30 Encuentros y despedidas

25 11 14
                                    


capítulo 30 : Encuentros y despedidas

David se acercó al que fue el líder de su aldea y lo saludó efusivamente. Por primera vez en mucho tiempo, veía un rostro amistoso que pertenecía a su pasado.

—¡Élder!

El élder Tim lo miró y reconoció la manera en la que estaba vestido.

—Esas ropas que llevas pertenecen a la aldea de donde vengo—reconoció el viejo líder de la comunidad de David.

—Soy yo, élder. Soy el hermano de Nathael —informó David.

El élder Tim se concentró en el muchacho, en los rasgos de su rostro y su cuerpo hasta reconocerlo.

—¡Por supuesto! Ahora te recuerdo. ¿Hay alguien más de nuestra comunidad contigo? —preguntó el élder Tim con los ojos un poco menos tristes y más expectantes.

El joven negó con la cabeza.

—Lo siento, élder. No he encontrado a nadie de la aldea —lamentó David, haciendo que la mirada del élder vuelva a entristecerse—. Ahora estoy buscando a mi hermano, se lo llevaron al igual que a usted.

—Lo sé.

—¿Lo sabe?

—Compartimos celda —recordó el élder Tim.

—¿Y dónde está ahora? ¿Sabe algo de él? ¿Está bien? ¿Al menos está vivo?... —preguntaba David de manera frenética y sin pausa.

—Oye, espera, por favor —interrumpió el élder Tim abrumado por la cantidad de preguntas que le estaba haciendo el joven—. Lamento decírtelo, pero no lo sé. No tengo idea de dónde está ahora. Nos tenían encerrados en un edificio enorme de piedra, él estaba conmigo hasta que me sacaron de allí.

—La fortaleza esmeralda —mencionó uno de los soldados que lo había liberado.

Sebastián asintió con la cabeza.

—No. Estábamos en las mazmorras del castillo del rey. A la fortaleza esmeralda nos llevaron luego, estuvimos allí unos pocos días antes de que nos envíen a la prisión de Piedras altas —explicó Greta que estaba abrazando a Wendelina—. Yo estuve allí y te recuerdo a ti —dijo señalando al élder Tim.

—¿Estás segura? —preguntó Sebastián.

—Conozco el reino. Sé dónde me llevaron —aseguró Greta.

Sebastián miró a Sophía con preocupación.

—No recuerdo cuándo fue la última vez que se encarceló a alguien en las mazmorras del propio castillo. ¿Tienes idea de qué puede estar pretendiendo el rey Yarelis? —preguntó Sebastián por lo bajo a la mujer de figura alargada.

Sophía se encogió de hombros a modo de contestación.

—Ni idea.

Sebastián contempló todo el panorama y, luego de un momento, recomendó regresar al campamento en la isla de pescadores para llevar el botín.

—Debemos volver lo antes posible, pronto oscurecerá y seguramente llegaremos de noche al asentamiento —sugirió el hombre rubio y fornido.

—Yo no pienso ir a ningún lado —dijo Greta, la dueña de la taberna, negando frenéticamente con la cabeza—. Voy a esconderme hasta que todo esto pase. No pienso volver a ser prisionera.

—¿Por qué te llevaron? Me preocupé mucho por ti —preguntó Wendelina sin soltarla ni por un momento.

—Supongo que habrá sido por mi culpa. Se llevaron a todos los que conocía en mi aldea, luego ustedes me ayudaron y te llevaron a ti, Greta —lamentó David tratando de atar cabos.

Aprendiz de valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora