Dibujo del problema.

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Ahora mismo. Esto. Me recuerda a cuando estás en el colegio y desde tu pupitre escuchas a la maestra explicarte ese problema con fracciones que no consigues entender. Pero tienes ahí la idea, ronda cerca de tu cabeza intentando penetrar en el interior para que lo entiendas completamente. Y entonces, la maestra se levanta de su silla, coge una tiza y dibuja una pizza en la pizarra. Sí, un pizza o una tarta, el caso es que también dibuja los trozos. Pequeños triángulos que te ayudan a entender el problema. Ya sabes lo que tienes que hacer aunque aún no lo hayas llevado a cabo...

Pues así me encuentro yo, la llamada de Pablo, fue la explicación pero necesito que me hagan el dibujo para creerme lo que me contó. 

Y es raro y, curioso e, interesante a la vez, cómo no han pasado ni venticuatro horas desde que me encontraba subiendo esas escaleras del hospital dónde ha nacido Priscila. Y lo pienso porque, estas escaleras me resultan idénticas. Tal vez todas las escaleras de los hospitales sean iguales.

Pensándolo bien, ¿por qué no subo en ascensor? Me desespera estar esperando de pie en un espacio reducido de cuatro paredes, mientras que aquí puedo subir las escaleras de dos si quiero. Soy yo la que pongo las normas de la velocidad que quiero tomar.

Estoy en el final de una de las tandas de escaleras, estoy tan concentrada en ir rápido que me paso a la siguiente. Y cuando voy por la mitad, me doy la vuelta. Miro a la pared de la planta de abajo y leo el cartel. 

PLANTA 6: Unidad de cuidados intensivos.

Vuelvo atrás sobre mis pasos, entro en la sala de espera y busco alguna cara conocida entre la docena de personas que tiene que haber aquí. No encuentro a nadie, ningún conocido, ningún amigo, ningún familiar. Por un momento quiero pensar que es una broma pero sé que nadie puede jugar de esa manera y menos Pablo. Y menos sobre su hermano. 

Me acerco al recibidor de la sala. 

—Hola, ¿puedo ayudarla? 

La enfermera es una mujer de mediana edad y con tez oscura.

Ni siquiera sé lo que tengo que decir. Tengo la mente en blanco. Necesito como un minuto para reflexionar. 

—¿Sí? —Insiste la enfermera. 

Consigue traerme de vuelta.

—Eh sí, sí... —Titubeo—. ¿Lucas Avilés? 

—Sí, llegó hace unas seis horas. Sabrá que no puede entrar a verle si no es un familiar directo pero puedes hacerlo desde el pasillo ahora, es horario de visita. 

Me quedo con los codos apoyados sobre el mostrador con ganas de gritarle a esta tipa que soy su novia. Joder. Pero no digo nada. Supongo que será por el cansancio. Anoche salí de Madrid a las diez; después de ver a la recién nacida, me fui al hotel y dormí unas cinco horas seguidas hasta que otra de mis dichosas pesadillas me despertó a las seis y no me dejó conciliar el sueño. Hoy, me he pasado el día en el hospital hasta que, Pablo llamó para avisar que un camionero borracho había golpeado el coche de Luke por detrás. No llevaba ni media hora de camino por lo que está en un hospital de Madrid y no de Valencia. 

Hay momentos que te gustaría que durasen para siempre, que fuesen capaces de perdurar en el tiempo. Y luego, están estos momentos en los que te dan las peores noticias de tu vida y tu deseas, más que nada, que el tiempo sea más efímero que nunca. Sin embargo, esos segundos, en los que intentas procesar la información que te acaban de soltar, se hacen infinitos. Aún no han acabado. Van perdiendo intensidad pero no creo que nunca lleguen a acabar. 

No hay mucha gente en este pasillo, dos grupos que se aglomeran entorno a una de las ventanas. Uno de los grupos está lleno de personas que quieren a Luke, incluso más que yo. Sus padres y su hermano. 

— ¡Katherine! —Exclama Enrique, su padre, cuando me ve. 

Se me aceleran los pies, tengo la necesidad de abrazar a alguien. Antes de mirar a través de ese maldito cristal,  Enrique me rodea con sus cálidos brazos. Y por primera vez, en todo este tiempo que llevo intentando desahogarme, me pongo a llorar. Creo que, porque me han dibujado el problema y me he dado cuenta de que es real. 

Recibo suaves palmadas en la espalda por parte de Pablo.

—Eh, ya está, ya está —me susurra con una voz tranquilizadora. 

Pablo me recuerda demasiado a Luke y eso, duele. 

Me encuentro con los ojos de Águeda, su madre, y le doy un tierno pero ligero abrazo. 

Soy la única que llora, ellos están (o, al menos, parecen) tranquilos. Espero que sea así, que pueda tranquilizarme cuando me cuenten la situación. 

—Y bien, ¿cómo está?

Me limpio las lágrimas con los puños de la camiseta, olvidando que llevaba algo de maquillaje y se ponen negros. 

—Podría haber sido peor —empieza a decir su padre, parece que sea el que más fuerzas tenga—. El único órgano dañado ha sido el cerebro y según han dicho, es sólo una inflamación del tejido. Habrá que esperar, a ver cómo se desenvuelve la cosa. 

No sé qué decir, no creo que tenga que decir nada así que asiento con la cabeza y me muerdo el labio. 

Saco fuerzas para mirarlo y me convenzo de que sólo está durmiendo. Y, aunque suene egoísta, espero que esté soñando conmigo.

No somos de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora