Sorpresa.

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¿Han tocado al timbre? No, no creo. Así que sigo bailando y cantando al ritmo de Ultraviolence, como hacía en los viejos tiempos con Angy, por toda la casa y es, cuando llego a la entrada, cuando oigo a alguien gritar.

—¡Katherine, abre la maldita puerta!

¿Qué hago con el perro? Tampoco es que pueda esconderlo y de todas formas es demasiado tarde porque se me ha adelantado y está en la puerta cuando yo voy a abrirla.

—Hola.

—Aw ¿qué es está monada? —dice Melanie nada más abrir la puerta y agachándose para acariciar al cachorro.

—¿Qué? ¿De dónde has sacado esto? —me pregunta Matt en un toco bastante diferente.

—Lo encontré abandonado —me justifico—, de verdad que mi intención no era recogerlo pero insistió y…

—Y ¿quién puede resistirse a esta carita de cachorrito? —me interrumpe Melanie—. ¿Podemos quedárnoslo?

—Ni loca niña, ya podéis estar dejándolo en el mismo sitio donde lo encontrasteis —le contesta y estornuda—. Veis, soy alérgico.

—Excusas, tú sólo estás resfriado —le acusa la chica.

—Me da igual lo que digas, no te vas a salir con la tuya.

Y así es cómo comienza una discusión entre compañeros de una banda de rock que no para hasta que Tyler, que no había abierto la boca hasta ahora, los interrumpe.

—Está es mi casa, así que yo pongo las normas.

—Así me gusta tío, imponiendo  —le aplaude Matt.

—El perro se queda aquí —continúa Ty— como mucho hasta mañana, así que ya podéis estar buscándole una casita.

—¡Chúpate esta Matt! —grita Melanie.

Ambos suben a sus habitaciones y me quedo abajo con Tyler.

—Lo siento.

—No, no pasa nada.

—No en serio, debería de estar dándoles las gracias por todo lo que habéis hecho por mí en menos de dos días y sin embargo, traigo más problemas.

Guarda silencio un rato que me parece eterno.

—¿Sabes? A lo mejor hasta me lo quedo —dice para mi sorpresa—, no me vendría mal un poco de compañía.

—¿Sí? —le pregunto mientras lo veo acariciarlo.

—Sí, pero de todas formas deberías ir con Angy y buscar a alguien que pudiera quererlo, sólo por no hacer hablar a Matt.

—¿Es alérgico a los perros de verdad?

—No, de pequeño tenía un hámster y el perro de su abuelo se lo comió.

—Oh, qué pena aunque nunca me han gustado los hámsteres.

—Ya bueno, desde entonces los odia.

—¿A qué no adivinas a quién vi esta mañana?

—¿Al guarro de tu novio?

—No, a la guarra de la amante —su reacción no es la que esperaba, no sé—. Una tal Lucy, rubia que deberá de vivir por aquí  ¿la conoces?

—¿Lucy? No, no me suena —contesta negándolo—.  Tampoco es que conozca mucho a mis vecinos, ya sabes.

—Qué poco sociable, yo solía conocer a los míos —le digo mientras desdoblo las rodillas y bajo los pies del sofá.

No somos de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora