Había aprovechado la llamada para explicarle la situación a Rafael, de modo que, estuvimos hablando sobre posibles soluciones incluso antes de vernos. Al final concluimos que lo mejor sería visitar el lugar donde ocurrió el robo.
Según Rafael, podíamos solucionar el problema a puertas cerradas.
Desde luego, no quería que Gonzalo se enfrentase a una sanción policial, sin embargo, temí estar equivocándome. De alguna forma, íbamos a sepultar los problemas sin que nadie aprendiese nada. Ni castigos ni moralejas.
La vida era caprichosa. Pero pese a mis reticencias, fuimos hasta la empresa perjudicada.
Desde el exterior solo se podía apreciar la sencilla fachada.
Por dentro no era mucho más grande, los ordenadores se apilaban uno junto a otro en dos hileras, y la oficina principal apenas tenía espacio para contener las certificaciones de la pared. También había un piso subterráneo, aunque no llegamos a verlo.
Era una pequeña empresa de distribución, así que no era extraño que la amplitud se limitara a lo estricto y necesario.
Cerca de las seis de la tarde, no quedaban más que tres personas; la secretaria, quien hablaba en un español rancio y descortés; un repartidor bastante joven; y el viejo que los dirigía.
Por la apariencia senil del anciano deduje que tendría al menos setenta y pico de años. La puerta de la oficina destacaba su nombre, de modo que no tendría que preguntar por Julio Ayala.
—Soy Lula, la hermana del chico que estuvo anoche —declaré con la esperanza de que mi voz no se fracturase—. Quería hablar sobre lo que pasó.
—¿¡Hablar!? —se quejó furioso— Entráis a mi empresa, robáis mi dinero, y ahora queréis hablar, ¿es que todas las mujeres son así de tontas?
Tras ese insulto tuve que hacer el esfuerzo de una tonelada para no dejar de sonreír, y al mismo tiempo me vi en la necesidad de apaciguar la furia de Rafael, quien se irguió furioso a mi lado.
—Gonzalo me lo ha contado todo, dice que no tiene nada que ver, y le creo. Es decir, sé que tiene parte de culpa, pero sigue siendo mi hermano.
—Bah —bramó propinándole un golpe a la mesa—. Para mí que todos vosotros estáis metidos en esto.
Y con aquella acusación, me hundí avergonzada.
Rafael, por otro lado, lucía más tenso que nunca. Quizás porque nadie lo había reprendido tanto, o quizás porque ya no podía soportar la charlatanería de ese anciano.
Julio se estaba aprovechando de nuestra predisposición para declarar su odio hacia el gobierno, su postura antirrefugiados y sus creencias ultra patriarcales. Si es que lo tenía todo, pero en parte era lógico si lo asociaba a los tiempos en que vivió, sin embargo, decidí callar por Gonzalo.
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Tres es la medida
Teen Fiction¿¡Ella sale con dos chicos a la vez!? Puede que sí, pero su historia no va de infidelidades sino de descubrimiento. De experimentar con el corazón, y de ir más allá de las relaciones normativas. Lula ha terminado con su novio de toda la vida, el pr...