¿Y la pulsera?

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—Tampoco creo que haya que darle tanta importancia, no sé —me dice Matt después de unos minutos sentada a su lado—. Debería de estar más seguro de mí mismo ¿no crees?

—Me vas a decir lo qué te pasa de una vez —le digo impaciente.

No conozco mucho a Matt, pero en el poco tiempo que llevo con él he aprendido que le gusta hablar. Diría que como no pudo dedicarse a eso, aprendió a tocar la batería.

—A ver, he estado hablando con ese tipo, Mr. Hayes, el manager —me cuenta—. Sabes que en el mundo de la música no siempre se tiene en cuenta la música, sino la imagen que de el artista —asiento con la cabeza, he tomado la decisión de no interrumpirle—. Y según el manager, yo doy una muy buena imagen de lo que sería el chico perfecto para una adolescente de dieciséis años y eso podría darnos mucha más fama pero eso también cambiaría si saben lo de mi homosexualidad —vuelvo a asentir—. Bueno, pues, el manager está dispuesto a pagarme con tal de que se mantenga en secreto.

— ¿Tú quieres mantenerlo en secreto? —le pregunto.

—No le veo ningún sentido —me dice—. Además, imagínate a todas esas chicas teniendo sueño eróticos conmigo, no me gustaría decepcionarlas de tal manera.

Este último comentario me hace reir.

—No es sólo por las chicas, es por ti —le aconsejo, ya más seria—. Ese tipo, el manager, debería respetarte tal y cómo eres. Es más, tú tienes un contrato por tu música, no por tu imagen.

—Sí, qué cojones pero... No sé cómo decírselo —dice mirando a sus converses negras—. Nunca he sido bueno hablando de cosas serias.

Por eso no se puso dedicar a hablar, porque solo era bueno hablando en las cosas sin importancia. Me quedo en silencio, pensando qué podría decirle al estúpido del manager.

—Matt, apunta esto —le digo al final—: No somos un grupo comercial, no queremos que las chicas compren posters con nuestras caras, queremos gustarle a la gente por nuestra música, queremos que compren nuestros discos y vayan a nuestros conciertos y canten las letras de nuestras canciones.

—Joder, tía, puta ama —me abraza y suelta el micrófono de WhatsApp, donde ha grabado lo que había dicho y me lo envia a mí para que no se le olvidase.

Me gusta dar consejos a la gente, pero no me gusta la gente que los sigue al pie de la letra, no le da ningún toque personal al asunto.

Después de la charla con Matt, estuvieron grabando un par de canciones más y volvimos a casa. No tenían planes para esa tarde, excepto descansar y excepto lo qué yo tenía pensado.

— ¡Tíos, no encuentro mi pulsera! —empiezo a gritar por todo el salón—. Ya la he buscado por todas partes.

— ¿Dónde la dejaste? —me pregunta Melanie.

—El caso es ese, que no recuerdo haberla dejado en ningún sitio.

—Haber sino la has traído y la dejaste en España —dice Matt riéndose.

—Que no, que recuerdo habérmela puesto el otro día para el concierto.

— ¿Cómo era la pulsera? —me pregunta Tyler.

—Era de plata —me invento sobre la marcha—, tenía una mariposa en el centro.

—A lo mejor la perdiste en el concierto —me ayuda Melanie, que sabe de qué va el asunto.

—Eso es lo que he pensado yo —digo.

—Espero que te despidieras de ella —me dice Matt.

— ¿Era importante? —pregunta Tyler algo más preocupado que el batería.

—Demasiado —le respondo dándole importancia—, era la que mi abuela le había regalado a mi madre antes de morir.

Todos mantienen la mirada en mí con cara de "lo siento".

—Tal vez esté allí, en las jardineras cerca del banco dónde me senté o a lo mejor la tienen en "objetos perdidos —digo— ¿podríais llevarme?

Vale, ahora me miran con cara de "estás loca".

—Tampoco pierdo nada —dice Matt— y además, te debo una. Vamos —dice cogiendo las llaves de su coche.

—Matt, a ti te tocaba ayudarme con la letra de esa canción que todavía no tiene ni título —le dice Melanie—, no te vas a escapar.

Poso la mirada en Tyler que ya se había tumbado en el sofá para ver un partido de baloncesto.

—Venga, vale —acepta a regañadientes y se levanta—. Pero me debes una, que por tu culpa me pierdo el partido.

—No seas tan quejica —le digo cuando ya estamos en el coche—, no sabías ni de quién era ese estúpido partido.

—La verdad es que no —dice riéndose y sigue conduciendo hasta llegar al Amway Center.

—Bufff, pero si hoy hay partido y todo —dice mientras aparca enfrente del estadio en el sitio que una familia acaba de dejar libre—. Si era díficil encontrarla, ahora va a ser imposible.

— ¿Por qué? —le digo poniendo cara de niña.

—Porque con toda esa gente y... No creo que te puedan atender en "objetos perdidos".

—No, que ¿por qué eres tan inocente?

— ¿Cómo? —me pregunta con una buena cara de confusión.

—Como que te has creído lo de la pulsera.

— ¿Es mentira?

—Sí, y como no nos demos prisa empieza el partido.

— ¡¿Tienes entradas?! —me dice aún más sorprendido.

—Sí, vamos.

—Dios Kat, eres lo mejor.

Me sube a su espalda, cruzamos la carretera, donde nos pitan todos los coches y llegamos corriendo a la entrada del estadio.

No somos de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora