22 Jinetes

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Capítulo 22 : Jinetes

David sintió que alguien lo movía e interrumpió su sueño. No sabía qué hora era, pero le pareció que había dormido lo suficiente como para haber perdido toda la mañana.

Sintió nuevamente una mano empujándolo y se movió de su posición para ver de quién se trataba.

—Vamos, arriba —Escuchó David la voz de Sophia y se sentó sobre el lecho que había armado en el piso.

—¿Qué hora es? —preguntó el muchacho con algo de pereza.

—Es tiempo de levantarse, te estamos esperando —informó Sophía—. De pie, apresúrate —ordenó dándole unas suaves patadas en los muslos.

David se esforzó para pararse y bajó las escaleras casi arrastrándose. En la parte baja del despacho ya estaban Wendelina, comiendo sobre el escritorio del magistrado, y Malthus.

—¿Pudiste dormir bien? —le preguntó Malthus desde su silla.

Sophía lanzó unas risotadas al aire.

—No me lo creerías, pero hasta se cayó de la cama de lo cómodo que estuvo —respondió ella por David.

Malthus se acercó al muchacho para ver mejor su semblante.

—Me alegro por tí, David, me imagino que hacía demasiado tiempo que no descansabas en un lugar decente —dijo Malthus dándole unas palmadas en el hombro.

David se desplomó sobre una de las sillas que bordeaban el escritorio del despacho, que se había convertido en una mesa de desayuno, puso los dos brazos sobre la superficie de la madera y apoyó allí su cabeza.

—¿Qué hora es? —preguntó el muchacho en voz baja y con los ojos cerrados.

—Ya pasamos el mediodía, dormiste toda la mañana —respondió Wendelina desde el lado opuesto de la tabla.

David levantó la cabeza al instante.

—¿Tan tarde es?.

—Sí, no queríamos despertarte —dijo Sophía uniéndose a la conversación—. Todos estábamos exhaustos anoche.

David inspeccionó rápidamente toda la sala.

—¿Dónde están Laurence y Lando? —inquirió David.

—Ya se fueron, están cumpliendo la misión que les encargamos ayer —recordó Sophía.

David se paró rápidamente y le dio un golpe firme a la mesa.

—Y nosotros todavía no estamos preparados ¿Por qué no me despertaron antes? —exigió saber el joven.

Wendelina no levantó los ojos de su plato de comida; cortó un pedazo pequeño de pan, lo untó de miel y se lo llevó pacientemente a la boca.

—Yo estoy tan apresurada como tú, noble caballero, pero debemos reponer fuerzas. Tenemos un largo camino por delante —informó ella con voz tranquila—. Vuelve a sentarte y come algo.

Sophía sonrió al ver la escena, acercó una silla para acompañar a los jóvenes y se sentó junto a Wendelina.

—Bien dicho, niña —felicitó la mujer de figura alargada.

Wendelina no respondió, buscó entre sus ropas y extrajo un trozo de papel escrito.

—La carta para el líder de la órden escarlata —comunicó ella extendiéndosela a Sophía.

—Excelente —dijo Sophía tomando la misiva—, la firmaré y haré que alguien trate de que le llegue.

Wendelina asintió con un cabeceo.

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