Reencuentros.

218 37 5
                                    

¿Qué?¿Por qué está sonando la alarma? Espera, pero si yo no tengo American Idiot como tono de despertador, sino, como tono de llamada. Cojo el movil de la mesa que hay entre el sofá y uno de los sillones y veo en la pantalla una foto de Angy y mía poniendo boca de pez.

—¡BUENOOS DÍAAAS AMERICANA! —la oigo gritar al otro lado de la pantalla.

—Ay, no me llames así que sólo llevo un día aquí.

—Espero que haya sido un buen día.

—Sí, lo fue —miento—. Y tú, ¿cómo estás?

—Pues no te vas a creer lo que te voy a contar.

—¡¿Qué?!

—Anoche salí de fiesta.

—¿Y? —No me creo que eso fuese tan importante viniendo de ella.

—Y fuí con Sofi y Carla.

Sofi y Carla eran sus compañeras de piso antes de que se mudara al mío con Sam. Después de que cortasen Sam se fue a vivir al que era el piso de Luke.

—Angy, ve al grano —le insisto.

—Vale —hace una pausa que me parece eterna—, vimos a Sam.

—No se te ocurriría saludar a ese desgraciado.

—No, bueno, sí.

—Aclarate.

EstuvimosHablandoBastanteYAlFinalVinóACasa —suelta todo de un tirón.

—Joder, estás tonta —ahora la que grito soy yo—. Es que, ¿has olvidado lo que te hizo?

—Claro que no, pero este tiempo en el centro de desintoxificación le ha cambiado.

—No, no me creo que estés diciendo esto —digo—, ese no se merece ni un guantazo tuyo. 

—Kat, me parece increible tu actitud —¿cómo?—, fuistes precisamete tú, la que me enseñastes que las personas merecen segundas oportunidades.

Oigo un bipp, ha colgado. No doy crédito. Salgo del sofá, estoy sola en esta casa. Esta mañana temprano se fueron al estudio de grabación, Melanie me despertó porque sabía que yo tenía ganas de ir pero Tyler me aconsejó que me quedase hoy descansando que ya tendría tiempo de oirla cantar. Fue buen consejo ya que anoche no dormí mucho entre pesadillas y canciones.

Mi estómago está rugiendo, entro a la cocina y leo la  nota que hay encima de la mesa:

Espero que hayas descansado, las cookies que quedan te las puedes comer todas x Ty.

Hago caso a las indicaciones del jefe y me preparo un cola-cao donde mojo las galletas, que se nota que son caseras. Pero cuando me quedan dos, por muy rixas que están, las dejo encima de la mesa y me voy a la ducha.

Siento el agua fría caer sobre mis hombros, pero no la pongo caliente, me gusta así. ¿En qué momento empezó a desmoronarse todo? Tal vez, el hecho de que me esté duchando en la casa de unos desconocidos al otro lado del Atlántico tenga algo que ver. Me siento realmente mal y ahora no es por la culpa de Luke. Es por dos sencillas razones: una, yo no le he contado nada de lo qué ha pasado a Angy para no preocuparla y, sin embargo, ella me lo ha contado todo sin pensar en la reacción que yo pudiera tener porque lo más importante es que lo supiera; dos, tal vez llevé razón y Sam haya cambiado. Angy y yo somos como hermanas, sí, pero no hemos aprendido a respetar nuestras opiniones, la una de la otra. Y es que a veces creemos tener el control sobre las decisiones de la gente que nos rodea y deberíamos aceptar que sólo tenemos el control aconsejarles. Necesito llamarla y hablar pero la conozco y sé que, como los bebés, necesita un “tiempo de descanso” para rebajar la rabieta.

Salgo del baño, son las once y media aún y los chicos no volverán hasta las tres o así, por lo que decido salir a dar un paseo para despejarme. Todas las casas, a mi derecha y a mi izquierda, tienen la misma estructura pero diferente color de fachada, me gusta. No hay casi nada de tráfico por estas calles y en cuanto a la gente, excepto por un hombre de unos cuarenta años que me encontré lavando el coche, no he visto mucho más. Supongo que estarán trabajando y aunque no lo estuvieran, ¿acaso espero que estén en la puerta de su casa esperando a que pase? Que estúpida.

He llegado a un parque del centro de la zona, aquí sí que hay algunos padres y abuelos con sus nietos o niños, o a lo mejor, hacen de canguros. Observo a una niña de unos cuatro o cinco años que está sentada en los columpios, quién pudiera volver a tener esa edad, su única preocupación es que no sabe columpiarse y le tiene que empujar, la que supongo que será, su abuela.

 Me siento en un banco debajo de un árbol, ya que aunque no hace demasiado calor, se está mejor en la sombra. Abro la galería en el móvil, mis últimas fotos son del fin de semana pasado cuando estuvimos ayudando a los padres de Angy a limpiar la piscina en el chalet que tienen a las afueras de Madrid. Avanzo y llego a una de hace ya más de un año, pero que me gustaba conservar en el móvil. Aparecemos Angy y yo en los hombros de Sam y Luke en la orilla de la playa, recuerdo que esa foto la echó Clara en el fin de semana después de los últimos exámenes y aunque fue corto, fue el mejor. A veces, los momentos deberían congelarse y durar como mínimo para siempre. Se me cruza la idea de borrarla pero recuerdo que las fotografías son la única manera de congelar un momento, así que la dejo.

Estoy caminando de vuelta a casa, o eso creo, porque he elegido otra calle. Hay, ahora, algo más de gente o han salido del trabajo o es la calle más ajetreada. Voy un poco despistada cuando me parece ver alguien conocido pasar por mi lado, me doy la vuelta y ahí está su larga melena rubia y su bolso de Chanel colgando del brazo, estoy segura de que es Lucy, pero podría estar equivocándome así que la sigo hasta que entra en una panadería. Estoy por entrar y partirle la cara pero sería la cosa más absurda que podría hacer, total, ella no tuvo la culpa de nada. Tampoco creo que supiera que Luke tenía novia y aunque lo supiera le tuvo que dar igual, algo de lo que no la acuso ya que la culpa, recae completamente sobre Luke. Es  a través del escaparate, donde puedo comprobar que estaba en lo cierto y no era otra rubia cualquiera, sino, ella.

Va a salir, podría quedarme en la puerta y saludarla con una amplia sonrisa cuando saliese pero tampoco iba a joderla ni nada de ese tipo, así que antes de que atraviese la puerta me he vuelto de camino a casa.

En el camino no encuentro ningún otro obstáculo así que llego rápido. Estoy a tres puertas, de la casa de Tyler, cuando algo hace ruido en los contenedores. Sale de una caja de cartón, podría ser perfectamente una rata o un gato, así que descarto la idea de comprobarlo y sigo caminando. Pero cuando llevo tres pasos, escucho algo que se parece más a un ladrido de cachorro, me doy la vuelta y efectivamente es un pequeño perrito que “corre”, porque no parece haber desarrollado sus extremidades demasiado, hacia mí. Me huele los pies y no me queda otra que agacharme y aunque no me fio de acariciarlo, lo hago porque no parece sucio, es más, huele bien pero no tiene collar ni nada que indique que tenga dueño, lo que hoy en día me parece raro… Así que no creo que se haya escapado y estuviera jugando dentro de esa caja.

No entiendo cómo la gente es tan cabrona de dejarlos en la calle tan pequeños como si tratasen de una tele rota, pueden llevarlos a cualquier sitio, no creo que esta sea la única alternativa. Si estuviera en España, lo llevaría a una perrería o me encargaría de darle un hogar pero  si yo ni siquiera tengo hogar aquí ¿dónde voy con un perro? No lo quiero dejar allí pero no me queda otra así que sigo andando, el perro vuelve a husmear en mis zapatillas.

—Ey —le digo al perro—, eres un pequeño muy mono
pero no puedes quedarte conmigo.

Entonces, como si entendiese lo que acababa de decir, se pone a lloriquear. Me lo pienso durante un buen rato, pero al final decido llevarlo a la casa y mantenerlo en el jardín trasero, donde no tienen plantas ni nada que se pueda estropear, excepto la barbacoa; hasta que lleguen e intentemos buscarle dueño.

No somos de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora