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Cuando empiezo a volver a tener el control de mi cuerpo, me arrodillo. Limpio con mis manos la tierra pegada a mi rostro y a la ropa.

Saco de uno de los bolsillos de la casaca la goma elástica con la que me amarré mi cabello esa noche que Johanna me hizo lavar los trastes.

Me hago una coleta con la liga gastada, algunos mechones pican mis pómulos y otros mi cuello. La sensación dejó de incomodarme desde ya hace mucho, o al menos era preferible ese malestar a darle la facilidad a mi padre de atraparme.

No siento mareos al levantarme, acomodo la ropa que se me fue dada.

Ayer le presté más atención a los uniformes que se encontraban sobre las colchas que a las otras cosas que estaban en el interior de las mochilas que se hallaban al pie de nuestras camas.

Sin embargo, hace pocas horas me sentí satisfecha con solo abrir uno de los compartimentos, ya que encontré utensilios de aseo personal. Obviamente no en gran cantidad, pero si lo suficiente para unas semanas.

Subo las pocas gradas hasta la puerta que da acceso a las escaleras que conectan si no a todos los pisos, a la mayoría de estos.

Cierro silenciosamente la puerta tras mío.

No estoy segura de cuantos pisos tengo que bajar o cuantos he subido para llegar aquí.

Mis pisadas no emiten ningún ruido al tocar el metal, supongo que esto se debe gracias a años de práctica.

Casi inconsciente.

Una de las muchas e incontables veces que pasé fuera de casa durante las noches intentando encontrar de alguna manera la compañía de mi madre o al menos creer verla mirando los cultivos en la oscuridad, encontré algo arrastrándose en la tierra.

Mi curiosidad me llevó a acercarme.

Lo que al inicio supuse que era una babosa resultó ser una caracol sin gran parte de su caparazón.

Tal vez un ave lo picoteo hasta romper a lo que acudía cuando se encontraba en peligro o alguien sin intenciones u otras lo dañó.

Pero sin duda alguna sufrió. Se le arrebato lo único que consideraba su hogar y en el que se sentía a salvo.

No podía simplemente fingir ser lo que al comienzo creí que era; de hecho; es imposible. Pero tampoco podía ser lo que fue, porque a pesar de que hayan quedado pequeños fragmentos que incentivaban a la esperanza en creer que volvería a ser lo de antes, los pedazos no eran los suficientes o eran tan insignificantes que con el pasar terminarían en el olvido o incrustándose en su interior causando incluso más sufrimiento.

Pobre criatura.

Me acerco a la baranda, el espiral está lejos de terminar. Aun sabiendo esto me acerco a la puerta que me permite la entrada al piso, si bien no voy a pasear por aéreas donde se me sea denegado o no el ingreso debo de observar si ya he pasado el piso en el que se encuentran los dormitorios.

Abro lentamente, no avanzo. Veo un pasadizo sin ventanas, por lo que la oscuridad no me permite divisar más de una cuantas puertas a lo largo. Y lo poco que logro ver es gracias a unos cuantos rayos que se filtran de la luz artificial que ilumina las escaleras.

La falta de moho y polvo delata que este no es el piso que busco.

Antes de cerrar y continuar con la búsqueda, escucho como una de las primeras puertas es abierta.

Me apresuro, sin embargo cuando solo queda una delgada ranura observo una mancha amarilla borrosa. Me detengo, la mancha se convierte en una cabellera. Que el tamaño de su cabeza se asemeje al de mi puño revela su lejanía.

Opto por acércame más al corto espacio entre la puerta y el marco, todavía sin soltar la manija.

Lo veo colocar sus manos atrás de su espalda, su mano derecha enrolla por completo su muñeca izquierda. Escucho el tintineo de unas llaves.

Como si fuera posible, hago más delgado el espacio.

El osado retrocede un paso permitiéndome ver su ancha espalda. Unos segundos después vuelve a retroceder no más de dos metros y voltea en un instante mostrándome su identidad.

Salto levemente, pero no es Eric el motivo de mi confusión.

Su contextura es suficiente para ocultar la figura de otra persona.

La esbelta osada ondea con suavidad su pelirrojo cabello semi-mojado, sus ajustados jeans rodean sus largas piernas y el top deportivo deja al descubierto su tonificado abdomen.

Termino con el espacio, ya que era obvia su dirección.

Bajo lo más rápido posible hasta ubicarme justo un piso abajo del que me encontraba. Dudando entre seguir o quedarme inmóvil, escucho las pisadas en las gradas encima mío. Me acerco de espalda a la pared junto a la puerta hasta chocar el calor de las palmas de mis manos con la frialdad del muro.

- Superaste las expectativas. - La voz aterciopelada de la osada instintivamente me impulsa a mirar hacia arriba.

Siguen avanzando.

No debo de quedarme aquí, volteo mi cabeza hacia la manija de la puerta y trato de girarla.

Está con seguro.

Ahora sé que este es un piso denegado.

Mi mirada viaja repetidas veces de la puerta hacia el lugar de donde creo que provienen sus voces.

Todavía indecisa, empiezo a bajar hasta sincronizar mis pasos con los de la pareja.

- Por lo menos lo disfrutaste. - Anuncia el rubio con voz gruesa.

Un par de pasos continua y otro se deja de oír.

- ¿Tú no lo hiciste? -

El único par de pasos que lograba escuchar se detiene y con este los míos.

- ¿No quieres un poco de diversión? - Propone ella.

Avanzo al volver a escuchar sus delicadas pisadas.

Cuando estoy a una corta distancia de llegar al próximo piso, escucho como una cremallera es abierta, el sonido me es inconfundible.

Mi cuerpo se estremece por completo, la situación es la que me hace sentir la resequedad de mis labios.

- No me tomó nada ponerte así. - Dice satisfactoriamente la osada, después de un suspiro de Eric.

- Continua - Ordena él.

El palpitar de mi corazón retumba en mi pecho.

Subo mi mirada con ilusión de no lograr observarlos, sin embargo las diversas ranuras que hay entre grada y grada me permiten ver a Eric con la cabeza apoyada en la puerta y unas plantas de zapatillas.

Sus facciones relajadas y su boca entreabierta me pasman, debería de moverme mientras sus ojos permanezcan cerrados.

El que este respirando por su boca y el que se le dificulte hacerlo es supongo lo que me impide avanzar.

Retrocedo un escalón, con la mano derecha sosteniéndome de la baranda. Los dedos de Eric se esconden entre los mechones de la pelirroja que se encuentra de rodillas, no podría observar el rostro de la osada aunque regresara otros peldaños más.

Mueve su cabeza de adelante hacia atrás, mi atención permanece en su nuca por unos cortos segundos antes de retirar por completo de su boca el miembro del rubio. Sus delicadas manos prosiguen con la satisfacción del osado.

Debí ayudar, proteger. No solo observar su tragedia.

Debí hacer algo aunque intuyera que no sobreviviría.

El animal siguió arrastrándose, buscando supongo no ser presa fácil.

Priorizar esconderse suele ser la representación de la necesidad de sobrevivir, para los cobardes.







SIN EDITAR

Cordial - Eric (Divergente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora