31. Sweet green clouds covering us.

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Tras una larga mañana preparando todo, pasando horas y horas con sobreexplotación laboral, finalmente podían empezar el día tranquilamente.

El joven miró rápidamente a su amiga, quién permanecía impaciente frente a la puerta de la tienda. Él no entendía por qué, si era un día como cualquier otro, gente estúpida entraba a preguntar cosas estúpidas, niños fastidiosos se paseaban a tirar y manchar todo, y, los ancianos que compraban regalos para sus nietos con única y esclusivamente monedas de centavo...

Estaba harto...

Pero era su única forma de sobrevivir.

Se acercó a Colette mirando su reloj un tanto hostigado por su impaciencia. Un minuto más, y encendería el cartel de abierto.

La chica se recargo sobre la puerta de vidrio, mirando al exterior.

—Edgar, ¿qué harías si los personajes del parque fueran reales?

Una pregunta estúpida, como de costumbre.

—Primeramente me lanzaría a las vías de la montaña rusa luego de llorar al ver lo miserable que se ha hecho mi vida.

La chica ignoró por completo la deprimente respuesta del otro y siguió mirando al exterior, viendo cómo las botargas y los actores se posicionaban para recibir a los visitantes de aquel día.

Edgar simplemente suspiró, un tanto al borde del llanto.

Colette nunca escuchaba aquellos quejidos y palabras deprimentes, por más obvio que Edgar fuese, la chica lo ignoraba por completo por vivir en su propio mundo.

Siempre trataba de llamar su atención por un poco de ayuda, pero ella nunca escuchaba sus plegarias.

Edgar miró al suelo, tras pensar todo eso y tener la idea constante de que nunca sería importante para alguien sintió unas fuertes ganas de llorar.

Pero no podía, la hora marcada ya había aparecido en su reloj, por lo que no dudo ni un poco más en encender el cartel y abrir la puerta izquierda de la tienda, mientras Colette con extraña emoción abría la del otro lado.

Edgar comenzó a caminar en dirección a la caja registradora mientras Colette se quedaba a recibir a los clientes nuevos y los habituales.

Nadie entraba, pero la albina permanecía ahí con una sonrisa aterradora en su rostro.

Edgar no había podido evitar dejar salir las lágrimas mientras que ella ni nadie podía.

Trabajo de mierda, casa de mierda, compañeros de mierda. Su completa vida era una mierda y se sentía harto.

Miró a los peluches, la aterradora sonrisa de un peluche verde en forma de cactus lo perturbaba. Sentía como si él, al igual que mucha gente se reía de su miserable vida.

Edgar no estaba preparado para ser adulto, por mucho que ya tenga la mayoría de edad e incluso permisos que un niño no, no se sentía como tal. No estaba listo para el maltrato laboral que todo adulto vivía. Simplemente no se sentía listo.

Cubrió su rostro con su bufanda rápidamente al notar como después de horas, tanto Colette como un par de clientes habían entrado.

—¡Edgar, tenemos clientes!

Se secó las lágrimas bajo su bufanda y en seguida se levantó con su mirada típica mirada de odio a todos.

Se preparó para comenzar a atender mientras que la otra respondía las dudas de quienes habían entrado a comprar. Los llevaba a los pasillos que querían, ayudaba a la gente de baja estatura a alcanzar productos. Cosas típicas que solo una obsesionada con su trabajo haría con gusto.

Rooms, Anxiety and Silence [OLD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora