Capítulo 1

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Joshua

Por un segundo creo que estoy en una realidad alterna, en una pesadilla, algo que no es real.

Siento mis manos, están empapadas en algo viscoso como el aceite, el olor a óxido atraviesa mis fosas nasales y me repugna más con cada segundo que pasa. Mis sentidos se van perdiendo y me siento pesado como si algo me tratara de tirar al suelo, una fuerza invisible.

Bajo mis ojos y veo rojo, mucho rojo. Sangre en gran cantidad esparcida por el piso de madera de la sala familiar. Sigo mirando el suelo. El abeto grisáceo hace que el color de la sangre haga muy buen contraste.

Recuerdo el día en que papá trajo esta madera.

Mamá se había enojado mucho con el por gastar dinero en una madera tan cara pero cuando por fin lo vio en la casa, todo colocado, sus ojos se iluminaron y tuvo que admitir que en realidad fue una compra inteligente. No es que el dinero era el problema. Nunca lo fue, tenemos dinero.

Mucho.

Pero mamá siempre fue la clase de persona que sólo gasta en lo necesario, le gusta ahorrar y lo deja muy en claro cuando nos da sus discursos sobre responsabilidades, aun puedo escucharla diciendo "nunca sabrás cuando será necesario el dinero. ¿Qué tal si te enfermas de gravedad y tienes que gastar en medicamentos o tratamientos millonarios?, ese día, que espero nunca sea el caso, ese día se acordarán de mi", lo hago, lo recuerdo, y quiero volver a escucharlo. 

Quiero escuchar su voz.

Pero todo lo que oigo es silencio. Un silencio ensordecedor que atraviesa mis huesos.

Veo a mamá junto a papá, en el piso. Los veo justo al lado de la mesa de café de vidrio que papá le regaló a mamá en su cumpleaños número cuarenta. Era una hermosa mesa cuadrada de 100x120 aproximadamente. Lo recuerdo porque mamá no dejaba de hablar sobre lo linda que se vería junto a nuestro juego de sillones de cuero negro. Ahora está destruida, los trozos de vidrio están expandidos por todos lados. Y la pistola a unos pasos de mi zapato izquierdo.

Vuelvo a ver a mis padres. Sus ojos cerrados. Y esa sangre.

Desvío la mirada hacia las escaleras. Dios, agradezco que Aurora esté en casa de su amiga Marly.

Esta mañana cuando la Sra Phoenix me avisó, apenas dejé a mi hermana en su clase, que la traería a casa de vuelta para las seis no pensé en lo agradecido que estaría más tarde por habérsela llevado. Rory ha estado hablando de esa fiesta de té, que la madre de Marly había organizado para ambas, durante días.

Ahora alguien debería decirle que necesita quedarse a dormir allí por un tiempo o tal vez llamar a alguien que se encargue de ella.

Mis ojos captan el premio al jugador del año junto a la pared  y mi mente viaja hacia otro lado.

Wesley me dejó varado en la escuela cuando se suponía que me iba a dar un aventón a casa. Dijo que vendría aquí antes de pasar a su partido de hockey, pero al parecer decidió que no lo haría. Aunque, ahora que lo pienso, el nunca aceptó hacerlo, mamá lo obligó porque Wes siempre tiene otros asuntos y nadie más iba a pasar por mí. Como si no pudiera venir por mis propios medios.

Pero por supuesto siempre hay algo más importante que su hermano menor. Especialmente desde que conoció a ese grupo de amigos cuando salió de la secundaria.

Wesley conduce un auto que por derecho también debería ser mío, pero casi nunca me deja usarlo por lo que su independencia es enorme y mis padres se pelean por quién será el que pase por la pequeña Aurora luego de la escuela, pero nadie se pelea por mí.

Siendo el hijo del medio ya me acostumbré a que las personas ni siquiera me vean. Somos como un especie de puente entre el mayor y el consentido de la familia.

Tal vez deberíamos hacer una protesta demandando algo así como atención igualitaria.

Escucho las sirenas. Seguramente los vecinos alertaron a la policía. El molesto ruido se escucha cada vez más fuerte hasta que, por arte de magia, no oigo nada. Sigo en silencio mirando la sangre en el suelo de abeto grisáceo, es lo único que veo porque me da miedo mirar hacia el frente, hacia arriba.

Siento unos brazos fuertes sosteniendo los míos hacia atrás y luego el frío del metal recorre mis muñecas subiendo por ambos brazos. Me empujan hacia arriba y mis pies se mueven casi por inercia.

Me alejan de ellos, cierro los ojos cuando la luz del sol toca mi cara.

Veo a mis vecinos curiosos, sus rostros asustados, enojados.

El rostro anciano del Sr Díaz denota consternación, confusión, incredulidad. Apuesto a que no esperaba ver una escena así teniendo como protagonista al mismo muchacho que corta su césped de vez en cuando.

Vuelvo mi mirada al suelo. Las hojas del otoño aun siguen ahí. Tenía que rastrillarlas apenas llegara a casa de la escuela, esa era mi tarea. Tenía que hacerlo ayer y se me pasó. Papá se había enojado y dijo que lo hiciera hoy.

Tampoco lo hice. Pero debería haberlo hecho.

¿Por qué no lo hice? Porque estaba demasiado ocupado con los panes para este fin de semana. Haríamos una gran fiesta de cumpleaños sorpresa para mi novia Devon. Supongo que no voy a estar presente.

Sonrío.

Nunca me gustaron esas fiestas. Sólo pretendía hacerlo porque mis amigos lo hacían.

Llegamos a la patrulla y el hombre que me tiene sujeto me tira hacia el asiento con demasiada fuerza. Está molesto conmigo.

Yo también lo estoy.

No levanto la mirada en ningún momento.

No tengo el derecho de hacerlo.

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