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- ¡Muy bien, escuchen! - Ordena una voz masculina.

Puedo oír el sonido de las piedritas siendo arrastradas por las pisadas de los adolescentes.

Me levanto y me sacudo.

Todos ya están agrupados al frente de unos osados, la edad de estos últimos debe de rondar entre los veinte y treinta años, se ven musculosos y atléticos.

Permanezco al fondo, todavía sin poder mirar al dueño de la voz autoritaria. Un adolescente se mueve, su acción me permite tener una mejor vista de lo que sucede.

- Soy Eric. - Observa con desprecio a cada uno. - Uno de sus líderes. - Da unos cuantos pasos sobre la baranda de ladrillos. - Si quieren entrar a Osadía, esta es la manera. - Dice y voltea a mirar hacia abajo. - Si no tienen las agallas para saltar, entonces no tendrían que estar en Osadía. -

- ¿Hay agua en el fondo o algo? - Pregunta un desertor de Erudición.

- Ya lo averiguaras. - Responde sin darle importancia. - O no. -

Recapitulemos.

Hemos corrido para subir una columnas de una altura de aproximadamente cinco metros, subimos a un tren en movimiento, saltamos de un tren en movimiento hacia el último piso de un edificio.

Si no he demostrado que pertenezco a esta facción, estoy demente.

- Alguien tiene que ir primero. ¿Quién será? - Vuelve su vista a nosotros y todos esquivan su mirada.

Su cabello está rapado de los lados y lo del medio está perfectamente peinado hacia atrás, tiene dos piercings sobre su ceja derecha y usa unos aretes que parecen ser tornillos de cabeza hexagonal de color negro.

Su piel pálida hace resaltar sus ojeras y los tatuajes de líneas gruesas que ocupan todo el largo de su cuello. Al igual que la mayoría de los osados, viste por completo de negro.

- Yo. - Se ofrece la única ex abnegada.

La vemos sorprendidos por su iniciativa.

Camina hacia Eric y este baja de la baranda para que ella suba. El rubio se mantiene alejado, pero atento a cada movimiento suyo.

Ella asoma su cabeza hacia abajo y parece dudar, vuelve a mirar al pelirrubio y se quita su abrigo.

- Eso estirada, ¡quítatelo! - Se burla un desertor de verdad. - ¡Mejor póntelo! - Corrige.

Quiero defenderla, porque ella es la única que se ha ofrecido a saltar hacia no sabemos dónde o qué. Sin embargo, la pasividad cordial arraizada en mí no me lo autoriza.

La ex abnegada sube al barandal de ladrillos y se ayuda de sus manos para levantarse. El viento agita algunos mechones de cabello que salen de su moño.

- Que sea hoy, iniciada. - Ordena Eric.

Y lo hace.

Cae al vacío.

Nos acercamos para ver; a pesar de ello, no se logra distinguir mucho, ya que la distancia es considerable.

No sabemos que oculta la oscuridad del gran hueco del techo de abajo.

Y continuamos.

Al mismo tiempo que los adolescentes se van ofreciendo para "ingresar a Osadía", los osados que acompañan a Eric se retiran.

- Quedan ustedes. - Dice el líder acercándose a nosotras, todavía mirándonos como si fuésemos cualquier cosa. - Rápido, ¿quién desea quedarse con el apodo de última saltadora? -

La pelirroja reacciona, se acerca al borde, sube a la baranda y se lanza.

Estaba tan atenta a la desertora de verdad que no me percato de que el líder sigue observándome.

No sé la razón por la cual volteo para ver al pelirrubio, pero lo hago.

Miento.

Por supuesto que conozco el motivo.

Me es imposible poder hacer algo sin una mirada de aprobación.

- ¿Qué estas esperando? - Pregunta Eric acercándose más a mí, prácticamente invadiendo mi espacio personal.

He vivido todos estos años en Cordialidad y sigo sin sentirme cómoda con la cercanía de otro cuerpo. Esto no quiere decir que no he aprendido a saludar como comúnmente lo hacemos...hacen los cordiales.

- Estas muy lejos de casa. - Lo escucho, no hay necesidad de susurrarlo.

Subo la mirada y me encuentro con la suya, luce serio. Retrocedo para ya no sentir su respiración en mi rostro.

Solo quedamos él y yo en la terraza.

Como de costumbre, me quedo callada.

Me acerco a la baranda, pero aún no la subo. Entrecierro mis ojos y miro hacia el vacío por segunda vez, esperando poder distinguir algo.

- ¿Qué hay abajo? - Realmente no espero una respuesta de su parte.

- Una red. - Agradecida por su contestación, volteo a verlo.

Al parecer no soy la única, su rostro demuestra confusión.

- Gracias. - Me quito la casaca y la amarro alrededor de mi cadera, de esta forma el peso del material de la tela evitará que el vestido suba a causa del viento. Subo a la baranda de ladrillos, ya de pie dejo de contener la respiración. - Odio las alturas. - Se lo confieso a la nada, ignorando la presencia del rubio a mi lado.

- No tengo todo el día, iniciada. - Ordena apoyándose en el muro.

- Perdón. - Otra vez vuelvo a hablar sin pensar.

Cierro los ojos y salto.

La caída dura unos segundos, sin embargo el miedo permanece en mi corazón.

Mi madre decía que cualquier miedo se puede vencer con perseverancia.

Y lo intenté.

Todos los días, después de ayudar a mi madre con la cosecha, visitaba aquel árbol; el más grande y alto del campo. Pero todos los días era lo mismo, no podía avanzar más de un paso.

Hasta que después de unas semanas llegué al inicio del tronco.

Debía escalarlo.

Una niña de siete años intentando escalar un árbol inmenso.

¿Qué podría salir mal?

Al cabo de un rato, ya me encontraba sentada sobre la primera rama, mis brazos rodeaban lo que podían del tallo y las uñas se enterraban a la madera aferrándose a ella.

Y a mis casi ocho años lo descubrí.

Mi miedo nunca fue a las alturas.

Uno de mis miedos es el caer; ya sea si una red, una piscina llena de agua o una soga elástica va a impedir que mi cuerpo se estampe contra el concreto.

Por ello desde ese día he evitado subir grandes alturas, estar en lo alto me hace dudar de mis movimientos y siempre he pensado que esto podría causar una caída.

Esto no significa que ahora que lo hice; que logré saltar; vencí o dominé mi miedo.

Claro que no.

Al contrario de mi madre, yo pienso que se aprende a vivir con este.

Él nunca desaparece, no es como si un día despertases y este ya no existiera. No abandona tu cuerpo de un momento al otro, te acompaña durante tu crecimiento.

Y quizás un día, podría llegar a convertirse en tu único confidente.

SIN EDITAR

Cordial - Eric (Divergente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora