25 En el camino

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Capítulo 25: En el camino

David y Sophía se acercaron de manera cautelosa hasta la entrada de la choza.

—Buenas tardes, necesito su ayuda —saludó el hombre canoso parado en la puerta.

Sophía recorrió todo el perímetro con la vista para descartar cualquier amenaza y, con un gesto de la cabeza, le ordenó a David que hiciera lo mismo.

—No hay nada —dijo David luego de inspeccionar los alrededores con sus ojos negros.

—Excelente, bien hecho —felicitó Sophía y luego volteó para ver al hombre canoso—. ¿Qué es lo que ocurre?

—Son los forajidos que hay en esta zona, siguen robando mis alimentos —explicó el hombre—. Deberás decirle a Sebastián que no voy a poder brindarle las provisiones que le prometí.

—¿Sebastián? —preguntó Sophía.

—Sí, dile que lo lamento, pero con los tributos que impuso el rey Yarelis ya tenía demasiados problemas para abastecer a mi familia; y ahora, con los robos que he sufrido, si no guardo y escondo todos mis alimentos pasaré hambre durante el invierno.

—¿Tú abasteces al campamento del oficial Sebastián? —preguntó la mujer de figura alargada.

El hombre canoso levantó la vista y adoptó una postura defensiva.

—¿De qué campamento hablas? —respondió evasivamente el hombre canoso.

—Soy una amiga de Sebastián, sé que se oculta en algún lugar de la aldea de pescadores. Dime dónde puedo encontrarlo a él o a alguna de las personas que lo acompañan —pidió firmemente Sophía.

—No sé de quién hablas —negó el hombre.

—Sí, lo sabes —insistió la mujer—. Me refiero a los soldados desertores que visten con mi misma armadura y atavíos de color azul.

—No, yo hablaba de otro Sebastián, un mercader de alimentos de la ciudad de Piedras altas —dijo el hombre canoso, titubeando.

—No te creo. Necesito tu ayuda, debes decirme lo que sabes de ellos, debo hallarlos —pidió Sophía.

—...

La mujer de figura alargada dio un resoplido y levantó su espada, con la punta señalando hacia el hombre, de forma amenazadora.

—No lo voy a pedir de nuevo, así que empieza a hablar. ¿Cómo los encuentro? —exigió saber Sophía.

—No lo sé, lo juro —aseguró el hombre levantando las palmas de las manos, visiblemente asustado.

Sophía dio un paso adelante en su dirección y lo fulminó con la mirada.

—Última oportunidad, dime lo que sabes —exigió ella.

—Es la verdad, te doy mi palabra. Ellos sólo vienen, se llevan lo que necesitan y me mantienen a salvo de los ladrones y los recaudadores del reino —imploró el hombre arrodillándose ante Sophía—. Por favor, créanme, sólo soy un campesino atrapado en el medio de esta pelea.

—Respuesta incorrecta —dijo la mujer de figura alargada avanzando hacia el hombre con los puños apretados.

—¡Maestra! —llamó David al ver que la situación se estaba tornando violenta—. Dijo que no sabe nada.

Sophía se frenó en seco ante el grito del joven, sopesó la situación, respiró tranquilamente y bajó su espada.

—Está bien —dijo ella de manera calmada—. Si ves a Sebastián, dile que Sophía lo está buscando —ordenó la mujer al hombre canoso.

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