35 El cerco

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Capítulo 35: El cerco

El magistrado Malthus midió los movimientos del comandante Laurence y del oficial Lando; esperaba que sus grupos de caballería pudieran rodear a todo el ejército enemigo apostado afuera de las murallas del fuerte para evitar que pudieran retroceder hacia ellas y guarecerse tras sus muros. Los líderes de la formación a la que se enfrentaba Malthus comprendieron el peligro de ser cercados y ordenaron expandir los flancos y contraatacar.

Los soldados de los extremos que componían ambas ejércitos colisionaron en el medio del campo, el sonido del metal chocando contra metal y los quejidos de dolor envolvieron todo el ambiente.

David apretó con fuerza el pomo de su espada, comenzaba a sentir esa sensación de inseguridad que se había apoderado de él en su primera batalla, aquella que había tenido en su aldea y en la cual había sido separado de su hermano Nathael.

—Concentrado y confiado, David. Sigue tu instinto —recomendó Rodo a su lado para envalentonarlo.

El muchacho enfocó la mirada al frente, respiró lentamente tomando aire por la nariz hasta llenar sus pulmones y asintió moviendo la cabeza sin perder la vista de su objetivo.

La batalla en los flancos comenzó a inclinarse hacia el lado del bando del magistrado Malthus. Pronto, si los enemigos no hacían nada, los batallones en el medio de su formación quedarían atrapados entre los caballos de Laurence y Lando. Los líderes enemigos dieron la orden y avanzaron por el centro del campo para atacar directamente a la infantería.

Malthus retrocedió hasta la posición de Sophía y se acercó a su oído.

—Espera a que estén fuera del alcance de los arqueros de las murallas —recomendó el magistrado.

Sophía dibujó una amplia sonrisa ante sus palabras, dio unos pasos hacia adelante, levantó una mano para que todos pudieran verla y la cerró en un puño.

Todos los soldados se pusieron en guardia. La tensión fue en aumento a medida que Sophía calculaba el momento justo para atacar. Luego de un momento, bajó la mano, extendió el brazo y señaló con el dedo índice hacia adelante.

Los batallones dos, tres y cuatro comenzaron su avance a través de la hermosa planicie que los separaba del enemigo.

David y Rodo iban inseparablemente juntos; muy cerca de ellos, Simón y Ricky, los amigos del hombre corpulento, intercambiaban palabras de aliento entre sí para darse ánimos.

—Hoy vas a ver cómo se mueve un verdadero campeón —fanfarroneó Ricky, el ancho de piernas cortas.

—Lo hago todo los días cuando saco mi acero para practicar —replicó el alto y rubio.

Los pasos se fueron acelerando al mismo tiempo que las pulsaciones a medida que las dos formaciones se iban acercando la una a la otra. Los contendientes tomaron contacto en la mitad del campo que los había separado; Sophía, que iba al frente, fue la primera en alcanzar a los soldados enemigos.

—¡Ahhh! —gritó David, blandiendo su espada con las dos manos, al encontrarse cara a cara con el combate.

Los primeros enemigos empezaron a caer bajo el talento de Sophía, otros avanzaban irremediablemente hacia los batallones del ejército de Malthus donde se encontraba el muchacho.

Dos soldados hostiles se acercaron a David; Rodo, que estaba a su lado, se percató de la agresión y se puso en guardia.

—Tranquilo y confiado, David —le recordó el hombre corpulento—. Estoy aquí junto a tí.

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