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Cuando se despertó, la cama estaba vacía y hacía frío. Parecía como si Mau hubiera estado ausente por mucho tiempo. Joaquin se dió vuelta lentamente, se agachó en la cama y cerró los ojos por un rato más. Su cuerpo todavía estaba demasiado débil, porque había estado ocupados toda la madrugada. Ahora, siente que su cintura y sus piernas están demasiado sensibles y, por lo tanto, se avergüenza de no poderse mover.                   
En ese momento, la puerta se abrió con suavidad y Joaquin  rápidamente fingió estar dormido. Sintió que alguien estaba a su lado, y apretó las sábanas con los dedos... Antes de darse cuenta, su espalda estaba siendo envuelta por algo cálido. Duro, pero muy acogedor... Un gatito comenzó a ronronear en su pecho. 
                 
—Mi amor, feliz cumpleaños. — Mauricio se inclinó y besó desde el lóbulo de la oreja de Joaquin  hasta la línea de su delgado cuello—. Levántate. 
                 
Joaquin  se encogió de hombros y apretó al gatito entre sus brazos.                   
—No me molestes. Me estás picando con tu barba...       
           
Mauricio  no hizo mucho más para convencerle, solo sonrió y se acomodó de frente al castaño para robarle otro silencioso beso.   
             
—Levántate, un rato nada más. Te esperaré abajo.     
             
Joaquin  se sentó con dificultad inmediatamente después de que percibió el silencio, se arregló los botones del pijama y se frotó con suavidad la frente y los ojos... Una vez abajo, caminó por la casa vacía hasta que escuchó un ruido fuerte en la cocina, similar al de platos cayendo sobre el suelo. Se asomó por la puerta y vio a Mauricio, sonriendo de una manera verdaderamente grande.                   
—¿Qué pasó?     
             
En Mau  había una exagerada cantidad de harina sobre su delantal que tenía dibujadas pequeñas flores.

Traía en la cara una mirada tonta y reía a carcajadas mientras intentaba quitar de sobre la cabeza de un perro grande, un diminuto costal. El perro estaba completamente blanco y todo alrededor de ellos era un desastre.                   
—Intentaba hacer un pastel.   
               
Joaquin  tenía todavía al gatito sobre sus brazos, y parecía casi tan asustado como él.     
             
—Eres increíble.   
            
Mauricio  camino hacia él, lamió la harina que manchaba la comisura de su boca, y luego abrazó a Joaquin  hasta hacerle caer sobre el sofá de la sala de estar. La mano de Mau estaba muy caliente, y ella creó su propio camino sobre la cintura de Joaco a través de su pijama, le frotó suavemente hasta crear una línea imaginaria que conectaba su pubis con la cara interna de su muslo. Joaquin  se curvó contra él, y a cambio obtuvo un susurro sobre su boca.     
            
—La harina está toda sobre mí. —Mauricio no lo soltó—. Te voy a compartir un poco. 
                 
Sus movimientos no se detienen, y el mayor  entiende que es difícil poner incómodo a Joaquin. Su mente está volviéndose borrosa nuevamente, a pesar de que le funcionó bien para controlar su cuerpo la noche anterior porque tenía miedo de lastimarlo. La técnica y la fuerza que ejerce Mau es muy placentera, y los músculos tensos de Joaquin lograron relajarse casi por completo. El masaje se extiende por mucho más tiempo del que esperaba, y Joaquin se siente avergonzado por haber interrumpido a su cocinero especial...     
             
—Me siento mal por ti... Estabas muy concentrado. ¿No es cierto que el pastel todavía no está listo?   
               
Joaquin  se levantó del sofá y fue directamente a los brazos de Mauricio  para darle un último beso. Mauricio  no dijo mucho, y frotó suavemente el costado de Joaquin  con la palma de la mano. Finalmente se levantó. Caminó dos pasos hacía la cocina y de repente recordó lo que iba a mostrarle.   
           
— ¡Lo había olvidado!

Mauricio  sonrió y se volvió para abrir la puerta de seguridad. Joaquin  se preguntó qué iba a hacer el mayor  y se inclinó para adelante. No esperó ver a un gran perro dorado entrando alegremente con un enorme moño sobre la cabeza. Mauricio  se aproximó porque los gatos no querían caminar, y regresó con ellos entre los brazos, arreglados de la misma manera. Joaquin  comenzó a reír.

Los diez años en los que más te amé || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora