurró David a Wendelina.

La muchacha, que estaba tensa y miraba hacia todas las direcciones, atinó a asentir con la cabeza.

—Vamos a ver qué podemos averiguar —dijo ella, luego de un momento.

David y Wendelina comenzaron a recorrer los alrededores del lugar. La muchacha sacó unas páginas de papel en blanco y empezó a hacer anotaciones en ellas. Se acercaron a uno de los árboles que estaba a la orilla del claro, donde tres jóvenes soldados apoyaban su espalda, y Wendelina se arrodilló frente a uno de ellos. Los tres hombres, vestidos con el uniforme azul de la guardia de la villa administrativa, estaban totalmente pálidos y con los ojos perdidos.

Aprendiz de valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora