Capítulo 4

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En el ring Ibrahim acusaba ya el cansancio de intentar vencer a su amigo y levantó las manos en señal de rendición. El sudor le nublaba la vista y veía borroso el tatuaje del hombro de su amigo. Recordó que Halil le había explicado el origen de ese tatuaje. Un día, Halil deambulaba aburrido por la casa de su tío cuando llegó a su estudio. Tenía 9 años y muchas ganas de explorar por lo que se coló en el lugar sagrado de Nedim Ceyhan en busca de tesoros. Se acercó al gran y pesado escritorio y abrió el cajón de abajo sin dejar de mirar la puerta... la emoción era grande. Toda una aventura. Dentro del cajón encontró una bolsita de terciopelo verde, la sacó, se sentó bajo el escritorio y volcó el contenido en su pequeña mano. Era un medallón o relicario dorado. El único adorno era un árbol gravado. Un árbol de copa frondosa y fuerte tronco con raíces vistas. Ese árbol le sonaba de una ilustración que acompañaba un texto que hablaba del árbol de la vida y el árbol de la ciencia, los árboles del Paraíso. Le gustó tanto el dibujo que años más tarde se lo tatuó en su hombro y bíceps izquierdo.  Quería pensar que él prefería el árbol de la ciencia y del conocimiento al del amor y la vida aunque, a Adán y Eva, no les fue demasiado bien cuando decidieron comer del árbol prohibido, si hubieran seguido comiendo del de la vida... seguirían en el paraíso...

Halil bajó los fuertes brazos al ver que Ibo pedía clemencia. Le sonrió malvadamente recordándole que era inútil intentar vencerlo y a continuación le ofreció una botella de agua. Después se dirigieron a las duchas ya que a las 20 horas debían estar en el centro comercial que albergaba las salas de cine. Saliendo del gimnasio Halil comentó a su amigo:

– Entonces pasas tú a por Suna ¿no?

– Evet, pero estoy leyendo un whatsapp suyo pidiéndome que la recoja a las 19 horas. ¿Dónde querrá ir? Casi no tengo tiempo ya de llegar, esta "kuçük cadi" me vuelve loco.

– Lo sé, sólo hace falta que lo admitas tú y te acompañaré a comprarte el traje de novio – dijo Halil alejándose de su amigo para evitar un posible golpe.

– Halil... cállate. Cállate y acércame al hospital a por el coche. Esta mujer no me ha dejado tiempo ni para ponerme algo más informal y me toca ir al cine de traje.

– Estás muy guapo Ibo, no creo que Su se queje.

– Halil... cállate – zanjó el gigante rubio.

Sonó el timbre en casa de Suna y ella se apresuró a coger el bolso y salir hacia el ascensor. Bajó y encontró a Ibo apoyado en su Mercedes SCK y su corazón se saltó varios latidos. Era el hombre más arrebatadoramente guapo que jamás conocería y además con un corazón de oro. La manera en la que atendía a sus pequeños pacientes la conmovía siempre y lo hacía amarlo más todavía. Suna se recobró y avanzó hacia la puerta que ya le abría Ibo.

Cuando el gigante estuvo al volante se giró hacia su bella copiloto y preguntó:

– ¿Me dices a donde vamos con tanta antelación, kuçük cadi, o mejor no pregunto?

– No preguntes, ahora te pongo la dirección en el GPS – le dijo Suna.

– Lo de toquetear los mandos de mi coche lo haces a posta ¿verdad? Claro sabes que me irrita y obvio tienes que hacerlo... estoy hablando solo... anda acaba de poner la dirección que arranque.

Cinco minutos tardó Ibo en llegar a la dirección indicada. Suna le dijo abriendo la puerta "ahora vuelvo" y desapareció por la puerta de un bloque de apartamentos. Mevly estaba con la puerta de la nevera abierta mirando dentro pensando qué hacerse de cenar cuando sonó el timbre. ¿Sería el conserje? Fue hacia la puerta y al abrir vio a Suna con una sonrisa de oreja a oreja. Le sonrió en respuesta y le preguntó:

– ¿Qué haces aquí? – y se apartó para dejarla entrar – eres bienvenida pero si buscas que te invite a cenar busca un teléfono de pizzería o algo porque mi nevera está desierta.

BARCELONA - ESTAMBULDonde viven las historias. Descúbrelo ahora