Epílogo. Siempre nosotros.

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Irune - (1 año después)

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Irune - (1 año después)

—¡A la de tres!

—¡Noo! Me estoy arrepintiendo.

—Ya hemos pagado.

—Da igual, que me devuelvan el dinero.

—Venga Ratoncita, tú eras la que querías hacer puenting.

—Pues ya no quiero.

—Vamos —dice cogiendo mi cara entre sus manos obligándome a mirarle—. Vamos a saltar, los dos juntos, para celebrar que llevamos un año juntos y que seguimos queriéndonos cada día un poco más. Para celebrar que ayer fue tu cumple. Para celebrar que toda la... mierda y los problemas han pasado. ¿Vale?

—Si, si, pero es que...Uf... es que estoy muy nerviosa.

—¿Confías en mí?

—Supongo... Pero no es justo que me lo preguntes estando a treinta metros del suelo. Además, ahora mismo creo que tengo que confiar mucho más en esta cuerdecita que es la que se supone que no va a permitir que me haga papilla contra el suelo...

—Irune...

—Pero sí, creo que confío en ti.

—Irune.

—¿Qué?

—Salta.

—¿Qué?

—Que saltes. Ya. Ahora.

—¡¿Ya?!

—¡Sí! ¡Confía en mí!

Y sin saber bien por qué, sin pensármelo ni un segundo más, salto hacia el vacío. Al principio mantengo los ojos cerrados y los labios apretados. Al rato, abro los ojos y, para mi asombro, las imágenes que veo son preciosas. De repente me siento volar, me siento libre, e incluso me atrevo a extender los brazos. Disfruto del momento mucho más de lo que me pensaba, además de servirme para descargar adrenalina, gritando hasta quedarme sin voz, liberándome de todo eso que me ha hecho daño en mi vida. Al rato, cuando ya estoy con los pies en el suelo y no cabeza abajo, mientras miro a Aiden, que está a punto de saltar, me doy cuenta de lo feliz que soy. Y mientras le veo saltar, con un estilo mucho mejor que el mío, no puedo dejar de sonreír.

—¡Te quiero! —le grito henchida de alegría.

***

Después de la tormenta viene la calma, dicen. Y tienen toda la razón; después de saltar por un puente, gritar y descargar un montón de adrenalina, fuimos a hacernos un tatuaje para sellar lo nuestro de alguna manera, como cuando te casas. Se lo propuse en un arrebato de locura, así que fuimos a un local que él conocía. Una vez estábamos allí, pensando en que nos haríamos, sugerí hacernos una pequeña ola con un barquito en el reverso de la muñeca porque cuando él apareció, hundió mi barco.

Luego vinimos a casa; a nuestra casa. Todas las noches dormíamos juntos o en su casa o en la mía así que, como estábamos cansados de ir de un lado para otro, hace un mes me vine a vivir con él a su casa porqué, a parte de que es mucho más amplia que la mía, es muy bonita y entra mucha luz.

Me acuerdo que, cuando entré con él detrás mío, en medio de la mesa del salón había un ramo de cinco girasoles. Cuando alguien regala un ramo con cinco girasoles significa que siente un amor muy profundo por esa persona. Me acuerdo que una tarde se lo conté y por eso fue a comprarlos al vivero.

Cuando vi los girasoles, recuerdo que me giré sorprendida con una sonrisa enorme en la cara mientras él me miraba, rascándose la nuca, con la cara roja como un tomate esperando a que dijera algo. Yo solo fui capaz de besarle y darle las gracias. Me contó que quería que me sintiera bien y cómoda en la casa nueva y que también quería verme sonreír. Ese día estaba un poco apesadumbrada porque ya no vería a  las chicas pero también contenta porque me iba a vivir con él. Estoy bien y feliz donde estoy y me alegro de haber tomado esta decisión.

Ahora, sacándome de mi ensoñación, Aiden me abraza por la espalda y yo me recuesto en su pecho mirando las estrellas, sentados en el sofá granate pequeñito de la terraza, noto como alza la mirada y señala el cielo azul oscuro.

—La tomaré a pedradas, esa estrella, con tal de hacértela caer. Tú prepara el deseo, yo afino la puntería.

—Mmm... para siempre.

—¿Para siempre? —pregunta confundido.

—Ajá, ese es mi deseo. Lo nuestro. Para siempre.

—¿Sabes que nada es para siempre, no?

—Aiden.

—¿Qué?

—Calla, que estropeas el momento.

—Irune. —Susurra tras un largo silencio mientras me mira fijamente, como si me viera de verdad, como si me traspasara y viera todo lo que siento o pasa por mi cabeza.

—¿Qué?

—Que te tomo la palabra. Para siempre —sonríe, haciendo que me derrita entre sus brazos—. ¿Qué bien suena, no? —murmura acercándose y juntando nuestras bocas, provocando que me de un vuelco en el estomago—. Te quiero, Ratoncita de biblioteca—. Consigue decir entre beso y beso.

—Que cursi, ¿no serás tú Romeo, no? —bromeó y él se sonroja—. Pero yo también te quiero, Pelapatatas.

***

🌻

"Es como navegar sobre un océano en calma y que de repente te golpee una ola gigantesca que parece haber salido de la nada y te hunda el barco."

FIN

Ratoncita de BibliotecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora