20. Perdón.

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Aiden

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Aiden

Cuando llegué a casa mi hermana mayor me llamó y me echó una bronca bastante considerable por haberle hecho eso a Irune, al igual que mi hermana pequeña y su mujer minutos antes. Por si no fuera poco, más tarde me llamó mi madre e hizo lo mismo.

¿Pero qué hago para solucionarlo? No quiero enfadarla más, yo solo quiero que me perdone y esta vez hacer las cosas bien. Quiero poder levantarme con ella, besarla cuando quiera, abrazarla y discutir sobre cosas absurdas. Necesito solucionarlo y hablar con ella. Estoy jodido. Siento un vacío demasiado intenso, mucho más intenso que cuando Tess me engañó. Es como si me hubiesen arrancado de cuajo un cacho de corazón. ¿Qué puedo hacer?

Con esa pregunta en mente me voy a la cama para intentar dormir, no quiero enviarle más mensajes para que hablemos y agobiarla más de lo que ya está.

***

No consigo dormir, no dejo de recordar la noche anterior ni los días que hemos pasado juntos en casa de mis padres. Fueron perfectos. Me lo pasé muy bien con ella. Y cuando la he besado esta tarde, mi corazón iba demasiado deprisa; no es para nada normal, ni de lejos, pero no me desagrada esa sensación. ¿Y si mañana voy a buscarla a la oficina? Primero intentaré hablar con ella por si acaso. Es que no se me ocurre qué hacer. Haré lo que sea para que me perdone. Pasan los minutos, las horas o yo que sé, pero finalmente me quedo dormido.

***

¡No puede ser! ¡Joder! Otra vez la pesadilla de siempre. El problema es que ahora era nítida y pude ver quien era la chica. ¿Qué significa eso?¿Que ella sí me puede hacer daño hasta dejarme sin nada? Está claro que sí. Me ha dejado de hablar y siento una presión en el pecho que no me deja respirar.

Con mi cabeza funcionando a todo trapo, empiezo hacer mi rutina de siempre pero muy apesadumbrado. Salgo de casa, me pongo el casco, subo a mi preciosa moto negra bajo la atenta mirada de un par de chicas, y conduzco hasta la oficina. Aparco en el  parking de mi edificio, subo por las escaleras corriendo hasta la planta que compartimos con los de contabilidad y entro en nuestra sala en la que ya están todos sentados, incluso Sergio que me mira de manera desaprobatoria. Una vez me he sentado en mi silla, enciendo el equipo y entro en Gmail para escribirle un correo cuando Sergio empieza hablar.

—Con que os levantáis abrazados y a ti, lo mejor que se te ocurre hacer, es decirle que todo es un error y largarte corriendo para después de unas horas decirle que lo sientes y que te hable. ¿Eres imbécil o qué?

—Eh... yo... Lo hice de manera automática, después de lo de Tess...

—¿Es que no lo entiendes? —me interrumpe y yo bajo la cabeza en señal de rendición. Como ve que no tengo intención de reprocharle nada, prosigue—. Ella no es igual que la arpía asquerosa esa. Mis padres de pequeño me decían que, el mayor milagro de la vida, era saber que todos éramos distintos y que no había dos personas idénticas en el mundo. Que ni siquiera los gemelos lo eran.

Ratoncita de BibliotecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora