40: Podría ganar 🍀

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Actualización 3/4

Ignorad que apenas he tenido tiempo de corregir... 

Conduje una hora hasta mi edificio (lo cual había sido una estupidez)

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Conduje una hora hasta mi edificio (lo cual había sido una estupidez). Durante todo el viaje, Lula me estuvo tocando y besando. De hecho, mi camiseta había perdido la mitad de sus botones. No me importaba, pero me arrepentí de no haber alquilado la habitación de un motel barato. Madre mía, si hasta se había quitado la ropa interior. Lo único que hacer era separar sus piernas y penetrarla. ¿Cómo pude resistir tanto?

—Ya llegamos —señalé con el dedo. Lula miró hacia ambos lados del garaje, y sonrió al notar que estábamos solos—. ¿Quieres que vayamos a mi habitación?

—No será gratis —Enarqué una ceja, y ella se apuró a corregir: —Vale. Eso ha sonado a prostituta. Me refería a que antes de subir a tu habitación, quiero estar segura de que no voy a perder mi tiempo.

—¿A qué te refieres?

Ella tiró de mi camisa guiándome a los asientos de atrás. —Pues... Has dicho que has tenido dificultades y mis expectativas no son muy altas.

Rodé los ojos llevando su mano a mi erección. Estaba convencido de que el problema era ella. Me había embrujado, e iba a romper la maldición probando su cuerpo.

—Venga, no te enfades —habló a un centímetro de mi cara—. Soy una chica sencilla —Besó la comisura de mis labios—. Paso del sexo si, sé que no voy a conseguir ni un miserable orgasmo.

¿Ni un miserable orgasmo? —Tuve que reprimir mis ganas de arrancarle la ropa y hacerla gemir a base de embestidas.

—Lo entiendes, ¿verdad?

Tenía la libido por las nubes, sin embargo, ella estaba en lo cierto (mi resistencia iba a ser peor que la de un adolescente a punto de estrenarse). Esto es porque cuando Theo sugirió comenzar con esta especie de "relación·, ella todavía tenía reservas respecto a mí. En concreto; intimamos en dos ocasiones y rompimos no mucho después.

Mierda, mi desesperación se olía a diez kilómetros de distancia.

—Rafa —Se separó lo justo, abrió las piernas, e hizo un gesto para que volviera a ella—. Ven aquí.

Ladeé una sonrisa y supe lo que tenía que hacer.

—Muerde aquí —Le señalé un pedazo de tela de su vestido. Necesitaba que lo mantuviese arriba, y ella lo comprendió al instante—. Perfecto. Si lo sueltas, dejaré lo que estoy haciendo y te llevaré a casa, ¿vale?

Ella asintió y sus dientes se aferraron a la extraña tela.

Ya expuesta, tragué saliva y me acerqué despacio. Lula no tenía ni idea de lo que le provocaba a mi sistema.

Tres es la medidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora