31: Y la cuenta comienza 🌊

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*OMG*

Por alguna razón, me sobreexcitaba la proximidad de un peligro real

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Por alguna razón, me sobreexcitaba la proximidad de un peligro real. ¿Qué va a pasar conmigo?, ¿qué tan lejos voy a llegar?, ¿cuánto más voy a entregar?

Mi corazón latía muy fuerte.

Ni siquiera pensaba en ganar o perder. La adrenalina lo era todo.

Ahora tenía un lugar al que trasladarme, creía saberlo todo de todos y por mucho que intentaba entender qué me pasaba, no lo lograba. Cada vez que profundizaba en mis pensamientos, mis circuitos desconectaban. Como si apagasen una luz en medio de una tormenta.

Salí del lavabo y la inmensa calma se cernió dentro de las paredes.

—Entonces te vas.

No era una pregunta. Estuve a punto de soltar una frase cualquiera (cortesía sin la más mínima intimidad). Pretendía llenar los vacíos, no obstante, un leve ruido rasgó el silencio.

Cogí mi móvil y abrí la llamada.

—¿Qué pasa?

Valentino no dijo nada. Quizás no se había dado cuenta de que contesté de inmediato.

—¿Dónde estás?

Alcé la mirada y me ruboricé.

—¿Por qué?

No es nada grave. Pero quise avisarte por si acaso —contestó breve—. A mamá la han ingresado. Se desmayó esta tarde y han dicho que es por la hipoglucemia.

—Vale.

¿Vas a venir?

—No puedo. Hoy me traslado y paso de todos sus rollos.

Va a estar aquí dos días, tal vez...

Siguió hablando, pero dejé de prestarle atención. Lo más extraño era el interés de Rafael. Se había quedado de pie ante el sofá. Entrecerré los ojos en dirección contraria, como si hubiese una persona imaginaria en ese punto.

De repente, Valentino se detuvo y soltó una exhalación.

—Que no. Si mamá quiere verme, pues que me lo pida ella. No es como si estuviese agonizando ni nada.

—¡Hostia! No cabe duda de que eres su hijo.

Colgué. Rafael aguzó el oído. Por un momento, me pareció ver una ligera sombra en su rostro. Tal vez me equivocaba. Pero, de todos modos, lucía preocupado (puede que hasta inquieto).

—No hace falta que te mudes hoy mismo. Si quieres puedo acercarte al hospital.

Negué con la cabeza. —Gracias, tío. No hace falta.

—Ya.

Es probable que nada hubiese cambiado de haber seguido mi plan original. En cambio, me planté frente a él.

Tres es la medidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora