29. Procurando ayudar.

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Giselle

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Giselle

Llevo un rato despierta con el móvil viendo lo primero que me sale en Instagram, hasta que decido levantarme de la cama y empezar a prepararme. Cuando ya estoy lista, me apoyo en la puerta de casa con los brazos cruzados encima del pecho mientras observo a Dana y a Mae correr por casa peleándose.

—¿Dónde está mi pintalabios, Mae? —le pregunta Dana, visiblemente cabreada.

—Ay, pues no sé, donde tu lo hayas dejado, guevona.

—Pero si lo estabas usando tú ayer.

—¿Qué dices? Tú eres la única que quiere tirar los perros.

—¿Tirar los perros? Yo si que voy a tirar a tu perro por el balcón, no da por el culo el mamón este...

—¡Noo, significa cortejar o conquistar a alguien, pendeja!¡Que no te enteras y deja a mi perro en paz, que no hace nada!

—Pendeja tú, yo no sé colombiano. Y no digas que tu perro no hace nada porque me hace agujeros en los calcetines, ¿no lo ves? —dice mientras se señala un pie, el cual, efectivamente, le sobresale el dedo gordo por el agujero que tiene el calcetín.

—Ay, pues no los pongas a su alcance —rebate Mae.

—Si an...

—¡Eh, se acabó la discusión! —grito para que me oigan y dejen de discutir—. Dana, tu pintalabios está en el armario detrás del espejo y Mae, ponte las bambas que ya vamos tarde.

Nada más decir eso, se miran desafiantes; justo antes de que cada una haga lo que he dicho. Cuando Dana acaba de pintarse los labios, salimos y las esperamos en el rellano.

No pasan los cinco minutos, cuando ellas salen de su piso.

—Jolín, hermanas, pensaba que me iba hacer vieja esperándoos —dice Dana con gesto hosco.

—Es culpa de ella, que se ha maquillado para ir a una biblioteca que está en la calle de enfrente—culpa Irune a Leah.

—Gracias por apoyarme, amiga —le agradece con sarcasmo esta última.

—De nada.

—Pero os digo una cosa: antes muerta que sencilla —dice Leah moviendo el culo, haciéndonos reír.

—Lo mismo digo —añade Mae, uniéndose a ella.

Abrimos la puerta, salimos y cruzamos la calle. Justo cuando vamos a entrar, Irune se para antes de añadir:

—Chicas, me he dejado un libro arriba que tengo que devolver. Voy a buscarlo, ahora bajo. Id entrando sin mi.

—No tardes. —Le dice Dana impaciente repiqueteando con el pie en el suelo.

—No, tranqui —añade antes de darse la vuelta y dirigirse a nuestro edificio.

Nosotras hacemos lo que ha dicho ella y entramos. Justo cuando estamos yendo a buscar un libro que leer, nos encontramos con Aiden. Ahora comprendo porque Irune se ha largado, la muy puta le ha visto y ha salido por patas, apuesto lo que sea a que no baja otra vez. Nos lo quedamos mirando un poco sorprendidas, menos Dana que le mira como si quisiera rebanarle los huevos, sin saber que decirle.

—Eh... Hola. —nos saluda.

—Hola. —respondemos nosotras al unísono.

—Mmm... ella... ¿Está bien?

—Si, estupendamente —miente Dana, muy digna ella.

—Yo... se que no tengo derecho a...—empieza a decir pero se ve interrumpido por la misma.

—No, no tienes derecho —dice ganándose un manotazo por parte de Mae—. ¡Au, so perra!

—Déjale acabar, tía. Y si que tiene derecho a preguntar, acuérdate que fue Irune quien rompió la relación —le reprocho yo antes de dirigirme hacia él—. Sigue.

—Se que no tengo derecho a preguntar pero... ¿Me podéis decir por qué motivo me dejó? Hice algo mal o...

—No —respondo antes de que él acabe de hablar—. Tú no hiciste nada, el problema lo tiene ella. Tendría que haberte contado algo que pasó hace unos años pero le da miedo que la repudies o la insultes y por eso prefirió alejarse de ti.

—Oh, ¿Y me lo podéis contar vosotras?

—Noup —sentencia Leah—. Pero podemos ayudarte a que ella te lo cuente.

—¿Como?

—¿Tienes prisa ahora? —le pregunto y él niega con la cabeza—. Pues...

***

—Estamos en peligro de extinción, hermanas —anuncia Dana cuando él se marcha.

Sip, pero lo hacemos por su bien —responde Mae.

—Tranquilas, yo os protejo, le hago un Karate Kid de los míos y la dejo K.O.

—Sigue soñando, Leah.

Ella y sus fantasías.

Ratoncita de BibliotecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora