Una entre un millón.

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De nuevo los golpes en la puerta. No, no entienden que necesito desahogarme, que no quiero a nadie a mi alrededor. Ya, ya sé que debería haber tenido bastante con los gritos que le he dado a los médicos pero, a cada minuto que pasa, ese peso en mi pecho va aumentando. La sensación de querer romperlo todo y salir corriendo crece. 

Es que simplemente no lo comprendo, ellos decían que estaba bien. En ningún momento mencionaron que algo como esto podría pasar, que se despertaría con amnesia a... ¿cómo lo llamaron? ¿a medio plazo?; es decir, ha olvidado cosas que han pasado en los últimos cuatro o cinco años por eso recuerda a su hermano o a sus padres. Aunque esto no es lo que más me ha cabreado, ¡han dicho que podría haber sido mucho peor! ¿En serio lo creen? Porque yo no conozco nada peor que el hecho de que una persona se olvide de quién es. Para mí, eso es como desaparecer. 

Sé que suena egoísta, que sus padres no piensan así, pero es porque ellos no conocían en quién se había convertido Luke; y hablo en serio, en los cuatro años que llevo con él, había pasado a ser una persona completamete distinta a la que conocí, en el modo positivo. 

— ¡Joder Kat! Sal de ahí ya. 

Es ridículo pero, llevo una hora encerrada en el cuarto de la limpieza de la sexta planta del hospital llorando como una masoca. 

— Si no sales —continúa la voz del exterior—, voy a tirar la puerta para entrar yo. 

Tiene razón, tengo que salir. No puedo quedarme aquí asustada de enfrentarme a la realidad; por muy poco que me guste. No puedo permitirme ser cobarde, a Luke no le gustaría. 

Estiro las mangas de la camsieta con las manos y me seco la cara que sigue húmeda, me pongo de pie, respiro profundamente repetidas veces y finalmente, abro la puerta. 

—Eh, ven aquí —dice Pablo cuando me ve. 

Un abrazo. No sabía que era eso lo que necesitaba. 

Permanezco unos largos segundos inhalando el olor a tela vaquera de su chaqueta.

Nos separamos, estamos de pie, uno frente al otro, y creo que ninguno sabe qué decir o qué hacer. Pero nos entendemos o, al menos, nuestras miradas lo hacen.

 —Han dicho que hay posibilidad de que se vaya recuperando poco a... 

—Que hay posibilidad, ¿no? —Repito interrumpiéndole—. ¿Cuántas? ¿Una entre un millón? —Siento como todo dentro mía vuelve a acelerarse—. ¿Poco a poco cuánto tiempo es para ellos? Porque no quiero que un día, cuando tenga setenta años y esté sentado en el sofá jugando con sus nietos, se acuerde de mí. De repente. 

— ¡Pero tienes que tener esperanza! No pensaba que eras así...

—Pablo, ellos pueden tratar de engañarte pero eres tú el que decide creerlos así que haya tú, yo no me voy a tragar ni una de sus consoladoras palabras. ¿No te das cuenta de que se contradicen?  —Las palabras se disparan solas de mi boca—. Tú mismo lo has visto en esa radiografía, es imposible que vuelva a ser como antes. El encéfalo no es como el hígado que puede regenerarse y aunque lo fuese, sería como cuando arrancas una flor y otra crece en el mismo sitio, no serían iguales. 

Sigue jugando con el cordón de la pulsera en su muñeca, sin decir nada. Él, mejor que yo, sabe que no ocurrirá un milagro ni nada por el estilo. 

—¿Quieres comer algo? —Pronuncia tímidamente después de unos minutos apoyados en la puerta del cuarto de limpieza sin hacer nada excepto examinar la suciedad de las baldosas de este estúpido hospital. 

Niego con la cabeza. 

—¿Puedes llevarme a casa? 

—Claro. —Se despega de la pared rápidamente—. ¿Quieres que te traiga tus cosas? 

Asiento y  desaparece por el pasillo que lleva a la habitación donde ha pasado Luke estos días que está, ahora, llena de familiares que ni conozco, ni me conocen. 

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La última vez que salí por el portal de casa no me imaginé que volvería a entrar con esta sensación de vacío. 

—A buenas horas, ¿no? —Oigo decir al final de las escaleras. 

¿Jesús? ¿Es Jesús? Levanto la vista y compruebo que estoy en lo cierto. ¿Cómo se me ha podido olvidar? Podría haberle llamado, hubiese bastado con un mensaje para avisarle de que hoy no habría clases. 

—Joder, —digo echándome una mano a la cabeza—. No sabes cómo lo siento. 

—No, no te preocupes —se rasca la nuca con nerviosísmo mientras sostiene un archivador con la otra—. Supuse que habría pasado algo con tu novio así que ya me iba. ¿Hay noticias entonces?

—Sí... Se ha despertado. 

— Qué bien, ¿no? ¿Cuándo le dan el alta? 

—Bueno él, él no me... —Quiero terminar la frase pero las palabras se quedan a mitad de camino. 

Tengo que desviar la mirada al suelo, parpadear repetidas veces para que las lágrimas desaparezcan. 

—Ey, ¿qué pasa? 

Aunque borroso por el mareo, puedo apreciar como deja el archivador en el suelo y corre hasta donde estoy. 

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Mil perdones por no haber actualizado antes y ahora, no me odien porque el capítulo sea tan cortito. Juro que tenía pensado hacerlo más largo pero después de escribir la última frase pensé: "¿y si lo dejo así para dejar la intriga?" Y bueno, yo soy de hacer las cosas conforme las pienso... 

En el multimedia tenéis una canción de The Fray, uno de mis grupos favoritos y el que he estado escuchando mientras escribía este capítulo.

No somos de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora