Capítulo 5

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Joshua

Catorce años. Esa fue mi sentencia. Se suponía que iba a ser más pero por alguna mágica razón el juez bajó el número. Es más, debería haber tenido prisión perpetua, o eso dijeron, pero aunque la investigación se haya cerrado las pruebas no fueron contundentes. Había muchos interrogantes y nada de respuestas.

Al parecer, el admitir un crimen no es suficiente.

Devon y Zach fueron los únicos en aparecer en el juicio. Mi novia y mi mejor amigo. Admito que me sentí un poco avergonzado frente a ellos, hubiese preferido que no asistieran pero supongo que fueron a darme ánimos antes de que me encerraran.

Sólo dos personas. Al parecer los demás de mi círculo social realmente no eran tan cercanos a mí como uno se lo imaginaba. Aunque no me sorprende. Apuesto a que muchos de ellos sólo estaban conmigo por mi estatus social y la gran piscina en mi patio trasero.

Tampoco tuve noticias de Rory o Wesley y no puedo decidir si eso es bueno o malo.

Estuve solo, como lo he estado siempre, o al menos así es como me he sentido en mi cabeza.

Me trasladaron a la penitenciaría de Blackburn hace una semana, mi cara se mantuvo seria, fría todo el tiempo pero por dentro trataba de calmar los temblores.

Estoy en una prisión, con gente mala. Gente real y mala. Toda la situación me cayó como un yunque cuando me dejaron sólo en la que hoy es mi habitación. No hay rejas, no puedo ver hacia afuera. Sólo cuatro paredes y una puerta con una pequeña ventana en la parte superior la cual está cerrada y sólo se puede abrir desde afuera.

Sólo pasó una semana y me encuentro contando los días para salir. Así de grande es mi ansiedad.

La soledad es mala pero necesaria. Desde que me dejaron aquí me negué a recibir visitas. Por supuesto que no quiero que me vean, no por la vergüenza que pueda llegar a tener sino por mi orgullo. No quiero que me vean como un maldito confinado. Y aun más, no quiero que Aurora por ninguna razón del universo, pise este lugar. No quiero ser esto para ella. Quiero que tenga una vida que no involucre tener que visitar a su hermano detrás de unas mugrosas rejas.

Mis manos tiemblan y no sé por qué, en realidad sí. Acabo de tener un sueño, más bien una pesadilla, la misma que se repite cada noche. La misma que me trajo hasta aquí.

Las palabras de ese oficial aún siguen rondando en mi cabeza. "Pareces un chico normal, no comprendo el por qué hacerlo".

Normal, ¿qué es normal? Cada quién tiene su propia perspectiva, lo que yo considero normalidad para los demás no lo es. Es como si estuviéramos siendo forzados a mantener un tipo de concepto único para la palabra normal. Lo que la sociedad espera que sea, y si no lo ve bien entonces lo elimina.

¿Qué si no soy normal? ¿Qué si en realidad mi mente pretende serlo pero en mi interior estoy peleando contra mi propia oscuridad? Todos tenemos oscuridad, cada quien tiene el poder de decidir sacarla o no.

Todos tenemos ese poder. Uno muy fuerte por cierto. Porque de ese poder depende el curso de muchos otros momentos secundarios.

Somos poderosos. ¿Lo entienden ahora? Podemos destruir si queremos pero también podemos arreglarlo.

¿Qué si yo lo hice?

¿Qué tal si tenía ira dentro de mí y sólo lo hice?

Nadie nunca va a entender mi vida o mis decisiones. Son mías. Y ese es mi poder.

Los pocos minutos que tengo fuera de la habitación son mi cable a la realidad. El poder mirar el sol o sentir la lluvia o el viento nunca se sintió tan bien. Los reclusos varían en edades, desde donde estoy puedo ver algunos en grupos, otros con sus asuntos. Paso mi tiempo observando, los miro sin embargo, nunca fijamente. No quiero ganar una paliza, aunque ya es demasiado el que me consideren como un asesino. No les agrada eso. No les agrado. Pero no me importa. A este punto no me importa nada.

Desde mi asiento en la sombra, bajo la mirada al libro que tengo entre las manos. Te dan uno si lo pides. Muchos aquí tienen la oportunidad de seguir estudiando, los que nunca pudieron terminar el secundario ahora pueden. Toman clases, hacen sus exámenes. Otros son preparados para diferentes oficios en especial los relacionados a la construcción. No tienes excusa para sólo quedarte sentado odiando tu existencia.

Ah. El buen Skinner, "Lo que las personas sienten es tan importante como lo que hacen", muchos no lo saben...en realidad nadie excepto yo, pero siempre estuve interesado en la psicología. Me gusta ver a las personas e indagar en sus mentes, la razón de sus conductas, el por qué de sus decisiones. Irónico ¿verdad? Que yo precisamente me interese en esto cuando para todos soy el chico que asesinó a sus padres.

Tal vez debería autoanalizarme.

-Skinner, buena elección. Leí este libro cuando estaba en la academia, creí que podría ayudarme en algo. En realidad lo hizo-una voz interrumpe mis pensamientos haciendo que me sobresalte levemente. Cierro el libro en cuya portada está escrito "Ciencia y conducta humana", cuidando de dejar un dedo en la página actual para memorizar el número y seguirlo en otro momento. Miro hacia mi izquierda fugazmente y vuelvo mi mirada al patio lleno de escorias sociales. Sé que no es uno de los guardias, los conozco a todos, también los he observado, así que estoy seguro de que es un policía de otro lugar, su traje y placa lo delatan.

No respondo, finjo que no está. No voy a mentir y decir que no tengo tiempo para hablar porque en realidad tengo el suficiente. Tampoco voy a decir que no siento un poco de alivio al escuchar a alguien hablando conmigo de una forma para nada amenazante mientras me mira como si quisiera abrir mi garganta con un cuchillo y sentarse a verme desangrar.

-¿Cómo va tu primera semana?, ¿hiciste algún amigo?- su voz es neutra, tanto que no sé si habla en serio o si en verdad está bromeando para hacerme enojar. Sea lo que sea, lo segundo va en primer lugar.

-¿Ahora te pagan por ser mi comité de bienvenida?-dejo escapar una risa ácida-¿no crees que llegaste muy tarde?

-Y habla....creí que estabas tan deprimido que lastimaste tus tímpanos para que el mundo no te moleste- comenta aún con su semblante serio.

-Eso es lo más estúpido que he escuchado.

-Cuando tienes este trabajo es increíble todo lo que puedes llegar a presenciar, hijo.

-No soy su hijo- aprieto mis dientes. Nunca fui de enojarme con facilidad pero últimamente he sentido que eso cambió.

-Por supuesto que no, a menos que seas mujer y midas un metro sesenta y siete.

-¿Nunca te dijeron que dar información privada a alguien peligroso nunca es un buena idea?-contraataco.

-¿Cómo sabes que estoy diciendo la verdad?- miro por el rabillo de mi ojo, no se ha movido desde que llegó a mi lado. Sabe que yo sé. Sabe que se puede identificar si alguien está mintiendo por su forma de actuar, tu cuerpo es el principal delator.

-¿Entonces mientes?

-Tú dime.

-Creo que no tiene nada mejor que hacer que tratar de entablar una conversación decente con un asesino- bajo la mirada y abro el libro. Página 45.

-Sigues llamándote así-se separa de mi y camina dos pasos hacia adelante dándome la espalda.

-¿Qué hay con ello?- fue más una acusación que una pregunta

-A veces las personas se repiten cosas en voz alta para no olvidarlas o para creérselas- cuando dijo eso último volteó a verme. Es un hombre alto, un poco más que yo, creo que de un metro ochenta y algo. Ojos verdes, contextura delgada, pero se podía ver los músculos trabajados durante toda su carrera en la fuerza. Su pelo marrón claro casi rubio está despeinado pero no de una forma descuidada. Su mirada es calmada pero puedo ver que intenta saber más de mí.

Me mira unos segundos más y se dispone a irse por dónde vino no sin antes desearme un buen día repitiendo esa misma palabra que tanto movió dentro de mí, "hijo".

No le contesto, no digo nada. Me limito a volver a mi lectura pero no puedo concentrarme porque sus palabras calan en mi cabeza:

"A veces las personas se repiten cosas en voz alta para no olvidarlas o para creérselas".

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