12 Cadenas y candados

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Capítulo 12: Cadenas y candados

David y Wendelina inspeccionaron el campamento en busca de pistas que los ayudara a encontrar a Malthus. La muchacha agudizó su olfato, tratando de sentir su fuerte y desagradable olor, pero no pudo ubicarlo.

—Debe estar lejos, antes podía olerlo a la distancia, no se había bañado en mucho tiempo —explicó Wendelina haciendo gestos de negación con la cabeza.

—Esto es muy raro. Mira —dijo David señalando con el dedo los costales con granos que aún estaban junto a los morrales con las pertenencias de la muchacha—. No se llevó comida ¿Cómo pretende llegar a la villa administrativa?.

—Eso significa que no puede escapar muy lejos. Vamos, noble caballero, hay que encontrarlo —apresuró ella siguiendo el débil rastro dejado torpemente por Malthus.

Ambos se encaminaron tras las huellas dejadas por el hombre, tratando de entender hacia qué lugar se había dirigido.

—No está yendo hacia donde nos dijo que era su hogar —dilucidó Wendelina al ver que las pistas la llevaban en dirección contraria.

David y Wendelina continuaron la persecución hasta darse cuenta de que se dirigían directamente a la fuente de agua que habían encontrado el día anterior.

Se acercaron al manantial despacio y sin hacer mucho ruido y, justamente en ese lugar, sentado sobre una roca al borde del agua, estaba Malthus cortándose el pelo con la espada de David.

—Lo veo, allí está —le susurró Wendelina a David mostrándole su ubicación con el dedo y haciendo la señal de silencio.

Ella tomó una enorme rama del suelo y se la dio a David, luego, sacó su daga del cinturón y se colocó en posición. David asintió y dio indicaciones para acercarse sin ser vistos. Ambos se separaron y se pusieron uno a cada flanco de Malthus, escondidos entre los árboles.

David avanzaba hacia el hombre esgrimiendo la rama como si fuese un mandoble, cuidando de cubrir una de sus posibles rutas de escape, pero no era un especialista en el arte del sigilo y unas hojas secas en el suelo delataron su posición.

Malthus levantó los ojos rápidamente y encontró los de David, pero lejos de tratar de huir, levantó una mano y la agitó en el aire.

—¡Oigan, por aquí!.

David quedó contrariado y bajó la guardia ofensiva con su arma improvisada; Wendelina, por su parte, tampoco vio la necesidad de seguir ocultándose, pero no abandonó su empuñadura.

—Suelta la espada —le ordenó ella enseguida.

Malthus la miró, después posó sus ojos en David buscando respuestas y finalmente volvió a voltearse hacia la muchacha.

—¿No escuchaste? Te dije que la sueltes —insistió dando un paso más hacia adelante.

—Wendelina... —le llamó la atención David.

La muchacha estaba absorta calculando cada movimiento de Malthus, él levantó sus dos manos y dejó caer la espada de David en el suelo.

—Está bien, no quiero que haya problemas —aseguró sumiso.

—¿Qué haces aquí tú solo? —interrogó David levantando su espada del suelo.

—Pues como estaba seguro de que nuevamente no iban a dejarme asear, tomé el asunto en mis manos —explicó Malthus un poco más motivado que de costumbre—. Por cierto ¿Cómo me veo?.

David inspeccionó al Hombre bajito y regordete. Su larga, enmarañada y sucia barba había desaparecido para darle paso a una mucho más corta aunque despareja, pero de apariencia más cuidada; por otra parte, su pelo ya no parecía el de un pordiosero y, si bien estaba desprolijo, al menos era presentable.

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