39 Agotamiento

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Capítulo 39: Agotamiento

A la mañana siguiente, David y Wendelina despertaron casi al mismo tiempo dentro de la tienda que habían compartido la noche anterior. Afuera ya comenzaba a sentirse el movimiento de los primeros trabajos del día en el campamento. David se apresuró a aprestarse para presentarse ante Sophía lo antes posible y poder continuar el entrenamiento. Al terminar de ajustarse la ligera armadura que había obtenido en el campamento, encontró su cantimplora en el suelo y terminó de beber su contenido.

—Se siente muy dulce esto —comentó, luego de que el líquido pasó por su garganta.

—Sí, pero te dará energía —explicó Wendelina, que estaba sentada en el suelo pero preparada para sus tareas.

Al terminar de colgarse la espada en el cinturón, David estaba listo para salir; cuando estuvo a punto de cruzar la entrada de la carpa, Wendelina lo llamó para detenerlo.

—Espera, noble caballero. ¿Puedes traerme un poco de agua? —pidió la muchacha.

David asintió con la cabeza, tomó su recipiente y se dirigió hacia los carromatos de provisiones. Al salir al campo, sintió el frío de la mañana recorriendo su cuerpo. Todavía no se había evaporado el rocío sobre el césped y había una ligera niebla espesando el ambiente.

Al llegar al lugar donde guardaban el agua para todo el campamento, David debió discutir con el encargado de custodiar el suministro para que le permitiera llenar su cantimplora. Luego, regresó a su lugar junto a Wendelina y le entregó el pedido a la muchacha.

—Toma. Trata de cuidarla, están siendo muy celosos con el agua —advirtió el muchacho.

—Hazme un favor, noble caballero. Vigila la entrada y cuida de que nadie se acerque —pidió Wendelina.

David obedeció y miró a través de la abertura hacia el campo. Al no encontrar motivos para preocuparse, le hizo una seña para asegurarle que estaban tranquilos.

Wendelina se quitó la peluca rubia para dejar salir su pelo de color verde y se virtió todo el contenido de la cantimplora de David en la cabeza para lavarla. El muchacho estuvo a punto de quejarse, pero, al sentir el olor que desprendían los cabellos de la muchacha, prefirió cerrar la boca.

—Fue demasiado tiempo sin quitarme esta peluca. Ya no podía seguir así —explicó la muchacha, devolviéndole el recipiente totalmente vacío.

—Tendrás que ir tú a pedir agua ahora. A mí ya no me darán de nuevo.

—Descuida, noble caballero, hoy voy a comenzar a organizar todo para poder suministrar al campamento. Tengo muy buenas ideas —comentó la muchacha, guiñandole un ojo.

David esperó hasta que Wendelina esté lista, salieron juntos de la tienda y vieron a la maestra Sophía junto a Sebastián caminando en dirección a ellos, notablemente alegres y sonrientes. El hombre rubio y fornido levantó la mano antes de llegar para llamarles la atención.

—¡Ahí estás, pequeña! Vamos, prometiste ayudar con el tema del agua —ordenó Sebastián.

—Ya casi estoy lista —contestó Wendelina—. Voy a buscar un par de cosas y te alcanzo.

—David, tú también. Voy a iniciar el entrenamiento dentro de poco —informó la maestra Sophía.

—Ahí estaré, maestra.

Los oficiales asintieron y se alejaron, bromeando entre ellos y hablando en voz muy alta.

—Parece que pasaron la noche juntos.

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